Llueve ahí afuera. No recuerdo como llegué hace tres días hasta aquí. ¿Acaso fue por recomendación de La Página? No lo sé, ¿pero hay alguna otra explicación más verosímil? Ella conoce mis gustos, está claro; a veces me sugiere opciones extrañas; o, ahora que lo pienso, tal vez no sean tan extrañas, sólo que no me doy cuenta. Ella me conoce mejor, me recuerda mejor. Ella no olvida nada.
Un tío está jugando un juego de ordenador. Es una aventura gráfica, un juego de puzzles a resolver. No puedes morir, nadie va a matarte. Pero los puzzles son tan complicados, contienen tantas sutilezas, que ni aunque dedicara a ello el resto de mi vida sería capaz de resolverlos. Abandonaría. Me quedaría varado en algún puzzle, en bucle, una y otra vez. Fumaría, bebería y probaría otra vez sin resultado. Pasado el tiempo y casi a la fuerza avanzaría hasta el siguiente. Y la historia se repetiría. Pero el juego es largo, demasiado largo, y yo tengo que hacer otras cosas para seguir teniendo acceso a la partida que otro jugó hace diez años. Uno que dirigió hasta el final al muñeco que otros crearon. Unos creadores que hubieron de atenerse a unos parámetros dados antes de crearlo.
Sigue lloviendo. Una lluvia muy fina, una de esas lluvias que sólo fijándote mucho la ves si estás bajo techo. Ni los charcos son garantía. Tienes que abrir la ventana y sacar la mano para asegurarte de que está lloviendo. No basta con los ojos, no es suficiente. Tienes que sentirla en tu carne.
Ahora lo recuerdo, sí...La Página tenía un motivo. Días atrás, ¿un par de semanas?, de pura nostalgia, miré por el juego del Necronomicón. De hecho llegué a escribir algo. Si buscara cuando, La Página me diría el día y la hora exacta. Cuando era chico y miraba aquellos grandes libros del Universo fantaseaba con una máquina que contestara con total exactitud a cualquier pregunta que le hiciera. Ahora me aturde.
Nubes en el cielo cuando esta mañana llegué al bar. Un cielo todavía a medio despertar, otro cielo sin sol. Desde el coche vi como el ciego subía calle arriba. Aparqué, entré al bar y cerré la puerta. No abrí al sentirlo tras ella.
- ¿A qué hora has abierto, Kufisto? -preguntó una más tarde.
- A las ocho y cuarto.
- Joder, pues casi cuando he llegado antes.
Es un puzzle llevadero. Lo has hecho muchas veces y en bastantes peores condiciones. Los progresos son imperceptibles pero del cansancio también se crea. Sólo hay que poner esto aquí, esto allí y abrir la puerta. Nueve horas después puedes regresar a casa para ver como otro juega su partida.
Llueve. Bueno, supongo que llueve. Bajé las persianas al llegar y no voy a levantarlas para sacar la mano y comprobar si sigue lloviendo.
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