Tendrá unos cincuenta años, bajo de estatura, con un cierto sobrepeso, vestido de cualquier manera, barba corta y descuidada, pálido, de pelo ralo y gafas demasiado grandes. A veces mira el teléfono pero por poco tiempo; pasa el rato mirando el tercio, en silencio, ajeno a todo. Luego pide otro y un poco más tarde el tercero y último. En este sale a fumar un cigarrillo. Paga dejando una propina y se va.
Estábamos solos en la barra; yo mirando el teléfono y él su tercio. Eran las tres de la tarde y apenas había una cuadrilla de habituales en el salón a punto de irse a comer. Pensé que estaría bien invitarle a una cerveza después que pagara.
- ¿Quieres una cerveza? -le dije mientras él sacaba el dinero.
- Eh, no, no...-contestó sorprendido.
Tres cervezas. Tres. Ni una más.
Dejó un euro de bote y se fue como siempre, con sus bolsas, en el día que está para hacer hueco entre la lotería de Navidad y la Nochebuena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario