sábado, 4 de noviembre de 2017

SEIS GRADOS

Eran asturianos. Él, siendo joven, había ganado en varias ocasiones el Campanu, algo que le permitió conocer al anciano Franco cuando este hacía sus excursiones de pesca por la región. Ángel, mi amigo, le hacía de guía y consejero en cada ocasión que necesitó de sus servicios, que fueron varias. Después no recuerdo si se hizo minero, o ya lo era cuando pescaba, o puede que fuera cualquier otra cosa. Ya hace años desde la última vez que nos vimos (poco antes de regresar a su tierra para cuidar a un hijo que había sufrido un gravísimo accidente de coche) y mi memoria se va perdiendo ante el continuo goteo de personajes que pasan por la vida: es como si estos, poco a poco y casi que de manera obligada, fueran empujando hacia el olvido a todos aquellos; aunque siendo yo todavía tan joven como era, la fuerte impresión de sus presencias dejaron una huella perenne a costa de algunos surcos en la suela. Pero que Ángel era un buen hombre es algo que recuerdo bien. Y que tenía una fuerza descomunal en las manos es otro algo que, este sí, recordaré mientras me quede memoria.

Vinieron al pueblo por el trabajo de ella, que era enfermera y poetisa de vocación y de cuyo nombre acabo de acordarme mientras escribo esta frase. Ángel ya se había jubilado de lo que fuera que fuese. Eran gente de bar y se pateaban todos los del pueblo. Y cuando digo todos, digo todos: conocieron algunos de los que yo no tenía noticia, y no éramos pocos. Pero la última parada siempre era en el que por entonces fue el nuestro y estaba más cercano a su vivienda. Bebían vino y hablaban con quien fuera. A nadie les caían mal, aún siendo esta una tierra tan huraña y desconfiada. ¿Pero como te iba a caer mal alguien que no se ponía pijama ni en invierno?

- Nunca, Kufistín -me decía Ángel con su perenne sonrisa
- Venga, no jodas -decía yo- ¿ni en invierno?
- Ni en invierno. Si siento un poco de frío engancho a esta y ya está -decía mirando a su mujer, unos diez años menor que él.

Y entonces ella, esa cuarentona de grandes tetas, anchas caderas y un tanto pasada de gorda, lo miraba como una poetisa sin nadie que la editara y nosotros nos reíamos. Y es que Ángel, aunque viejo, era una auténtica fuerza de la naturaleza. De estatura normal, delgado pero de complexión fuerte, huesuda, y con unas manazas que parecían rastrillos, era echártela y sentir como te crujían los huesos. Una vez me cogió por el antebrazo y creí que me lo partía. Yo creo que la verdadera fuerza de un hombre se ve en la de sus manos.

Me he acordado de ellos al ver a la pareja que ha llegado al bar mientras estaba recogiendo la tarea de las cañas. Ella es limpiadora, como me dijo el mismo día que me enteré era de un pueblo tan cercano como mágico cuando yo pensaba que por el acento era asturiana. Bajita y feúcha, ya tendrá bien cumplidos los cincuenta, pero de fuertes piernas que siempre enseña y un tremendo par de tetas que no necesita vender. Él también es bajito y tiene cara de pocas bromas. Trabaja en algo duro aunque tampoco recuerdo el qué. Su acento también es raro, como del Norte, pero creo que me dijo que era de algo más abajo, como de...¿aquí mismo? no me acuerdo. Ya hace años también.

Ella siempre está de buen humor. Yo siempre la veo como si viniera de follar. Hoy venían de comer paella gratis a causa de la inauguración de no sé qué movida. Lo malo es que ha coincidido con el primer día de lluvia en no sé cuantos meses y la cosa no ha salido como las autoridades esperaban. Se han tenido que recoger en donde han podido y al final ella le ha dicho a él que fuera a por el coche para comérsela dentro con más comodidad. Y eso han hecho. Luego han venido a mi bar para tomarse el café y la copa de crema ella y el pacharán él.

Estaba fregando los últimos platos cuando la oí chillar. Salí y no vi a nadie. Miré a la puerta y vi que estaban como ayudando a entrar a un viejo de bigotes. Y pasaron todos adentro sacudiéndose bien en el felpudo. Por lo visto uno de los dos viejos que acababan de entrar había estado a punto de estrellarse cruzando el paso de cebra. Su compadre lo había agarrado y con la ayuda de mis dos clientes la cosa no había llegado a mayores. Y ya una vez todos tranquilos estos se fueron y aquellos se acoplaron en la barra.

- ¿Qué van a tomar?
- Un Dyc con cocacola zero -dijo el accidentado
- Un café solo -dijo el otro, un tío delgado y curtido con un cerradísimo acento andaluz del sur

Lo puse y seguí a lo mío mientras ellos se iban a jugar con la tragaperras.

Por fin acabé la cocina. Salí afuera y seguían dándole a la máquina. Hacían una extraña pareja en un extraño día de lluvia. ¿Qué hacían en un bar como el mío estos dos personajes en este extraño día? En ese momento estaba sonando la música electrónica que de un tiempo a este parte suelo poner a la hora de los cafés. El viejo que estuvo a punto de acabar el sábado en el hospital vino a la barra, cogió su copa y se retiró hacía la máquina cantando "A quien le importa lo que yo haga..." No estaba borracho, eso era evidente, aunque quizá esa fuera su idea. "Qué cosa más rara..." pensé, huraño y desconfiado.

Bueno, después de todo el bar es una cosa muy rara a pesar de lo se crea la gente. Hoy, sin ir más lejos, con la mañana tan fea que ha hecho, la caja ha salido bastante mejor que otros días hasta arriba de luz y calor. Llevo toda la vida trabajando en esto y no pondría la mano en el fuego por el resultado del día ni aunque el mismo Ángel me la cogiera como al Caudillo.

Quedaba arreglar el salón, todavía lleno de vasos vacíos, servilletas arrugadas y chucherías de los demonios que por hijos tienen algunos. En ello andaba cuando oí al bigotes que la tragaperras no daba un duro. El andaluz no decía ná. Yo acabé y ya, por fin, me senté.

- Dame un whisky con hielo -dijo el andaluz- Y a este ponle otro de lo que beba.

"Joder, ¿otro? -pensé- ¿pero si este tío tendrá setenta años? ¿qué hace bebiendo dos J/B con cocacola zero? ¿de qué va esto? me cago en su puta madre..."

Volvieron a pagar y volvieron a irse con el cambio a la máquina, como dos chicos. Recogí la vacía taza de café del andaluz y vi que ni había tocado el azúcar, lo que unido a su whisky a pelo me dio una cierta idea de como iba el asunto.

Estaba viéndolos jugar desde la esquina de la barra cuando llegaron unos amigos; más bien uno, o ninguno, porque tanto como amigo...el tiempo no hace espacio. Pero en fin, gente de medio bien.

Y fue graciosa la cosa.

Al principio pensé que el otro que venía con la chica era un conocido maricón local que vive en el gran extranjero.

- ¿Como te va por Nueva York? -le dije convencido
- ¿Nueva York? ¡Todavía no nos hemos ido! Pero vamos que estamos a punto...-dijo agarrando a su novia- ¡Como te acuerdas, Kufisto!

Hará no sé, ¿tres o cuatro meses? ¿seis o siete?, estuvieron por aquí y coincidió con uno de esos raros fines de semana en los que cierro el bar. Y claro, pues con unas copas encima, sin llegar al terrorífico Armaggedon que me provoco cuando estoy letraherido, soy un tío simpático. Y con ellos, ya a puerta cerrada, estuve hablando de buen rollo, en plan "qué tío más cojonudo es este Kufisto con lo serio que parecía..." Tengo mis cosas, sí, pero sé estar con cualquiera cuando no estoy solo.

En fin, que pensaba que era nuestro maricón (un buen chico, todo sea dicho) cuando resultó que era el novio de la entusiasmada chica que yo empezaba a recordar de esa noche en la que Kufisto pareció ser una persona enrollada.

Tiene treinta años. Es joven. Es tan joven que se va a ir a Méjico con un amigo que no es su novio, aunque en el cicerone que les acompañará durante algunos días lleve la penitencia manchega. Él tiene un hermano que está de mochilero por Thailandia con su novia. Me ha enseñado fotos. Ella, su novia, no paraba de sonreír excitada ante la proximidad de su viaje, aún siendo ya a su edad una mujer que ha visto y trabajado mucha Europa. No se porqué me ha dado muy buen rollo. Hay gente que te causa ese estado. La gente natural, la de la vida viva, la que vive para que otros vivan sin ellos darse cuenta...


No sé. Sólo son seis grados para llegar a cualquier lado.


Seguro que mi padre pescó con Franco.







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