Perdí las gafas de sol la última noche que Dylan cantó en Madrid. Yo me puse tan ciego que al día siguiente recordaba algo mejor a sus teloneros, aunque tampoco mucho.
- Kufisto -dijo mi tía con delicadeza
- Mmm
- Kufisto
- Weerr...
- Que son las seis y cuarto, que te tienes que ir al pueblo
- Wooor?
- El pueblo, que te tienes que ir a trabajar
- Ah, sí...sí...
Y recogiendo las cosas para volverme pitando al pueblo en el primer tren de la mañana vi que no estaban las gafas. Se lo dije a mi tía, quien mirándome con cara de "anda y vete con Dios o con cualquier otro" dijo que luego echaría una mirada. Pillé un taxi y ya en el vacío vagón del tren fijé la mirada en el contador digital de velocidad con la esperanza de no torturarme demasiado con el hecho de haber desperdiciado la ocasión que llevaba esperando los dos últimos años de la banda sonora de mi vida: "149...150...150...151...148...149...Joder, no me acuerdo de nada...150...151...150...149...Sí, el batería de Los Lobos, qué bueno...150...150...150...¿Y Dylan qué?...149...148...147...Joder, me cago en mi puta vida...150...151...152...Y encima pierdo las putas gafas...150...150...150..." "Próxima parada: TU PUTO PUEBLO, GILIPOLLAS" Bajé, cogí el coche del aparcamiento, fui a casa, me duché y afeité y escopetado tiré hasta el bar.
- ¿Qué tal el concierto, Kufisto?
- Bien, bien...de puta madre
- Hombre, como para no estarlo después de dos años jodiéndonos vivos con el voz de gato ese..."
Al mediodía llegó mi hermano con algunas cosas para el bar y le dije que se esperara un momento mientras yo iba a un sitio. Fui a la óptica y en cero coma compré otras parecidas con una sensación de alivio; hasta de limpieza y perdón, diría yo. Ya con ellas puestas y de mejor humor volví al bar. Y al rato mi tía llamó para decirme que había encontrado las perdidas bajó el sofá en el que había dormido aquel sueño perdido.
Hoy soñé con mi padre. Parecía muy enfermo y asustado ante su cercana muerte. Yo le hablaba y él ni me miraba con la vista fija en algo que había delante. Estaba con la boca entreabierta pero decía nada, sólo miraba allí, a ese punto de la pared. Yo le decía algo más y después me iba corriendo a trabajar al viejo bar, pero nada estaba en su sitio. Por fuera era aquel bar pero por dentro era otro. Yo no encontraba nada donde había estado antes y me desesperaba. La gente llegaba y no sabía qué hacer. Pidieran lo que pidieran no conseguía encontrarlo. Hasta que me fui corriendo para ir a ver a mi padre, que seguía en el mismo sitio y en la misma posición. Le grité algo y entonces me miró como si yo fuera el mismo punto de la pared sólo que cambiado de sitio. Y cuando iba a decir algo desperté. Recé, me duché y fui para el bar.
Poco después llegó la señora de la limpieza. El lunes es el día de cierre pero apenas llego una hora más tarde al bar. Luego viene el de la tragaperras y hace la recaudación. Hoy no se ha dado mal. De vuelta a casa cogí a la gata para llevársela a mi madre. Ayer volvió a preguntarme por ella. Cuando llegué todavía estaba dormida. "Te traigo compañía" le dije dándole un beso. Ella se alegró y yo me llevé a la gata para la cocina, lejos de los muebles del salón, única razón por la que mi madre no quiere otra gata como la que ya tuvo. Aún medio dormida llegó sólo un minuto después. Alegre, empezó a decirle cosas a la extrañada gatita. Y sin tiempo para más ante el inicio de la hora azul y la cercanía de sus controladores vistos al bajar del coche me fui de allí dándole otros dos besos que a punto estuvieron de ser en los labios a causa de su todavía cercano sueño. Quizá ella también ha soñado hoy con él. Quizá ella siempre sueña con él.
Otra vez en casa. Dinero y a pagar facturas y comprar cuatro cosas. Cogí el gorro, la bufanda y las gafas de sol y fui a Correos para pagar el último a viso de los de la luz. La máquina que da los turnos estaba averiada y le pregunté al de delante si iba por vez. Apenas se volvió pero dijo que sí. No había mucha gente y terminé rápido. Al salir me puse las gafas de sol y a tararear lo que estaba escuchando por los auriculares. Pasé por delante del viejo bar y entré a la tienda de los frutos secos. Compré medio kilo de nueces y nada más salir me di cuenta de que no llevaba las gafas por ningún sitio. Volví a entrar a la vacía tienda y me dijeron que allí no me había dejado nada. Salí y miré por los alrededores. Estaba seguro de que había llegado con ellas puestas. No las vi y regresé a Correos. Ya había más gente y fui al mostrador donde estaba quien me había atendido. Le pregunté por mis gafas y dijo que allí no me había dejado nada. Volví a salir y volví a hacer el mismo camino que había hecho al salir por primera vez. Nada. En los aledaños de la tienda de los frutos secos vi como la chica me miraba desde el interior un tanto preocupada. Pasé de volver a entrar. Y me fui para seguir haciendo lo que todavía me quedaba por hacer.
Terminé cuando el sol estaba empezando a calentar algo la fría mañana. Me quité el gorro y lo eché en la bolsa de las nueces. Volví a mirarme en todos los bolsillos de la cazadora de segunda mano que un familiar nos ha dado junto a otras ropas que él ya no iba a usar más. Nada. Por un momento pensé que quizá las tuviera en casa, que a lo mejor no las había sacado viendo lo temprano de la hora en la que había salido, que pudiera ser que al llegar a casa las encontrara ahí, delante del ordenador, sobre la factura en la que las había dejado para no olvidarlas al salir por la puerta...Nonono, las había cogido, estaba seguro de ello. Incluso me acordaba de habérmelas quitado justo antes de entrar a la tienda.
Subía en el ascensor pensando en esa remota posibilidad cuando al abrirse la puerta se cayó el mando de la cochera que llevaba colgado del juego de llaves. Estaba a punto de caerse aún más por el estrecho hueco del elevador pero cuando iba a hacerlo le di una patada y se quedó dentro, es decir, fuera. Lo recogí del pasillo y pasé a casa sin acordarme de las gafas. Un rato después miré y vi que no estaban. Las había perdido. Había perdido las gafas que compré cuando creí haber perdido las otras en el concierto de Dylan.
Encendí un cigarrillo y lo fumé mirando por el ventanal cerrado. A lo lejos unos niños jugaban en la hora del recreo. Podía oír sus gritos desde mi ventanal.
Bajé a las cocheras, entré en mi coche y eché mano al portagafas del asiento del conductor. Ahí estaban, ahí seguían estando las viejas gafas de repuesto.
Arranqué, le di al mando y la puerta de la cochera se abrió.
Y entonces subí la rampa, me puse las viejas gafas y conduje hasta la última parada de la mañana.
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