miércoles, 1 de noviembre de 2017

DÍA DE DIFUNTOS

Recordé su nombre cuando le oí llamar a su mujer, también olvidado por mi. Hacía años que no les veía por el bar pero tiempo atrás, cuando yo todavía trabajaba de noche, eran asiduos clientes de los viernes. Llegaban, se tomaban cuatro o cinco copas cada uno, charlábamos de algo si la cosa estaba tranquila y se iban después de discutir un poco entre ellos, conforme a ella se le iba calentando la lengua. Poco después tuvieron un crío y dejaron de venir al bar. Hoy lo he visto por primera vez y ya tendrá siete u ocho años, puede que nueve, incluso diez. Estaba jugando con los hijos de la pareja que ha llegado un poco más tarde. "Joder, es verdad -he pensado al ver de nuevo al hombre que había venido solo al mediodía-: estos se juntaban con estos...¡no me acordaba! Y mira que este lleva un tiempo volviendo a venir por aquí...pero no me acordaba, jajaja..."

Incluso este día, el de los muertos, era de celebración en otros tiempos. Venía al pueblo nuestra gente de Madrid y tras visitar las viejas tumbas de sus familiares se pasaban por el bar y todo era una fiesta: abrazos, bebida, comida, risas, lotería de Navidad y los chicos dando guerra. No faltaba nadie y todos nosotros éramos pequeños. Y los muertos lo estaban desde hacía muchos años. Nuestros padres todavía estaban fuertes y algunos incluso teníamos abuelos. La muerte era algo que estaba como podía estarlo cualquier cosa. Pero poco a poco fue llegando junto a sus enfermedades y hoy ha sido el primer año que no ha venido nadie de Madrid.

Este es un día fuerte en los bares. Todo el mundo va a ver las tumbas de sus seres queridos, o casi. El Ayuntamiento engalana sus calles durante los días previos tal y como si se vinieran unas elecciones. Viene mucha gente de fuera y han de hablar bien de su pueblo. Ya sean más rojos que un vómito de sangre, la tradición sigue siendo la tradición aún cuando ahora se pase la noche anterior rindiendo pleitesía y vasallaje a brujas y demonios bárbaros desde hace cuatro noches a las que yo no llego: no es que se rían de ellos sino que se ríen de quienes no hacen lo que ellos.

Hoy me levanté con una erección aún más fuerte de lo habitual. Ayer me fui a la cama a eso de las ocho y para mi sorpresa no me volví a levantar hasta la una y media. Me levanté para fumarme un pito y a las tres me quedé frito otra vez. Eran las seis y media cuando abrí el ojo y mirando el móvil, todavía con sueño, pensé en retrasar la alarma de todos los días laborables que ayer olvidé retrasar, pero no lo hice. Obediente sonó a las siete, justo cuando estaba echando el polvo del año. Me quedé un rato ahí, en la cama, los ojos cerrados, oyendo el Bron Yr Aur de los Zeppelin mientras desesperado seguía dándole a aquella morena...hasta que mi gata vino ronroneando a olerme los ojos.

Al final llegué al bar antes que Josemari, aunque no por mucho. Ayer le dije que se pasara a las ocho y media y él respondió que estaría allí a las siete y media, como siempre. Pero no eran las ocho cuando desde mi coche vi que no estaba su bicicletilla y en consecuencia tiré por la prensa. Al volver con ella todavía no estaba. Pero cinco minutos después oí unos tímidos golpes en la puerta.

- Kufisto, Kufisto...
- Voy...

Y le abrí, nos saludamos, le dije lo que tenía que hacer y se puso a hacerlo no sin cantar sus tibios fandanguitos mañaneros que tanto me gustan pese a las amenazas de algunos vecinos.

Josemari es mi Argos. Él sabe más que yo. Él estaba antes que yo. Lo conocí en el viejo bar, cuando afilaba cuchillos en la piedra que llevaba incorporada a su moto. Yo era un niño y él ya un hombre. A mi me daba miedo cuando mi padre me decía de llevarle los cuchillos para que los afilara. Pero él se reía, los cogía como si fueran de papel y empezaba a darle a los pedales de la moto muerta.

- ¿Qué más hay que hacer, Kufistico? -ha dicho al acabar su tarea de hoy con ganas de más
- Nada, ya está todo hecho

Le di lo suyo y ya se iba cantando un fandanguillo bueno en su bicicletilla cuando volvió

- ¡Kufistico!
- Quéeeee...
- No te enfades
- Qué me voy a enfadar
- ¿Te puedo preguntar algo?
- ¿Qué?
- Que si te puedo preguntar algo
- Joder...¿qué te pasa, hostias?
- Ná, hijo...sólo que si te puedo preguntar algo
- Pues claro
- ¿Tú crees en Dios?

¿Dios? ¿Creer en Dios?

- Sí, creo en Dios.
- Pues toma

Y me soltó un pequeño crucifijo metálico.

- Gracias
- De nada, Kufistico
- ¿Y tú? ¿crees en Dios?
- Claro, Kufistico. Si no crees en Dios, ¿en qué vas a creer? -dijo sonriendo

Y se fue cantando.

Metí el Cristo en mi bolsillo de los billetes y esperé a que viniera la gente.


- Yo lo que quiero es estar como Kufisto -le oí decir a Carmelo- ¡Míralo, si está hecho un figurín!


- Adiós, Carmelo
- Adiós, Kufisto


Estaba recogiendo cuando Gonzalo llegó por su café con leche. Es un buen chico con problemas que un mediodía, falto de medicación, estuvo cerca de montarla de no ser yo quien en ese momento estaba detrás de la barra.

Salí a fumar. Él salió después.

- El día de los muertos -dijo
- Sí -dije mirando los árboles
- ¿Tú crees en la reencarnación?
- Yo no sé ni el dos por dos, Gonzalo. Sólo recuerdo que mi padre murió hace ocho meses, que tengo cuarenta y cuatro años y que a mi edad él tenía cinco hijos y era el rey del mundo.

- Kufisto
- Qué
- Eres tremendo
- Ya
- ¿Vas a ir a ver a tu padre?
- No. No está allí. Allí no hay más que piedra, cemento y carne podrida. Lo veo todas las noches en mi habitación, en una foto que tengo. Es como era. Es como fue. Es como es...
- Kufisto
- Qué
- Ojalá y tu padre esté bien
- Seguro, Gonzalo, seguro...Y si no lo está que me guarden sitio, que si Dios no quiere a mi padre yo no quiero a Dios.




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