La muchacha pasó por la puerta del bar queriendo ser la mujer que apenas habrá empezado a ser. Yo estaba ahí, intentando olvidarme del último idiota de la tarde, cuando un frenazo en la calzada de enfrente le dio el último empujón. Ella cruzó el paso de cebra, luego el otro y ya, mirándome de reojo con nerviosa sonrisa, se fue calle abajo mirándose en los escaparates de las tiendas que iba dejando atrás, aunque yo sólo la vi hacerlo en el que tengo justo al lado, tan alejado de todo aquello que pueda interesarle a una muchacha de su edad.
Poco antes, en mi anterior salida, había visto llegar a uno de mis hermanos en su coche. Mientras aparcaba, el ciego se despidió para irse a casa. Le encendí el último cigarrillo con un mechero que simulé ir peor que el suyo y dando bastonazos a la pared se fue alejando calle abajo.
- ¿Has visto el bulto que tiene en la espalda? -le dije a mi hermano
- ¿Qué?
- Sí, fíjate en el lado derecho, arriba -se nota incluso a quince metros
- Hostia
Pasamos adentro y él volvió a salir para verlo otra vez.
- Joder...¿y eso?
- No sé...Ayer amaneció así y lo llevaron al ambulatorio. Les dijeron que era un lipoma, algo de grasa, y que se lo tendrían que sajar o algo así, pero que fueran hoy al hospital para vérselo mejor.
- ¿Y qué?
- Pues que hoy ya no saben lo que es. Tienen que hacerle una ecografía.
- Mira mi bulto, Kufisto -me había dicho ayer nada más abrir el bar, así como de cachondeo, como siempre estamos.
- No tenía que hacer otra cosa a estas horas
- Jajaja...
Le puse su café y empezamos con nuestras gilipolleces.
Pero después, en una de las veces que salí de la barra para ir colocando lo que todos los días hay que recolocar, le vi esa especie de joroba que había parido de la noche a la mañana.
- ¡Hostia puta, Paco! ¿pero qué cojones es esto?
- Toca, toca...
Lo toqué un poco, con mucho cuidado y bastante asco. Era enorme, del tamaño de qué sé yo...¿la vieja Biblia de estudiante que tengo aquí al lado mientras escribo esto?
- La madre que me parió...¿te duele?
- Un poco -dijo casi que tan despreocupadamente como siempre lo dice todo- Ahora vamos a ir al médico. Dame una coca cola light.
- Me cago en la hostia puta, Paco...
- Ya...¿no tendrás un mechero por ahí?
Y ahí quedo la cosa, que luego seguimos igual que si no hubiera vieja Biblia de estudiante que cargar a la espalda: él saliendo a fumar a la calle como si estuviera escribiendo su historia de todos los días en su cabeza mientras que yo me reservaba para quizá hacer luego lo mismo en mi ordenador.
Pero hoy...hoy ya no estaba igual cuando vino al bar antes de ir al hospital, aunque bromeáramos tan a lo bestia como cualquier otro día.
Al mediodía, en su segundo asalto reglamentario, ya me dijo que ahora no sabían lo que era. El bulto de grasa se había transformado en otro sospechoso.
Y esta tarde, durante el tercero y último, me ha mirado a los ojos mientras hablábamos de otras cosas. Me he fijado en sus pupilas, tan pequeñas como si estuviéramos en mitad del desierto, y por un momento casi he creído que me estaba viendo. Claro que nunca hemos tenido necesidad de mirarnos a los ojos, algo que casi siempre es lo mejor que se puede hacer cuando hace mucho tiempo que se dejó de soñar despierto.
Mi hermano se fue con un colega justo cuando el idiota del Mercedes entró al bar después de aparcar ostentosamente en zona prohibida. Pasó con un chiquillo, no respondió a mi saludo y me pidió una copa de Castellana poco menos que entre dientes.
- ¿Castellana?
- Sí
- ¿Con hielo?
- No
Se la puse. Soltó una moneda de dos euros. Tanto cocherito leré y sacas dos euros para pagar una copa en un garito que no conoces. Pero eso es lo que vale aquí. Los cogí y nada devolví.
- ¿Eso es? -dijo
- Eso es -dije
E hizo un gesto como si le hubiera parecido caro. Me fui al ordenador.
El chiquillo, un niño exteriormente tan pijo como certificado lo era su puto y supuesto padre, parecía un tanto enfurruñado, como si hasta él mismo se diera cuenta con sus tres días que el Superman que le había tocado en suerte no llegaba ni a medios cuando bebía. Con todo, le sacó algunas sonrisas. Tu padre es tu padre aún cuando parece que ha dejado de serlo. Y poco después se fue un poco más educadamente de como llegó, aunque no mucho.
Era una muchacha bien educada, sin duda. Esto es algo que sólo un infernal desierto te impediría ver. Sólo es que las demás lo hacen, y aunque a ella no le dejen salir a la calle como si llevara un letrero en el cuello con su número y el precio, al menos sí puede hacerlo con unos vaqueros ajustados y una bonita blusa.
Y eso es suficiente para provocar frenazos, olvidar idiotas, romper espejos convexos y ver tu hermoso rostro sobre las últimas promociones para aquellos a los que le falta un pedazo de su cuerpo.
Que las almas son para el invierno.
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