Me fui a la cama cuando todavía estaba anocheciendo. Tardé en dormirme. Tuve que coger el nuevo teléfono varias veces. En una de ellas leí la entrevista a uno que decía alimentarse del sol desde hace treinta años. En otra miré la ficha en inglés de un ajedrecista húngaro de los años cincuenta. A eso de las cinco desperté empapado en sudor. Había soñado algo que estuvo cegándome durante un buen rato, hasta que me di cuenta de su irrealidad. Y a eso de las seis, una hora antes de la prevista y sin haber dejado de pensar ni un minuto en el sueño, me levanté de la cama.
Apenas eran las siete cuando llegué al bar. Saqué la terraza y puse la tele. Y mirándola de reojo mientras colocaba las sillas del salón vi que estaban pasando la escena final de El tercer hombre con los comentarios en off de uno que iba explicándola. Y me quedé petrificado.
Joseph Cotten tiró aquel cigarrillo y yo cambié rápido a la Teletienda de todos los días.
Había hecho buen acopio de todo lo necesario para una buena mañana de desayunos. Ayer estuvieron bastante bien y hoy esperaba que fueran todavía mejor. Dos montañas de churros ("cóbrale sólo 6 euros", le había dicho a la chica el serio churrero, uno de los míos), un bolsón de hermosas naranjas del moro amigo y un par de kilos de tomates; aparte de la mantequilla, mermelada y paté que todavía quedaban. Llegó el espídico panadero con la bolsa de todos los días y tuvo que volver a la furgoneta a por más. Y ya con todo en su sitio esperé a verlas venir con la compañía de la maravillosa nueva sartén de COBRE de Juan Sánchez como banda sonora original en mi canal de televisión sino amigo, al menos no enemigo mortal. Y todo para que el primero en pasar fuera el penúltimo que hubiese querido ver entrar.
A eso de las diez y media, ya con la mañana casi vencida y mis armas casi intactas, vi como un grupito miraba desde afuera sin decidirse. Pasó uno de ellos, un tío feo de cuarentaitantos años que se fue derecho a la vitrina que custodian mis churros, señalándola mientras decía algo que no logré entender y que me hizo certificar que era tonto. Enseguida pasaron tres viejos y una mujer de su edad. Se sentaron en la mesa bajo el televisor no sin que antes el pobre hombre dijera en su idioma que antes lo haría en una cama de pinchos morunos, pues justo al lado está el futbolín y se ve que sus ejes le recordaban serpientes pitón o algo así, que no había manera de convencerlo a pesar de que le ofrecían la silla más alejada y que ni a Cristo bendito se le ocurriría jugar una partida a esas horas, y menos estando solos como estábamos. Yo los miraba pensando porqué no le hacían caso y elegían otra mesa, pero en fin, ¿qué puedo hacer, joder? Al final se sentaron donde decía la mayoría y pidieron menos buñuelos (como los llamaba la más vieja) de lo que el chico me dio a entender con su ansia primera. Claro que lo comprendí un tanto cuando al dejar los desayunos vi el pedazo de bocadillo que iba a zamparse en mi casa habiendo salido de la cocina de su madre. No dije nada. ¿Qué vas a decir? Tampoco pidió nada de beber, ni agua. Su anciana madre le decía que bebiera algo, que eso no podía ser bueno, pero por alguna razón él llevaba un tiempo siendo remiso a beber agua, como si hubiera leído algo por Internet, "¿y un zumo de naranja?" le insistían. Nada. Cero. A pelito.
El chico pasó un par de veces al water sin pedirme indicación alguna ni dudar ni cero coma sobre su ubicación, con gran satisfacción de sus familiares y no menor preocupación mía. Ya se iban cuando pasó por tercera vez. Estuvimos esperándolo un buen rato mientras ellos no le perdían ripio al maldito Juan Sánchez y su novedosa sartén de cobre al tiempo que una de las viejas comentaba lo bueno que le había salido el chisme ese que te colocas bajo la rodilla y te quita hasta el cáncer. "Ahora sí -pensé-, ahora sí que me va a dejar el pestazo...el inodoro zurrapastroso, el suelo meao...puede que las paredes llenas de mierda con sus huellas digitales, quizá una desquiciada pero clarividente advertencia tipo Los crímenes de Oxford...Ahora tendré que coger la chacha, el cubo, la lejía, el amoníaco...joder"
Salió.
- Bueno, buenos días y gracias.
- No, gracias a vosotros. Adiós.
Y pasé al water y no olía más que a jabón. La higiene es importante y beber agua cuando nadie te ve, más.
Lo que sea por la idea. Sea la que sea.
Aunque a Dulcinea ya sólo la sueñes moribunda.
Yo sigo en Montesinos y hoy con Aerosmith:
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