Me extrañó verle tan temprano en el bar. Bueno, realmente me extrañó hasta verle.
- Hola, Kufisto
- Hola
- Oye...no te habrás encontrado un teléfono por ahí...no lo encuentro ni en el coche y como anoche estuve por aquí...
Le miré. Estaba claro que esta madrugada estuvo por aquí.
- Pues no, no...-respondí mirando el botellero, que es donde se dejan las cosas que olvidan sus borrachos.
- Jodeeerrr...Dame un zumo de naranja
Se lo exprimí. Tardó cero coma en bebérselo.
- Oye, voy a llamarte a ver si es que mi hermano lo guardó en algún cajón o algo -le dije viendo su cara de preocupación ante la pérdida de su medio de trabajo, pues este es de los que morirán de cáncer de oreja antes que de hígado, que ya es difícil.
- ¡Joder, es verdad, claro, claro...!
- A ver, dime tu número.
Estaba marcándolo cuando vi que lo tenía grabado. Tengo la tarjeta de memoria llena de números muertos.
Hicimos el silencio bajo el gorigori habitual de La Tienda en Casa y nada interrumpió las excelencias del maravilloso método Reduform para bajar de peso: "y recuerde, si combina el uso de Reduform con dieta y ejercicio los efectos serán hasta cinco veces más rápidos", dice la voz en OFF casi a paso de FF después de mostrar a diez o doce actores atómicos jurando que no tuvieron nada que hacer más que ponerse esa puta faja.
- Oye -dijo como si una cerilla se hubiera encendido en su cerebro- ¿y si lo tengo en el coche? ¡sigue llamando a ver si está allí!
Y salió tan disparado que olvidó pagar.
Pasaron dos minutos. Sonó Honest with me
- Dime
- ¿Quien eres?
- ¿Como que quien soy?
- Joder, sí, ¿quien eres? acabo de ver tu número aquí
- Kufisto, coño. acabo de llamarte
- Ah, joder, perdona, perdona...
- Vale, vale...
Y por segunda vez en el día que acababa de empezar olvidó pagar.
Entró el ciego.
- Hooola, Kufisto
- Hooola, Paco...¿cafelito?
- ¡Sí!
- Qué tal
- ¡Bien! ¡Dime el numerito de anoche!
- No
- ¡¿Por qué?!
- Porque no me sale de los huevos
- Jujuju...
- Y que sepas que hoy llegarán los doscientos Reduforms que pedí a tu nombre
- Jujuju...¿Y cuanto es la cuenta?
- Pues doscientos por sesenta...12000 euros
- Pues claro
- Luego nos vamos el lunes al mercadillo y los vendemos al doble
- Pues claro
- La mitad pá ti y la mitad pá mi
- Pues claro
- Tu voceando y yo vendiendo
- Claro...dame un vaso de agua, anda
- No
- ¡¿Por qué?!
- ¡PORQUE ESTÁS GORDO Y HOY TE TOCA PESAJE EN LA FARMACIA!
- Jujuju...
- Jajaja...ten, anda, 95202
- ¡Reintegro!
- Cabrón
- Jujuju...
Llamé a mi madre. Ayer les prometí a los loqueros que hoy haría arroz y anoche quedé con ella en que mi hermano y su hijo se traería al mediodía media bandeja de tocino.
- Oye
- ¿Qué?
- Echa la bandeja entera
- Vaaale
Me sorprendió verlos a la hora de su segundo desayuno reglamentario. Casi todos pidieron sanas tostadas de media barra de pan y piramidales cafés con leche, ya fueran enteros o descafeinados. Una vino a decirme a mi barra que la suya mejor de esto antes que de lo anterior que había pedido un par de minutos atrás. Otras dos siguieron sus misteriosos pasos. Uno de los únicos dos hombres, el menos raro, se acercó para rogarme que aguara fría pero levemente su té. El otro, el más raro, un cincuentón desgreñado, permanecía allí sentado mirando en silencio su té rojo con hielo como si Freud estuviera derritiéndose una vez más ante sus ojos.
A eso de las tres y cuarto, ya viendo que mis indecisos loqueros no iban a venir por segunda vez, me comí el último plato que quedaba del tocinesco arroz. Y sí, estaba tan bueno como habían dicho todos los que habían comido de él.
Llegaron dos mujeronas y me puse a hablar, a beber, a fumar y a reír con ellas. La tarde estaba que no sabía si seguir como la mañana o soltar el petardazo. Por tres veces había colocado la terraza y por tres veces había tenido que atortugarla tal y como los mayores que ahora están muertos me enseñaron hace muchos años.
A eso de las cinco fue como si Drácula se acercara en un tren para el pueblo. Todo se oscureció tan de repente que a los tres nos vinieron a la cabeza otros catastróficos oscurecimientos del pasado. Salimos para afuera y apilamos mesas y sillas tal que si fueran piedras antes de la llegada de Asterión, que estamos en La Mancha y aquí ni hay mar donde esconderse ni quedan Borges que lo cuenten.
Y empezó a llover como si Jesús se hubiera olvidado de lo acordado después de la última noche.
Lástima que sólo fueron cinco minutos.
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