- Pero vamos a ver -le dije un día de hace muchos años-, ¿tú qué cojones eres? ¿gitano, quinqui o qué?
- ¡Yo soy MERCHERO! -respondió con cierto notorio orgullo aún bajo su tartamudeo- Los gitanos, ni verlos. Todas las ayudas pá ellos, pá ellos...¡y a nosotros NÁ!
- Jajaja
Jose tiene una madre de 97 años a la que va a ver todas las tardes a la residencia. La llevaron allí hace un par de años, una vez que la hija que la cuidaba en un pueblo de Murcia vio que ya no podía seguir haciéndolo. Es el único de sus hijos que va a verla. Parió dieciocho, sobrevivieron catorce, ya han muerto cuatro o seis y al resto les da miedo verla de lo vieja que está. Pero a Jose no. El otro día me enseño una foto en su telefonillo. Se la veía sentada, mirando la ventana por la que entraba la luz del sol:
- Mira mi madre, Kufistín.
- Ah, pues se le ve muy bien, Jose
- Sí...Está muy vieja pero todavía me conoce
- Bueno, venga, vamos a limpiar la terraza
- Venga, vamos
Jose tendrá cincuenta y tantos años, aunque casi aparenta los de su señora madre; sólo de piel, claro, que parece una puta momia del siglo XXIII, pero aparte de eso tiene una vitalidad que ya quisieran muchos de los que se dejan los ojos en Internet buscando remedios para sus flojas genéticas. Apenas pesará sesenta kilos; se desplaza en una bicicletilla con cajón adjunto para las mierdas que va sacando de los contenedores pero con la que le ves subir cantando por la misma avenida en la que los maillotados domingueros van dejándose el bofe entre espasmos sobre sus pobres bicis de 3000 pavos; no tiene más vicio que el tabaco, ese sí, no tiene remedio. Casi todos sus hermanos tuvieron problemas con el alcohol, alguno murió por él, pero en todos los años que le conozco (que ya son más de treinta) jamás le he visto tocarlo: "Me ponía mu malo, Kufistín, me ponía mu malo, ¡me volvía loco!" me dijo una vez. Tiene una mujer muy simpática a la que siendo niña el borracho de su padre le saltó un ojo de una hostia. No puede tener hijos por no sé qué movida que Jose me contó como cuentan las cosas los inocentes, como si realmente nadie hubiera tenido la culpa, como si fuera verdad que las cosas que pasaron, pasadas están. Al poco de morirse mi padre, hará un mes, me los encontré una tarde mientras paseaba con mi habitual disfraz de los paseos, ese con el que puedo hacerme el loco a voluntad bajo la gorra, las gafas de sol y mi música. Pero no es el caso con Jose. Y vino ella, me dio dos besos y después de darme el pésame casi llorando me dijo algo que nunca olvidaré:
- Estamos aquí para lo que haga falta, Kufisto.
Ni Bach es capaz de eso.
Andaba limpiando el bar esta mañana cuando le he oído llegar con sus frenos y sus cantares. La Velvet ya estaba haciéndolo para mi por todas las fiestas de mañana y le he dicho que aliviara de mobiliario el salón y sacara a la calle lo que anoche, como todos los sábados, se guardó para hacer sitio en el local que tenemos al lado. Yo fregaba el suelo y él sacaba sillas y mesas para limpiarlas como si fueran suyas, o mejor, de un viejo amigo.
- Ya está, Kufistín.
- Pues venga
Le di su tabaco y su dinero, me dio las gracias y lo oí marchar cantando hacia sus cosas igual que había venido.
Después vino mucha gente que no me dieron más que su dinero.
Claro que aquí, en Internet, siempre estaré en modo paseo.
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