Ayer por la tarde, de camino a casa después de terminar mi turno en el bar, lanzado a escribir la historia y ya medio pedo, vi a su sobrino en compañía de dos elementos, dos tirados de la calle que pasan los días bebiendo en la plaza del pueblo del dinero que sacan limosneando por ahí. El chico iba medio sujetando a uno de estos, al que iba en el medio, que era como si llevara una borrachera de espanto y no pudiese ni caminar. Me chocó, pero ya no me sorprendió como cuando lo viera por primera vez el otro día en el lugar de concentración de todos esos. Y no es que yo esperara algo bueno de él, no: desde que le conocí supe que o mucho cambiaba o sólo podría acabar mal. A su tío, el protagonista de esta historia, le llevaban los demonios cada vez que lo veía entrar al bar para sacarle algo de dinero a su tía. Ya entonces, con apenas 15 o 16 años, había dejado de estudiar y no quería trabajar. Y visto lo visto, sigue en el mismo plan. Hay gente que se acostumbra a vivir así desde el principio y ya no puede hacerlo de otra manera. Pegando sablazos, viviendo del cuento, trapicheando lo que sea, con unos y con otros, pero ya hecho un desgraciao para siempre. Metí primera y dejé atrás el paso de cebra por el que acababan de cruzar, pensando en quien tuviera la desdicha de tener que aguantarlos aunque sólo fuera un rato.
Esta mañana desperté realmente malo, enfermo después del atracón de whisky, tabaco y pizza, cosas todas que evito porque me sientan mal y sin embargo vuelvo a ellas; mejor dicho, a las dos primeras, porque lo de la pizza de anoche sí que fue algo inaudito de verdad. Pero estaba tan borracho que algo había que comer para seguir bebiendo. Y no se me ocurrió nada mejor que lo peor. Con todo, aún con el tremendo malestar que tenía, me he comido un trocito al ir a la cocina. Y ya tan malo como podía estarlo he decidido que lo mejor era una buena ducha si quería empezar a funcionar. Yo el único milagro que conozco es este, el de la ducha: por muy mal que estés, cansado o enfermo, resacoso o triste, date una buena ducha y todo irá a mejor.
Ya en el bar no me ha dado tiempo a nada. Hoy iba con la hora más que justa y no podía ni confiar en que Jose "el de los catorce" hiciera acto de aparición con su bicicletilla para echarme una mano con el mobiliario y colocarme la terraza a cambio de un paquete de tabaco. Todo he tenido que hacerlo yo y todo lo he ido haciendo con la extraña concentración que caracteriza a quien se fustiga a sí mismo por sus errores pidiendo una ración extra de mierda. Y en esas andaba, liado de acá para allá, cuando ha llegado el actor principal del día de hoy.
Yo sabía que estaba jodido, pero no tanto. Nada más verme se me ha echado encima para darme el pésame por la muerte de mi padre. Entre sollozos, lágrimas, me ha dicho una y otra vez que no se enteró hasta hace unos días, que mi padre era un gran hombre, "uno de los de antes" y que esta puta vida era una puta mierda y que siempre se iban los mejores y todo eso. Poco a poco, con cierta delicadeza, he podido desembarazarme de él y ya un tanto más tranquilo cada uno ha seguido su marcha, yo trabajando en lo mío y él en lo suyo bebiendo cerveza: eran las once y media de la mañana y yo tenía la sensación de que no era la primera que se tomaba. De vez en cuando lo miraba desde la cocina y no hacía más que certificar que de verdad ese tío estaba bien jodido.
Tendrá unos cincuenta y pocos años. Su mujer se separó de él hará cosa de un par, hundiéndole en una depresión de caballo que lo tiene medicado, según me ha dicho luego. Tiene una hija que muy pronto será mayor de edad y que ha decidido irse a vivir con él porque desde la separación no aguanta a la madre, que ha rehecho su vida con otro tío. En fin, y para no cansar: el divorcio fue de los que se dicen traumáticos, dejándolo a él más acabado que la Falange.
Resulta tremendo ver llorar a un tío mayor que tú. Tremendo, casi que doloroso. Y no es que hayamos tenido una relación de amistad o parecido, no...Era un cliente habitual desde hace muchos años y charlábamos un poco de rocanrol, fútbol y poco más. Su mujer tenía un buen cuerpo, se cuidaba bastante, y seguramente fuera una más que buena folladora. Era simpática pero falsa, eso se notaba a la legua. Siempre parecía estar flirteando contigo, hablando como con segundas intenciones, permanentemente sonriente...No recuerdo verla seria nada más que ya muy al final de su relación, cuando tuve que asistir a algunos buenos encontronazos del par de dos. Por cierto que era ella la que trabajaba y llevaba el dinero a casa; el se quedó en el paro unos años atrás y no había vuelto a trabajar sino muy esporádicamente. Yo, todos, suponíamos que debía darle bien lo suyo a semejante jaca, porque sino no se explicaba: sabido es por todos que estando bien descansado es como mejor se folla.
El dolor ajeno es algo que visto en primera persona no se lo desearías ni a tu peor enemigo. Yo recuerdo haber pensado alguna que este tío era medio tonto, que era increíble, injusto, que alguien así pudiera llevar la vida que llevaba: sin trabajar, follándose a una buena hembra y siendo padre de una adorable criatura. No es que me cayera mal, tampoco bien, pero yo me veía a mi (por entonces un poco menos hundido de lo que ahora lo está él) y se me llevaban los demonios. Hoy, al acordarme de esto, no he sentido ningún placer en ver como ha cambiado su cuento. Ninguno. Y esto es una buena lección.
Cuando alguien está en ese estado en tu bar uno no sabe lo que hacer. No puedes echarlo porque lo conoces; no puedes ignorarlo porque puedes herirle; no puedes ayudarle porque estás trabajando; no puedes decirle que no le pones de beber porque se enfadará; no puedes...A veces ser camarero es algo tan difícil como desactivar bombas a contrarreloj.
Hemos tenido una buena mañana. El furibundo viento de estos días se ha aplacado y la gente se ha animado a salir a tomar el aperitivo. La mayoría de mis clientes se han quedado en la terraza, claro, con lo que la lamentable figura de este hombre destrozado no ha hecho más mella que en mis deseos de que se fuera, pues uno nunca sabe en tales circunstancias. Y así han pasado las horas hasta que a las cuatro y media, por fin, se ha ido después de siete u ocho cervezas, nada de comer y algunas confesiones una vez acabado el jaleo en el bar acerca de donde venía, a quien había casi pegado, la cantidad de pastillas que debe tomarse al día y los efectos que le causa el no hacerlo y un persistente deseo de morirse, cosa que hará una vez su hija cumpla los 18 años de edad.
- Deberías irte a descansar un rato antes del fútbol, Ángel, que sino vas a llegar reventado para verlo,..
Una cerveza más y media hora después se ha dado cuenta de que yo tenía razón.
Ha salido a la calle, ha cogido su coche y se ha marchado.
Viendo lo que es el mal sabes que desearlo, aunque sea en un momento de debilidad, es una bajeza.
Eso es lo que es.
Y si no podemos ser buenos, al menos no queramos ser malos.
Aunque de hijoputas esté el mundo lleno.
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