sábado, 8 de abril de 2017

ENCADENADOS

Bueno, hay días que son como la creación de la Tierra aunque te pongas la gorra y las gafas del sol hasta para salir a comprar el tabaco del bar.

Desperté a la misma hora de todos los días, también sin darle tiempo a Dylan a que lo hiciera por mi. Bebí un trago de agua, fui a mear y tiré de la cadena mientras me lavaba la cara. Me vestí y le di un beso a mi madre. Hoy no tenía puesta la radio. Buena señal.

Ya en mi casa desayuné, cogí las cosas y tiré a la gasolinera para comprar los periódicos del bar. En un descuido miré una de las portadas. Tuve que darle caña a los King Crimson para olvidarme de ella.

Y a toda leche, como me gusta conducir cuando acabo de despertar, llegué al bar.

Hoy no estaba el ciego esperándome en la puerta. Sabe que los sábados abro más tarde y ya ni lo intenta. No deja de ser un descanso. Encendí la cafetera e iba a poner a la Velvet para ir limpiando cuando vi que Internet no funcionaba. Apenas eran las siete y media y ni se me ocurrió llamar a nadie. En silencio coloqué las cosas, fregué los suelos y las paredes de los wateres y me fui un rato a andar por el sol. En silencio dejé atrás el cementerio y sólo entonces recordé que mi padre ya lleva algo más de un mes allí. Luego vi unos pájaros grandes, muy grandes, andando por el seco caudal del río y me extrañé. Un par de segundos después echaron a volar y me di cuenta de que eran patos. Patos. "Joder, eran dos patos" Volaron torpemente, pero volaron hasta que mi dolorido cuello no dio más de sí. No me gusta pararme al andar ni cuando veo algo que nunca he visto. Me tomé la olvidada pastilla y seguí caminando.

En el súper compré lo del bar y lo mío a cuenta de aquel. Ya van dos veces. Ya no puede ser de otra forma. Es poco pero sigue siendo demasiado para alguien como yo. La chica de Atención al Cliente me hizo la factura y me fijé que está engordando. Parece aburrida. Es como si fuera dándose cuenta de que ya no la miran tanto. De todas formas le eché un vistazo a sus recatadas tetas del trabajo. La compasión de los otros puede ser una buena pastilla para quienes empiezan a saber lo que eso significa.

Volví a casa, me duché, no me afeité y esta vez sí estaba esperándome el ciego fumando como una chimenea junto a la puerta. Le saludé en árabe, o así lo imagino; él me echó la bronca de los sábados, yo le respondí como un moro loco y ya riendo entramos al bar. Puse la tele en una emisora de radio musical con parecido cuidado que llevo con los periódicos y abrí las puertas a todo lo que dan.

La mañana pasó sin más novedad que la visita de uno de mis clientes de fin de semana, un enfermo de cáncer que había dejado de ver desde que me dio el pésame por mi padre. Ya pensaba que no iba a venir más. Cuando uno está jodido de esa manera, aún habiendo "superado" la enfermedad como él, no es fácil seguir como si nada. No, no debe de serlo. Uno se vuelve supersticioso cuando el globo va llevando demasiados agujeros para los cuatro dedos que tenemos.

El fútbol madrileño barrió mi tarde como lleva haciéndolo desde hace unos cuantos años. Tampoco pasa nada, apenas son un par de horas y te quitas de pagar el dinero que no tenemos y la gente que no nos quiere nada más que para seguir alimentando su estupidez y mis nervios. Si esto me lo hubiesen dicho hace treinta años, cuando yo era un chico, simplemente no habría podido entenderlo. Pero el tiempo es algo así como un niño que llora por la noche.

Una pareja de amigos llegaron con sus dos pequeños, todavía dormidos. Se sentaron en la terraza y me senté con ellos. Al poco, no habían pasado ni dos minutos, vimos acercarse a otra que extrañamente venían sin los suyos. Él estudió conmigo cuando éramos chavales. Un chico de familia bien. Un buen chico. Es igual que entonces, sólo que con una mujer rubia de metro ochenta y un par de hijas que hoy estaban con sus padres. Y han venido aquí. Nos hemos saludado, me han preguntado, y enseguida me he metido adentro para dejarlos con la otra pareja. Mientras esperaba su entrada me he acordado de aquella vez, cuando estudiábamos con los curas, en las que viendo mi carpeta de macarrilla, llena de fotos de jevis y sus groupies, me dijo que esas tías no valían dos duros. Es como si las estuviera viendo ahora mismo...

Los padres de los pequeños acabaron pasándose también para adentro al cabo de un rato. La tarde era buena pero no tanto como para estar sentados donde ya no alcanzaba el sol. Los chicos se fueron despertando; el primero con Iggy Pop y el segundo no me acuerdo. Al principio no hacía más que llorar el pequeño o buscar los brazos de su padre el grande, el que siempre anda detrás de mi menos cuando se acaba de despertar. Así estuvieron quince minutos. Hubo un rato que el padre tuvo que coger también al pequeño. Yo estaba en un extremo de la barra y me fijé como cogía a los dos y los sentaba en la barra agarrados a su cuello. Me acordé del mío y de mi hermano. Luego, ya viéndose muy lejos de donde habían estado soñando, empezaron con sus juegos y el grande, ya sí, pasó a la barra a pedirme cosas.

Y fueron pasando los Black Sabbath, Tom Petty, Led Zeppelin, Frank Zappa, Fleetwood Mac...

Y entonces entraron tres chicas.

Al principio no me di cuenta, pero pronto me la di de que una era ella, la que pudo haber cambiado mi vida hace más de veinte años.

Hacía tiempo que no la veía, quizá un año, puede que algo menos, no sé...el tiempo es como una película de sobremesa en Antena 3.

Tres cafés descafeinados.

Ella vino y me besó dándome el pésame.

Hablamos un poco y después fue a sentarse con sus amigas.


Cogí un vaso y me serví un whisky. Fui a la máquina del tabaco y pillé un paquete de Lucky. Salí afuera y encendí un cigarrillo. No me supo tan bien como hubiera sido de esperar después de dos meses. Tampoco el whisky estaba tan bueno. Tuve que ir al water. La mierda salió como si hubiera estado secuestrada. Pero en media hora cayeron otros tres y un par de cervezas.


El tiempo es un pretérito imperfecto del subjuntivo del verbo cagar.




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