El día se va yendo con otra amenaza fantasma, gracias a la vitamina C. Bueno, puede que se hubiese ido igual sin ella, eso ya no lo sabré y ya no recuerdo bien si alguna vez lo supe; son tantos los bálsamos que buscan quienes no nacieron de pie que uno no sabe si alguna vez valieron para algo o si lo hicieron un tanto fue porque creyeron en ellos durante algún tiempo.
Ayer salí en camiseta a andar y en mitad del camino sentí un poco de frío. Hasta ese momento había sido un paseo estimulante, fortificador, pero bastó poco (nada para muchos y demasiado para muchos más) para hacerme dudar si sería conveniente seguir o volverme a casa por el camino más corto. A punto estaba de tomar este, cuando un camión esperó a que cruzara el paso de cebra que tenía delante, impidiéndome cambiar de dirección. Hubiese bastado con esperar y dejarle pasar a él, pero quien ve señales hasta en los desiertos es alguien muy dado a respetarlas, como si tu camino fuera cosa de accidentes más que de ninguna otra. Seguí adelante. Más tarde, ya cerca de la recta final y sin obstáculo que lo impidiera, acorté el trayecto por una de sus salidas de emergencia.
Dormí bien, o eso pensé al despertar, por primera vez en un par de semanas, aunque pronto me di cuenta de que estaba como resfriado. El buen sueño sólo había sido eso, un sueño. Cogí mis cosas, llené una botella de agua con una buena cucharada de vitaminas y me fui para el bar cuando todavía era más de noche que de costumbre.
El primero en llegar fue ese pobre viejo que viene cuando tiene que traer a su mujer al médico. Hoy no venía solo. Le acompañaba un mostrenco de unos 40 años de aspecto muy descuidado que enseguida supe era su hijo tras las explicaciones que me diera la última vez que estuvo por aquí, cuando casi se fue borracho a las 9 de la mañana después de cinco o seis copas de licor de hierbas. El buen hombre no dejó de contarme su historia entre trago y trago. Un hombre normal no necesita mil mañanas para contarla. Se casó a sangre y fuego con una de su clase y penando mucho tuvieron y criaron cinco o seis hijos. La mujer llevaba no sé cuantos años enferma y ahora le habían diagnosticado un tumor en la mama que no le había impedido seguir fumando como una carretera. Él se había quitado hacía veinte años pero no había podido convencerla, se ponía echa una furia, dejaba de ser ella para transformarse en una especie de demonio contra el que no se podía hacer más que acatar sus órdenes. Y así, de esta manera, sin exorcista alguno a mano ni santo o virgen lo suficientemente potente, no le quedaban más cojones que seguir comprándole tabaco a la mujer de su vida que desde hacía tanto tiempo no era más que piel, huesos y todos aquellos recuerdos. También me contó que uno de sus hijos, sin duda el de hoy, todavía vivía con ellos sin hacer otra cosa que fumar y vaguear por la casa. Al final, puede que un poco antes, se me echó a llorar. Y después, ya liberado por su hija en la guardia de la enferma, se fue para irse en el coche a su pueblo a descansar. Hoy sólo se ha tomado una. Hoy la operaban. Pero, ¿de qué sirven los cuidados de los otros cuando uno no sabe cuidarse? ¿de qué vale cuidarse cuando quien quieres no quiere cuidarse? Hoy lo he visto más triste que nunca. Ha sido como si ya no supiera qué querer. El límite de la gente llega cuando ya no pueden mirar atrás de tanto como les duele el cuello.
El chaval que vino después ya venía por aquí incluso antes de que yo estuviera. Por aquel entonces eran una cuadrilla enorme de chicos y chicas de apenas 20 años que estaban juntos y revueltos, todavía buscándose los unos a las otros, aunque ya bastante enfilados, pues todos ellos eran lo que sin ninguna duda podemos decir buenos chicos, salvo uno que en el pecado llevó, llevará, la penitencia. Pasaron los años y hubo alguna pareja rota, no muchas más, y vinieron los casamientos y los niños, que ya se sabe que eso es lo normal entre la gente normal. Con la nueva situación, como es lógico, dejaron de visitarnos tan a menudo, pero de vez en cuando siguen encontrando un hueco para salir y tomar algo, si ya no todos juntos sí casi todos, cosa admirable para alguien como yo, tan acostumbrado a la amistad de bar que apenas recuerdo si alguna vez hubo alguna fuera de allí.
Me ha extrañado verle y se lo he dicho.
- ¿Como tú por aquí a estas horas?
- De hospitales...
Enseguida he pensado en sus padres o algo así. No me había dado tiempo a mirarle bien.
-...mi mujer...La han operado de un tumor en el útero...Se lo han quitado entero para mayor seguridad...Tuvo unas molestias, un dolorcillo, y le encontraron un quiste hace un mes, lo analizaron y vieron que era maligno, así que en una semana ha ido todo para adelante...Seis horas de operación y otras seis de post operatorio...
Me miraba sin parpadear, muy serio, con los ojos bien abiertos. Yo apenas lo reconocía. Él sabía que nosotros acabamos de enterrar a nuestro padre por una historia de esas.
- ¿De qué era el de tu padre? -me ha preguntado
- De pulmón. Luego tuvo metástasis al riñón y ese fue el que se lo llevó...Bueno, al menos habéis tenido hijos antes -dije sabiendo que es padre aunque no de cuantos.
- ¡No, no...eso es igual! Lo importante es ella...lo importante es ella...Que se ponga bien y ya está.
- ¿Cuantos años tiene?
- Treinta y seis...
- Es joven y fuerte, se recuperará.
- Sí, claro...
- Mi padre me lo decía cuando iba a la quimio y todo eso...La cantidad de gente. Y cada vez más joven...
- Sí...
- Para estas cosas lo mejor es la operación, extirparlo, así se evita lo otro...
- Claro, claro...Por eso han dicho de que lo mejor era quitar todo el útero, para no tener sustos después...
- Claro, claro...
A mediodía fui a hacer unos recados y aproveché para descansar un rato en casa. Tumbado en el sofá sentí como si aquella amenaza fantasma fuera siendo más real. La combatí con una buena ducha y otra botella de vitamina C para el camino que todavía faltaba. Y como por arte de magia, al rato, desapareció. ¿La ducha? ¿la vitamina? ¿todo lo demás?
Por la tarde, ya después de comer y de dar sus cuatro cafés, rodeado por los fantasmas de siempre, me senté ante el ventanal para ver lo que pasaba. Y fue como ver una película de Ingmar Bergman en un cine vacío de Suecia.
Un pajarillo hacía por levantar su vuelo tirado en la calzada. Salí y vi que tenía un ala rota. Luchando por su vida, revolcándose como podía, agitando nerviosamente su única ala buena, hacía lo imposible para seguir adelante. Lo cogí y con cuidado lo puse sobre la mediana, en la hierba, junto a un árbol. Allí habrá muerto mejor.
La tarde, tan gris y plomiza como cuentan en los libros que otros escribieron, me esperaba también a mi cuando salí del trabajo.
Y no había hecho más que empezar a andarla, esta vez bien abrigado, cuando regresé y me puse a escribir.
Demasiadas señales para quienes nacimos de culo.
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