No me cagué en Dios porque eso es cosa de chicos y de hombres de poco seso, aunque ya creas lo mismo en él que en un telediario. De todas formas no lo dudé ni un momento, como diría la tía de ese chisme que hace el vacío en las bolsas donde guardar los alimentos sobrantes para conservarlos frescos en uno de los promocionales de EHS que, religiosamente, pongo en la tele desde que abro a las siete y media hasta que empiezo a poner música a eso de las once, cuando ya dan paso al fútbol o a una especie de Días de cine que es oírlo y alterárseme los nervios. Una vez pasó uno, un tío con pintas de borracho desocupado de bar de al lado que había tenido que cerrar, y mientras trasegaba su reglamentaria copa de anís mirando los fantasmas que había en derredor me dijo que si podía poner otra cosa.
- No
Tardó cero coma en irse y no volver más.
Otras veces, en otras circunstancias, con otros clientes, no tengo ningún problema en coger mi hato e irme al otro extremo de la barra. Pero esta no iba a ser una de ellas. Extendí el puto paño en mi sitio, pasé a la cocina, cogí el perol y lo estampé contra la barra.
- ¡A comer! -le voceé a mi hermano. Y, obediente como suele serlo con su hermano mayor siendo él el pequeño, se sentó a mi lado cuando oyó el tono en que lo decía.
El rumano, a un codo de distancia mía, se entretenía silencioso con su móvil; el otro, la otra, no paraba de hablar gilipolleces por el suyo como si alguna cámara de Telecinco andara cerca. Yo empecé a tirarle a saco a la comida como si no hubiera hecho otra cosa en mi vida, que, básicamente, era lo que había estado haciendo en el continuo del espacio-tiempo de mi memoria en ese momento. En estas estaba, tragando como un sentenciado a muerte dentro de 40 años, cuando el rumano preguntó si dábamos comidas.
- No
Bueno, técnicamente no damos comidas pero hay tapas con las que los clientes adecuados pueden comer si yo quiero.
No dijo nada y siguió a lo suyo. La otra, el otro, seguía a su marcha como si no estuviera allí, como si mi bar fuera su bar, como si mi bar fuera el bar de otro, como si mi bar fuera un condón de un mediado paquete de condones, como si mi bar fuera una llamada oculta.
Se fueron. Terminamos de comer entre las inocentes risas de mi hermano. Luego se fue él también y ya me quedé yo solo. Y empezó a correr el aire.
Salí afuera. El viento soplaba como tuvo que soplar aquella vez que tiró aquel muro que mató a un primito mío cuando él y y yo eramos chicos. Pasé adentro y saqué un paquete de tabaco. Me serví una cerveza y me hice un pito. A veces hay que hacerlo aunque ya no lo hagas. O ya no como antes.
Y entonces vi la llamada de anoche, cuando demasiado reventado para dormir en la cama suplente tuve que levantarme y ver la segunda parte del partido del Madrid, "hola, don Kufisto, somos del banco..." Una mujer. Mi cuenta. Números rojos. Recargo bestial por un miserable descubierto. "No tenéis vergüenza. Adiós, buenas noches" Gol de Cristiano. Mi esperanza por un cigarrillo, como si no supiera lo que viene después...
Expulsión del bravo Vidal y prórroga. Fin. Game over. Como aquella vez con el Atleti. Como aquellas veces con el Atleti, Es el Madrid. El Madrid nunca pierde. El Madrid gana hasta cuando pierde.
Me fui a la cama cuando marcaron el tercero. Ya había que ver lo mismo que aquella vez en Lisboa, cuando mi padre
me llamó después del gol de Sergio Ramos. "¿Lo estás viendo?", "¡sí, joder, lo estoy viendo, me cago en la puta...!" Él del Bilbao, yo de la Real, pero también del Atleti, del Bayern, del Barcelona, de Coldplay antes que del Real Madrid de Florentino...Era la una y media cuando dejé de mirar el suicida enroque de Fischer frente a Gligoric en la ronda final de Portoroz.
Todavía no había alcanzado a fumar la mitad del cigarrillo cuando han llegado dos chicas, dos clientas, dos mozas viejas como yo. Ayer por la tarde me las topé mientras andaba cerca de Urgencias. Yo iba escuchando a Bach, mirando a uno que nerviosamente estaba hablando por teléfono con un cigarrillo en la mano. Justo al cruzarnos me di cuenta de que bajo sus gorras y gafas eran ellas las que venían de frente. Quizá me saludaron, puede que no, pero yo seguí adelante con la duda. Y hoy, cuando las he visto pasar, se lo he dicho. Y sí, eran ellas.
Dar explicaciones es perder dos tiempos; y si en el ajedrez es dramático perder uno con según quien, en la vida se pierden mil si hacen falta cuando uno es de la Real y el otro no es del Madrid. Y estas buenas muchachas no lo podrían ser aunque quisieran.
- Kufisto, te doy el pésame por tu padre...Me enteré el otro día...
- ¿Eráis vosotras las de ayer, no?
- Sí
Y hemos hablado un rato de los cánceres que han matado a quienes nos dieron la vida.
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