viernes, 2 de agosto de 2019

MALEDICENCIA

Parece que Paco ha llegado al final de su escapada. Hoy se fue del bar sin pagar, calle abajo, hacia la farmacia donde le pesan cada quince días, una de sus torturas más dolorosas durante estos últimos años. Salí a la puerta cuando él había hecho un alto en la esquina, apenas separada de nuestro local por unos veinte metros. "¡Paco!" le llamé y no oí que respondiera nada ni se dio la vuelta. Se quedó ahí, creo que sin fumar, sólo recuperando el resuello por los veinte metros andados. Grité su nombre y no reaccionó. Era tan extraño como lo había sido su primer simpa; o como lo fueron sus dos equivocaciones con los billetes en estas dos últimas semanas, algo impensable en él, siempre tan cuidadoso con el dinero; o el fallo de memoria al recordar el número de teléfono que yo tenía que marcarle, cosa verdaderamente inaudita en su memoria, tan prodigiosa para recordar fechas señaladas, números de nueve cifras y cualquier otro dato de interés para quien como él ve la vida exterior por el sonido que hace su bastón en las aceras del pequeño mundo donde nuestro bar tiene un lugar preferente...Pensé en acercarme a decirle algo pero había gente en el bar y no podía dejarlo sin saber lo que me iba a encontrar. Ya volvería del pesaje.

Alguien me dijo después que uno de los vecinos del bloque había comentado ayer que Paco era un borracho. De siempre torpe para manejarse con la ceguera sobrevenida a los 17 años, casi cuarenta más tarde está mucho más gordo y cada vez peor físicamente por la insuficiencia respiratoria derivada del consumo compulsivo de tabaco, que según me confesó hace algunos días le ha dejado con un 40% de capacidad pulmonar. Pero Paco no le hace caso a nadie, ni a su madre. Y esta falta de oxigenación no sólo le afecta a las piernas sino, claro está, a la cabeza que falta del oxígeno necesario para el correcto funcionamiento cada vez va yendo a peor, hasta tal punto que algún malicioso subnormal puede llegar a pensar que la desorientación exhibida por el pobre ciego se debe al consumo de alcohol que, sin duda alguna, le sirven en el bar de Kufisto, pues como todos saben no sale de aquí y tal y cual.

- ¿Quien te ha dicho eso? -pregunté. Paco no bebe nin gota de alcohol-
- Uno del bloque, no creo que lo conozcas -respondió
- Bien, pues la próxima vez que lo veas le dices de mi parte que es un hijoputa, tal cual. Y que si tiene algo que decirme que venga aquí y me lo diga si tiene cojones.

Vi pasar a la madre de Paco por la puerta. Entró y preguntó por él. Le dije que se había ido a la farmacia y la anciana señora se marchó hacía allá. Y entonces lo vi claro, salí tras ella y le dije que entrara un momento al bar para contarle algo importante. Y se lo conté.

- Canallas...canallas...¡ir diciendo eso de mi pobre hijo!

No estaba dispuesto a esperar que se enterara por otros. Ella me conoce, nos conoce, y sabe que nunca haríamos eso con Paco. Pero la infamia o la atajas de principio o puede liarlo todo si la dejas correr. Y no estoy dispuesto.

Una media hora más tarde llegó Paco en compañía de su madre y su hermano pequeño, un guardia civil a quien sin duda había llamado la señora tras nuestra conversación.

- He bajado tres kilos, Kufisto -dijo Paco exhausto por el esfuerzo. Se apoyó en la barra y liándose un poco pidió café para él y la madre- ¿Tú no quieres? -le preguntó a su hermano-
- No, yo no quiero -respondió con dulzura-

Los rostros reflejaban un dolor tan grande que nadie fue capaz de decir nada más.

- No encuentro la cartera -dijo al ir a pagar- La habré perdido por ahí...
- Paco -dije yo-, esta mañana se te olvidó pagar y salí enseguida que te fuiste. Y ahí afuera no había nada
- Pues no sé...No sé donde está...No la encuentro...

Miré a la madre y bajé la vista al encontrarme con sus ojos.

- La tienes aquí, Paco -le dijo su hermano echándole mano a uno de los bolsillos copados por paquetes de tabaco- Tómala.
- Ah, sí...Cóbrate, Kufisto.

Pagó, se fueron y al instante supe que ese mediodía no lo vería por el bar.

Luego también supe que tampoco lo vería por la tarde a la hora del café. Y así fue.


Y ahora sé que mañana, a eso de las siete y media, cuando llegue al bar para limpiarlo con la ayuda de mi buen Josemari no estará Paco esperando en la puerta. El ciego y el gitano montando guardia en el bar de Kufisto. ¿De qué hablarán mientras llego? ¿de si habré pasado una buena noche, si habré dormido bien y estaré de buen humor o por contra vendré masticando almendras sin ganas de hablar con nadie tras una noche de esas? Josemari canta fandanguillos y le pide un cigarro a Paco que casi siempre le da. Luego él le traerá un mechero del estanco cuando vaya a por el tabaco del bar, aunque sólo si está la chica, si está el jefe no, que le dice que si se cree que los mecheros están para regalarlos...Pasamos adentro y Josemari baja un taburete de la barra para ponérselo a Paco, que pronto se saldrá a fumar. Josemari abre las puertas y empieza a sacar la terraza. Paco pide el primer café y comienza el bombardeo habitual de preguntas y respuestas mientras preparo la barra y la cocina. Vienen las bromas y las peticiones de llamadas, a este o al otro, al que sea que le coja mi teléfono. "Marca este...ahora este a ver...este otro" Luego llegará alguien. Josemari ya está fregando, cantando sus cosas, diciéndole gracias a Paco, que se ríe. "¡Ya verás, Paco, te voy a traer los churros más grandes de la churrería en cuanto me mande Kufisto" "¡Y calientes!" "Eso, y calientes...Dame una cigarra, Paco de mi alma" "Toma"...


- Paco está malo, Kufisto -me ha venido diciendo Josemari todos estos últimos días-
- Sí lo está, Jose, sí lo está


Todos lo hemos notado. Todos excepto quienes no se preocupan de él. Esos prefieren ir diciendo por ahí que es un borracho.

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