domingo, 18 de agosto de 2019

DESDE LA GRADA

A punto he estado de ir a la presentación del equipo de fútbol del pueblo. Esta mañana pasé por el campo y leí el cartel anunciador. La entrada era gratis y la hora no mala, las ocho de la tarde. Hará más de diez años que no voy. Uno de la directiva venía por el bar y por dos o tres temporadas sacamos el carnet de socio. No es que fuera todos los domingos pero tampoco era raro. Aquello estaba todavía más desangelado de lo que pensaba. La gente, "la afición", prefiere ver el fútbol de los grandes por la tele antes que presenciar in situ al equipo de su tierra. Recuerdo que de chico no era así. Tampoco muchas otras cosas. No es que cambien, más bien se diluyen hasta la insignificancia, como si lleno ya el vaso el agua se vertiera en un recipiente mucho más grande, tan grande que ni nos habíamos dado cuenta de que estábamos dentro de él.

Iba con mi novia y una amiga suya. Por no ver a nadie nos sentábamos en una pequeña grada que hay tras una de las porterías. Allá en la tribuna uno podía encontrarse con cualquier gilipollas del país y no había necesidad de tentar a la suerte. Son cuatro pero pareciera que también es suyo el equipo del pueblo. Van sólo donde hay gente ante la que figurar. Todavía quedan Fanuccis por los pueblos de España. Saben de todo y todo lo desprecian. Siempre van en camarilla y a la bola que les den los otros. Todo es mamoneo y chismorreo. El agua mala mañana puede ser buena y al revés. Todo es cuestión de saber donde y cuando hay que poner el cazo. La gente confunde el sólo interés y el cálculo con la magnanimidad. Es tan triste y descorazonador...Y son los amos del pueblo.

Recuerdo que allí, tras la portería, estaba la peña joven del equipo, nada del otro mundo. Eran poco más de diez o doce chiquillos con un bombo que aporreaban de vez en cuando, no fuera a ser que alguien les llamara la atención a voz en grito desde la tribuna. Tan sólo cuando la situación lo requería golpeaban el instrumento con todas sus fuerzas, así como palmeaban la pequeña valla que rodea el campo de juego. Era curioso porque el más activo de todos ellos era una chica, una muchacha de doce o trece años que se tomaba muy en serio su función. Yo creo que era la única persona que sufría por todo aquello. Podías verle la cara de preocupación en los momentos malos y el arrebato en los buenos. Gritaba hasta desgañitarse, ya fuera insultando a los de fuera o animando a los nuestros, de los que conocía todos los nombres. Había uno, un colgaete, que le dio por dejarse media barba, es decir, media cara barbada y la otra media afeitada. Y esto unido a la melena y a lo brutote que parecía y era hacía que la muchachada lo hubiese adoptado como ídolo. Apenas sabía darle una patada a un bote pero repartía estopa sin contemplaciones, muy en su papel, cosa que enardecía a las masas como no podía ser de otra manera. Pero al ser tan bestia apenas salía de titular por el peligro de quedarte con uno menos a las primeras de cambio, aunque casi siempre entraba sustituyendo a alguien a petición de la afición.

El partido solía acabar mal y el público se marchaba con esa especie de resignación que traen las últimas horas del domingo. A paso lento y sin muchas ganas la gente se iba a seguir con su vida a otra parte. Era como si a pesar de todo no tuvieran deseos de irse de allí. Quizá lo que les esperaba fuera era todavía peor. Allí, en el campo de fútbol, más o menos podían hacer y decir lo que les saliera de los cojones. Fuera la cosa cambiaba. Ser libre por un rato aún en el aburrimiento es mejor que estar encadenado a las obligaciones contraídas.

Salíamos de los últimos, sin prisas. Algunos todavía se entretenían a las puertas del campo comentando a voces esto y aquello. La mayoría subía a sus coches y se incorporaban a la circulación como si no fuera con ellos. Era el último acto de rebeldía antes de volver a ponerse la careta. La autoafirmación en el acelerador con punto muerto y la negativa a accionar los intermitentes.

Del campo nos íbamos a tomar algo o tal vez a mi casa o a la suya si no estaban sus padres. Ya no me acuerdo bien. Todo se difumina hasta casi el olvido. Quizá sea lo mejor.


Al final no he ido. Hoy he andado demasiado. Tenía que sacar fuera todo lo que anoche metí dentro.


Estoy tan cansado...

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