domingo, 18 de agosto de 2019

LIBRE

La noche es larga y caliente. Aquí no duerme ni la gata y no queda casi cerveza. Sigo solo e insomne y si imagino salir para no estarlo enseguida se me va de la cabeza. Haría falta un poco de whisky para eso. Si no, no salgo. Y no tengo. Ese sí que lo tiré.

Tengo una gata que está loca por irse de aquí. Ando con mil ojos con las persianas y las puertas. Cuando la encontré, cuando me encontró, fue como una mutua iluminación: ella no hacía más que entrar al bar y yo la echaba una y otra vez. Le puse de comer ahí afuera, en la acera...un poco de leche y eso. Era una blanquísima gatilla de asustados ojos azules que no le hacía ni caso a la leche por el miedo que tenía. Sólo quería pasar adentro, al bar, conmigo, escapar de todo lo que le había llevado hasta allí.

Una y otra vez, hasta seis (las conté), entró al puto bar. A la séptima, viendo como se escondía tras la tragaperras quizá pensando que allí no podría echarle mano, me dije que si aguantaba la llevaría a casa. Y aguantó. La agarré al salir y me la llevé a casa.

Luego se fue por una ventana en un descuido que al principio me pareció magia y al cabo de tres semanas, cuando ya la había dado por muerta, en puertas de la primera gran helada de aquel otoño, la recuperé gracias al buen corazón de una mujer que nunca me había sido simpática. Era de esas que tú siempre pensaste era una bruja y luego resultó ser un hada madrina. A veces, durante esas noches perdidas, me acostaba en la cama y pensaba en lo que daría porque andara jodiéndome por ahí con sus pequeños miaus. Algunas hubo en las que me rallé de más. Algunas hubo en las que me cagué en Dios al comprobar que la magia sólo se debía a un puto descuido. Pero durante unos días casi me volví loco hasta dar por donde se había ido. Os juro que llegue a pensar que había un portal interdimensional en mi puto piso. No podía explicármelo.

Cuando volvió condené su vía de escape tras escapárseme por segunda vez. Era la ventanita del salón que daba acceso al tejado, Había sido por ahí las dos escapadas. Esa vez volvió por la ventana de mi habitación, la agarré y la metí para adentro jurando que jamás en la vida se me iba a volver a escapar.

La noche cae y cae y esto es un horno de persianas bajadas. Dudo hasta de los saltos de tres metros para arriba. Ella podría hacerlo.

Ya no la dejo dormir conmigo. Es abrir la puerta de mi habitación y salir disparada hacia la ventana que da acceso al tejado. Está ahí, esperando que abra, para encontrar su única vía de escape en estos días de verano. Yo le meto el pie y se echa para atrás gruñendo mientras cierro la puerta. Lo pasó muy mal en aquellas tres semanas pero lo olvidó pronto. La libertad es una cosa brutal. No hay cosa mejor que ser libre.


Libre. Dueño de tus puertas y tus ventanas. Libre.


Y esas pocas horas libres valen por una vida de esclavitud.

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