A veces tuve ganas de saludarle. Sí, ya no, son demasiados años sin haberlo hecho, quizá ahora pareciera fuera de tiempo, o puede que no, puede que ahora fuese el momento, ahora que ha pasado el tiempo conveniente, el tiempo suficiente como para poder saludarse, como para preferir un no por respuesta que un no sé si me lo devolverá.
Cuando yo era joven y empecé a subir los molinos saludaba a todo aquel que iba encontrándome. La mayoría devolvían el saludo, pero algunos no y esto era algo que me hacía mucho daño. Algún tiempo después inicié a hacerlo con los auriculares puestos y sólo al principio seguí como antes. Más tarde, cuando ya fue rutina, dejé de saludar a nadie que no lo hiciera primero. Y al final, ahora, miro al frente cuando veo que se aproxima alguien por el otro lado del camino.
A aquel viejo, a ese viejo, sólo lo he visto por las afueras del parque. Hay un paseo que lo bordea por el que casi siempre empiezo el mío y es allí donde invariablemente nos encontramos. Hace ya muchos años de esto. Muchos años...
Tiene un andar pesado, cansado, pero no tanto de viejo como de derrotado, y son ya tantos años, joder...Mueve los brazos como si fueran ellos quienes vinieran andando desde Afganistán, como si más que las piernas fueran los brazos quienes estuvieran cansados, como si más estuvieran contados tus braceos que los latidos de tu corazón.
Es un hombre ancho de espaldas, pelo todavía negro, encrespado, con pocas canas, sin calvas; la mandíbula cuadrada y, eso sí, el rostro arado por surcos, las cejas espesas y el mirar negro y como abúlico.
Viste bien, normal, demasiado para salir a andar. Nadie sale así a andar. Tampoco se trata de hacerlo como si fueses a hacerte un desierto, pero él lo hace con los zapatos, nada de zapatillas, ni pantalón de chandal, ni todo lo demás. Sale a andar como si fuese a comprar el pan.
Camina mirando al suelo, sin levantar la vista de él. Pero no es tanto que lo mire como quien ha perdido algo como que parece que no lo ha encontrado nunca.
Anoche me llamó mi hermano. Había pillado carne de primera calidad y me invitó a ir al día siguiente a casa de nuestra madre. He ido a la comida familiar por primera vez en un año y ha sido algo magnífico. Y al salir, ya un tanto colocado de buen vino y mejor carne, he pensado que era mejor un paseo que una siesta de esas en las que despiertas de noche.
Lo que quedaba de tarde todavía estaba buena. Hacía sol y había nubes. El frío estaba claro a pesar de todo lo demás y me abrigué bien. Eché a andar para escribir algo (me gusta hacerlo en esos momentos felices) y pronto se me quitaron las ganas: un aire frío, helado, consiguió que diera media vuelta y volviera sobre mis pasos en dirección a casa cuando no llevaba ni diez minutos andando. Y entonces di marcha atrás y fue que vi salir al viejo por una puerta lateral del parque.
Y volvimos a cruzarnos, aunque por primera vez allí. Jamás lo hubiese pensado: él siempre camina por fuera, como yo, como él, como siempre.
Volví sobre mis jodidos pasos. Al final del paseo me encontré con una pareja de chiquillos. Él iba haciéndose el gallito mientras contaba algo entre grandes aspavientos. Ella comía gusanitos.
Y recordé. Recordé ese mismo paseo treinta años atrás. Recordé a aquella muchacha olvidada, a aquel muchacho capaz de saltarse verjas, alarmas, puertas y ventanas para pillar un examen mal hecho y me vine para casa.
Esto es tan bueno como cualquier otra cosa. Es tan bueno como todo lo demás. A veces ganas, a veces pierdes, a veces encuentras y a veces te vas para tu casa...¿Que pierdes más que ganas? bueno, es una forma de verlo.
Sólo hay que escribirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario