miércoles, 23 de enero de 2019

COMUNIÓN Y LIBERACIÓN EN LA RECTA DE META

La yaya enviudó cuando yo era todavía un niño. Recuerdo pocas cosas del abuelo. Una tarde que pasó a consolarme a la habitación donde estaba castigado por alguna gran trastada es lo más vivo de él que guardo en la memoria. Yo lloraba a moco tendido y él me acariciaba el pelo hablándome bajito. Luego creo que mi madre levantó el castigo, aunque esta no es cosa que pueda asegurar. También recuerdo la mañana que murió por sorpresa y los días que siguieron. Un comentario mío a destiempo tras su entierro logró la reprimenda de alguien a quien desde entonces no volví a mirar con buenos ojos aún sin recibir otra cosa de su parte que sonrisas, tanto antes como después; yo era un niño, joder, un niño que estaba viendo de llorar a su madre y dijo aquello por decir algo, sin saber siquiera si alguien iba a escucharle. Me hicieron daño aquellas palabras; los colores me subieron al rostro hasta hacérmelo arder, no sé si de vergüenza, de odio o de una mezcla de las dos cosas, aunque seguramente sólo sea yo quien todavía no las ha olvidado. Fijo que quien las dijo se olvidó de ellas al momento. Yo callé. Y no las he olvidado.

El abuelo era un hombre bajito, humilde, mujeriego, de gracioso bigotillo y mejor humor. Le gustaba andar con la gente, los chistes y echar unos vinos cuando podía, aficiones todas que compartía con su famoso yerno, tal y como mi padre me confesara muchos años después durante su enfermedad: "le gustaba venirse conmigo por ahí. Yo me lo llevaba a sitios buenos y tenías que verle lo bien que se lo pasaba, lo a gusto que estaba conmigo...Era un buen hombre tu abuelo. Qué tiempos aquellos"

La yaya enjugó las lágrimas (no muchas por lo que fui sabiendo después) en la religión, algo a lo que nunca le había prestado la menor atención más allá de la obligada. La yaya (que no abuela, no le gustaba que la llamaran así) era por entonces una mujerona de poco más de cincuenta años. De genio vivo y natural antipático, había sido muy guapa en su juventud y supongo que siempre se tuvo por más que su marido, tan poquita cosa también en lo económico. Como y porqué terminaron casándose es algo que no lo sé ni creo que lo sepa nunca, aunque pueda suponerse.

Dentro ya de una de las sectas oficiales de la religión católica (creo que "Comunión y Liberación") se dedicó por entero a vivir con su nueva familia. Todos los hijos ya estaban casados y los nietos no teníamos muchas ganas de ir a su casa en vista de su escaso entusiasmo. No era ella mujer de vivir lo que le quedara viendo como íbamos creciendo. Empezó con los encuentros, las convivencias y los viajes: Tierra Santa, Lourdes, Fátima...todo eso. Cuando vino el Papa con su "Totus tuus" entró en una especie de éxtasis ante lo que habían visto sus ojos en la peregrinación que su grupo había hecho a Madrid. El entusiasmo era tal que resultaba casi grotesco. Tenía todo el salón con banderitas y cachivaches varios de todo aquello. Le brillaban los ojos hablando de lo pasado. Un fervor bestial, como de quien por fin acaba de descubrir algo que le gusta sin necesidad de nadie que se lo indique, brotaba de su boca en torpes palabras que conjuraba con la confesión de su incapacidad para expresarlas. Sus hijas, tan indiferentes a lo religioso como lo había sido ella misma, la miraban con una mezcla de estupor e incredulidad no exenta de cierto descanso ante la idea de que así, dedicando el tiempo a "esas cosas", las dejara tranquilas. Y eso fue, más o menos, lo que pasó, pues muy bien sabía ella que poco tendría que rascar con el tema en sus hijas, aparte que no creo ni lo intentara una vez que había conseguido la posibilidad de vivir por primera vez libre de toda carga; sin olvidar que por mucha comunión y liberación que gastes nadie tiene tan mala memoria como para dejar de saber que es muy posible que el mal hecho no haya sido olvidado del todo por la otra parte.

Los años pasaron y el entusiasmo inicial por la comunidad fue apagándose entre las consabidas rencillas y envidias siempre tan presentes entre quienes se creen los elegidos. Al final la dejó y desde hace un par de años vive en una buena residencia para ancianos, una privada en la que no le falta de nada y a la que las dos hijas que le quedan vivas van a visitarla todos los días. Tiene la memoria peor, aunque dice recordar a los dos hijos que le faltan cuando mi madre le enseña las fotos.


- Les da besos y dice "qué buenos eran", aunque ha olvidado los nombres. Del mío y el de tu tía casi que tampoco. Está ahí toda tiesa, bien seria, con su bastón, sin hablar con nadie. Las enfermeras nos dicen que se las ven y las desean para mantenerla controlada, que ha de ser lo que ella quiera cuando ella quiera, como siempre... Llegamos nosotras y tiene que ser lo que ella diga, que si andar por aquí o por allá, que si sentarnos, que si ir a cenar cuando no es la hora, que si las pastillas que se ha tomado poco antes, que si quiere comer esto y le decimos que no puede...Nos sentamos en la cafetería y hablamos. Es como hacerlo con una pared, pero se ve que le gusta que estemos ahí, con ella, que no la hayamos olvidado. Yo le cojo la mano y la acaricio. Y cuando nos vamos siempre dice: "¡No os olvidéis de venir mañana!" Y siempre se queda mirándonos hasta perdernos de vista...Y te lo podrás creer, Kufisto, hijo mío, pero es ahora cuando más la quiero. Después de todo lo que me hizo pasar...

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