jueves, 17 de enero de 2019

PACO 2

La primera vez que vino al bar tuvimos un leve intercambio de pareceres.

- Echa más -dijo al ver que la botella de whisky amenazaba con volver a estar boca arriba
- Si te echo más, te cobro más
- Tú echa, echa...

Paré antes que dijera que lo hiciera cuando ya el vaso de sidra estaba de whisky por su mitad. No protestó.

- ¿Qué te debo?
- Cinco euros
- ¡Cinco euros!
- Cobro la copa normal a cuatro y medio. La que vas a beberte debería cobrártela a seis
- Bueno, vale...

Sacó un billete arrugado del pantalón y pagó.

Algún tiempo después volví a verle. Yo estaba sentado en la terraza, fumando en espera de la llegada de algún cliente, cuando lo vi cruzar la rotonda por la calzada. Caminaba rápido a pesar de su enorme barriga colgandera. Hay tíos sorprendentemente ágiles para sus panzas. He conocido a unos cuantos. Uno de ellos, Paco "el Gato", era célebre por la enorme velocidad que adquiría cuando la policía le perseguía tras una de sus visitas a los cepillos de la iglesias. No lo cogían nunca, o eso se decía. Luego sí, lo cogieron y pasó algún tiempo en la cárcel entre unas cosas y otras, como zurrarle a su mujer cuando volvía hasta el culo a casa, aunque esto, en aquellos tiempos, no creo que fuese lo mollar de la pena. Yo a Paco le soltaba veinte mil duros para que fuera por el tabaco del viejo bar y siempre volvía con el recado. Claro que esto fue ya después de salir del talego, cuando las borracheras eran muy de vez en cuando y sólo era otro tipo más que andaba por allí con las manos en los bolsillos y la media sonrisa irónica en los labios. Y claro que no fui yo quien decidió que Paco se encargara del cometido sino mi padre, a quien respetaba tanto como estas gentes solían respetar a quienes no los trataban como apestados. Paco volvía con la bolsa llena de cartones de tabaco y yo le daba un paquete de Ducados. Llega un momento en la vida en el que la gente, los desgraciados, sólo piden poder estar en un sitio como los demás, sin el temor o la sensación de ser rechazado. Y una vez encontrado ese lugar se cuidan muy mucho de perderlo, que para perder los papeles ya tienen esos pobres bares que sólo pueden vivir de quienes pierden los papeles. En el nuestro, en el viejo bar, Paco sólo bebía los cafés a los que mi padre le invitaba.

El tipo cruzó la mediana por la calzada y vino donde yo estaba sentado.

- ¿Tienes un cigarro? -me preguntó
- No, es el último -contesté

Se quedó un momento mirándome sin insistir y ya por la acera subió calle arriba no sin pararse de vez en cuando para volver la cabeza hacia mi, como si no se creyera lo que acababa de suceder. Tiré el pito y pasé al bar.

Vino un rato después. Pidió un whisky con cocacola y le eché la medida de la otra vez sin que me dijera nada.

- ¿Qué te debo?
- Cuatro cincuenta
- ¿Hoy no me cobras cinco?
- No, hoy no.

Desde entonces se los cobro a ese precio.

Pagó y después se bebió otros dos. Compró tabaco y me contó que venía del hospital de ver a su madre que estaba ingresada. A ella, o al padre, le había cogido la pasta, un billete de cincuenta pavos. Parecía haberse olvidado del supuesto desaire anterior. Un billete de cincuenta euros puede perdonar muchas supuestas afrentas, incluso las reales.

Un mediodía de un domingo (lo recuerdo perfectamente) vino al bar por lo suyo. La gente había empezado a llegar y yo ya andaba liado. Cuando lo vi aparecer no me hizo gracia. Las otras veces habían sido todas a horas libres, de mañana o tarde, cuando poco importa quien ande por allí mientras no dé problemas, pero una mañana dominical, una mañana de lucimiento, no era el horario más apropiado para alguien como él.

Que es gordo ya lo he dicho; que luce panza colgandera ya sea verano o invierno también, o casi; pero es que aparte no tiene trazas de ser muy limpio, incluso de ser un poco cerdo, y esto unido a su descuidada vestimenta, a una cara un tanto abotargada, a la descuidada barba y a una mirada casi que eléctrica no deja de causar cierto repelús entre las gentes de bien, aunque sólo lo sean porque se echen desodorante y vistan con un cierto esmero. Por no decir que ver a alguien así bebiéndose un copazo a la una del mediodía no es una visión agradable para muchos de quienes yo vivo.

Digo que recuerdo bien el día porque dio la casualidad de que un viejo amigo se encontraba en el bar con su chica, y este cuando viene sólo lo hace los domingos. El tipo lo vio nada más entrar y se puso junto a él, se conocían, habían hecho negocios de jóvenes y tal, y un tanto avergonzado mi amigo tuvo que aguantar la brutal conversación en presencia de su dama; poco después se salieron a la terraza y él con ellos. Al rato mi colega volvió a entrar para pagar e irse y mientras lo hacía me contó por encima la pieza que allí se quedaba, un auténtico cabronazo por lo visto, una especie de loco peligroso que hacía tiempo andaba medicado por haber abusado de las drogas. Mi colega se marchó, el otro lo hizo un rato después y yo seguí con lo mío.

Resulta curioso como cambian las cosas según te las cuenten o no. Ya me ha pasado muchas veces en la vida encontrarme en situaciones a priori complicadas y si yo desconocía su naturaleza las solucionaba favorablemente, como por instinto, cuando en las ocasiones en las que me encontraba sobre aviso no lo hacía bien, al contrario, la cagaba o casi. Es como si la vida te diera una lección, como si dijera que no es como te la pintan sino como la ves, que leer y disfrutar "Mazurca para dos muertos" está bien mientras no quieras escribir "Mazurca para dos muertos (segunda parte)" y sí "Tío gordo, cerdo y borracho viene a mi puto bar (episodio 606)", que lo mismo conoces de quienes te sonríen y alaban tu maestría en los arroces los domingos al mediodía que del bruto que viene a por su dosis de alcohol, que no sabes nada y que lo que sabes está equivocado, que todo son supuestos, que todo son disfraces y que lo única variable es si tienen cincuenta euros en el bolsillo, que en verdad ni a ti mismo te conoces, que por otra parte tampoco eres ningún santo...

La última vez que le he visto ha sido hoy. Hubo alguna otra después de aquella y siempre bajo los mismos parámetros: mediodía de diario, primera hora de la tarde, poca gente o casi nadie en el bar y ya.

Hacía un frío de tres pares de cojones. Eran las once de la mañana y estábamos a menos uno. Yo había llegado al bar a eso de las siete y media y eran menos cinco los grados que lucía el luminoso termómetro de la farmacia. En el bar estábamos a veintitrés y medio, una temperatura ideal. Y entonces vi entrar a este con el final de su panza colgando a pelo bajo la camiseta y el ligero abrigo medio abierto que llevaba.

"La madre que lo parió" pensé al verlo.

Uno toma verduras, ajos negros en ayunas, agua mineral, grasas y frutas buenas, evita el pan y los azúcares, lo procesado, la farmacia en la medida que puede, anda y hace ejercicio, se lava las manos con agua constantemente en el trabajo, lee y ve vídeos de conocimiento, abomina de la televisión y se pone condón para que se la chupen y luego llega la Navidad y pilla un catarro, o le sale una verruga, o un grano, o un cuerno que no sabe qué coño hace ahí si él no ha hecho nada tan malo como dicen, salvando las consabidas y casi obligadas excepciones...

Me ha dado más asco verlo entrar así, con las carnes bajas al aire, que el hedor que esta vez desprendía, verdaderamente insoportable.

- Una copa, Kufisto

La madre que lo parió. Es la genética, estúpido, la puta genética.

- ¿Qué tal? -le he dicho- ¿como va eso? ¿al hospital? -pensando en su madre, o en su padre, o en los dos
- Sí, hoy es cosa mía. Voy al centro.

No he preguntado. He supuesto que es algo para alcohólicos o parecido. He vuelto a sentarme en el taburete del rincón para seguir leyendo en Burbuja lo del niño en el pozo y el aniversario de la muerte de Bobby Fischer. Paco el Gato II, a metro y medio de mi, apestaba más que nunca, como si hubiera pasado la amanecida apartando caballos salvajes, marcándolos y todas esas mierdas. Tanto era el hedor que me pasé a la barra, al ordenador de la otra esquina.

- Kufisto -dijo mientras yo leía de los tubos horizontales, verticales y transversales que la Guardia Civil y una banda de suecos están haciendo para rescatar a un niño de dos años y medio que ha caído cien metros por un pozo con una abertura de veinte centrímetros.
- ¿Qué?
- ¿Tú tienes mujer?
- No
- ¿Y novia?
- No
- Pues yo quiero una mujer.

Me acerqué. Volví a sentarme en el taburete del rincón.

- Quiero una mujer, Kufisto -dijo con una mirada propia de quien sigue sufriendo las violentas erecciones de los trece años.
- A veces las mujeres son un problema, Paco.
- Odio el campo -dijo con un odio concentrado, puertohurraquesco
- ¿Trabajas en el campo?
- Sí, en el de mi padre. Ahora viene la época de poda, hasta marzo o abril...Catorce mil cepas...
- Hostia puta
- Sí...entre mi hermano y yo, con las tijeras...odio el campo...lo odio
- Ya...

A todo esto seguía bebiendo como bebe, a pequeños y constantes sorbos.

- Cuando se mueran mis padres -dijo- lo vendo todo. Con mi hermano, claro. Él tiene 57 y yo 51. Los dos estamos solteros. Odio el campo, Kufisto, lo odio con todas mis fuerzas...¿Ves el programa de Ramón?
- ¡De qué Ramón? -dije yo pensando en aquel García, que no veo un programa desde hace veinte años.
- ¡De ese que sale en Castilla la Mancha, ese que junta parejas!
- No, no lo veo
- Pues tienes que verlo. Allí tú mandas que buscas esto y allí que te vas. Luego te llaman y quedas con esta y con la otra. Yo estoy muy solo, Kufisto, muy solo...Quiero una mujer. Mis padres tienen que morirse y después venderemos todo. Odio el campo, no da nada más que trabajo y trabajo...lo odio
- Ya
- Ponme otra copa
- Claro


Daban las doce cuando se largó al "centro".


Y dudé entre retomar la dosis de amoxicilina o darle al extractor.

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