viernes, 7 de abril de 2023

HASTA MAÑANA

"Hasta mañana, Hans Castorp"

Fue tras el primer portazo. Cerré el libro electrónico para irme a la cama sin muchas esperanzas. El cansancio era grande, sin duda, pero también lo era el dolor en los hombros. El ibuprofeno tomado un par de horas antes ya debería haber hecho su milagroso efecto y no fue tal, o al menos no lo suficiente. Lo pensé mientras intentaba coger la postura adecuada: "¡Como estaría si, como otra veces, por pura cabezonería, no lo hubiese tomado! ¡Como poco habría perdido una hora hasta sentirlo! Pero hostia, qué dolor..." Con todo, hubo tiempo para ver la una de la madrugada en el reloj del ordenador. Más de dos largas horas habían pasado desde mi marcha al dormitorio. Dos horas de vueltas y revueltas intentando encontrar el espacio correcto para mi postura. No lo encontré y tuve que levantarme a fumar para alejar los pensamientos que venían de mi mente, ya puros absurdos. Es un suplicio. Es un castigo.

Dormí soñando cosas horribles. No hay descanso para los condenados. Desperté, me duché y tras un buen afeitado desayuné y tomé otra dosis de ibuprofeno. Tres cosas tuve claras desde el primer momento: que iba a ser un día jodido en el bar, que hoy no iba a pegarle al saco al volver a casa y que pasaría la tarde tumbado en el sofá y leyendo otra vez la mejor novela del siglo XX.

Cargado con la bolsa de trabajo eché a andar bien abrigado. La mañana era fresca aunque el camino no es largo. Alcancé el bar, lo abrí y no había hecho más que dejar la pesada bolsa, enchufar la cafetera, encender las luces y descorrer los toldos cuando acabando de desenrollar el último vi llegar un coche con tres ocupantes dentro, tres mujeres, tres clientas. Abuela, madre e hija entraron al bar para desayunar. Tenían al abuelo enfermo en el hospital en otro de sus recurrentes ingresos.

- Le quedan diez minutos a la cafetera -dije.
- Pues nos vamos y volvemos -dijo la la madre.
- No no...sentaos allí. Esperad que os ponga la mesa. Voy haciéndoos las tostadas y fuera.
- Vale.

Jajaja. Puto Kufisto. Lo llevas en la sangre; como lo llevó tu padre, tu abuelo y puede que tu bisabuelo. 

El pequeño Hans Castorp, ya huérfano, incitaba a su abuelo acerca de la pila bautismal de la insigne familia. El abuelo contaba su historia tan bien que no se cansaba de escucharlo. Ahí, ante sus ojos y entre las palabras, estaba la noble jofaina en la que siete generaciones de Castorps habían sido bautizados.

No paré. No paré. No paré de hacer cosas desde que llegué al bar. A eso de las doce salí a la puerta para echar unas caladas y ver el sol. El cansancio era muy grande.

- Joder -le dije a un amigo que llegó con su cigarrillo- Estoy reventao, tronco, pero reventao...
- ¡Venga, Kufisto!

Uno ve a John Wayne en "Centauros del desierto" y dice: "¡quiero ser como él!"

Pero eso es una película muy bien dirigida e interpretada en todos sus papeles. John Wayne fue un ser tocado por los dioses y John Ford por las musas. 

Y pasó el mediodía. Sin parar pero sin aceleros. Eran ya las tres de la tarde y yo seguía colgado de la brocha de una manera extraña: era un continuo, pim pam, pim pam...una conocida familia llegó dispuesta a dejarse la pasta..pim pam, pim pam...¡Y no había muchos más! pero "Kufisto" por allí y "Kufisto" por allá, y venga, y tira, y sal de la cocina, y pregunta qué quieren, y controla el tiempo de los alimentos y el espacio en el que deben completarse, ¡y sobretodo tu ansiedad por echar un puto par de caladas! ¡tal vez un trago de cerveza! ¡y venga, y venga, y venga...! Y hay un instante en el que caes en la cuenta de no haber parado en toda la mañana a pesar de no haber habido ningún aluvión de clientes, cosa rara, y piensas como en una ráfaga de metralleta que esto es aún más absurdo, este continuo traqueteo, esta especie de tren ascendiendo una montaña, y recuerdas a tu buen amigo Hans de viaje hacia el sanitario donde hiberna, encantado, su buen primo mientras como puedes distribuyes lonchas de jamón sobre pan tostado...

¡Pero espera! ¡Es la hora del café! ¡De las copas! ¡Todo se junta, todo se revuelve como en una sartén de los chinos! ¡Los que comen y los que ya han comido! Al menos las puertas están abiertas y no hay lugar para portazos que traigan malos sueños a tu memoria.

¡Cafés! ¡Cubalibres! "¡Cuanto tiempo sin verte, Kufisto; estás genial con esa coleta!" ¡Qué responder! ¡Estás volando! ¡Están viendo que estás volando! ¡Vuelas! ¡Vuelas de acá para allá, sonriendo! "¡Sí, bien, estoy muy bien!" ¡Vuelas, vuelas, vuelas entre la cafetera y los vasos grandes, vuelas por el botellero...! Ahora sí ha llegado el momento de volar como un quebrantahuesos. No queda otra.

"¿Pero esto qué coño es?"

Mi hermano llega para el relevo. Todavía me quedo un rato con él hasta estabilizar el asunto. Sin darme cuenta hasta el último momento he hecho la mejor caja de toda mi vida en las mañanas del bar. 


Salgo de la barra con un vaso de whisky, la bolsa vacía de trabajo y llena del abrigo del amanecer. Ahora basta con la camiseta. Estoy tan acelerado que lo bebo de un par de tragos mientras dos amigos me dan la bendición.

- Me voy. 


Echo a andar de vuelta a casa. Enciendo un cigarrillo. Me siento tan bien que no me lo creo.

Cuando me doy cuenta atajo y doy en un chino. No recuerdo si tengo whisky en el piso.

- Una botella de Johnnie Walker.

La china no habla mi idioma. Nos entendemos como si fuéramos monos.


Sí. Tenía una botella casi entera en casa. 


Bueno. Pues ahora tengo una llena del todo.


Mañana sí, Hans Castorp. 


Estaré contigo por lo menos hasta el final de todos los portazos.

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