miércoles, 14 de septiembre de 2022

SOL DE OTOÑO

La gata andaba volviendo la cabeza hacia atrás, desconfiada; su cría, un macho ya un tanto crecido, retrasaba el paso entretenido en olisquear todo lo que encontraba a su paso. Un poco más allá un sucio plato de plástico vacío de comida señalaba el lugar de la ofrenda de todos los días, de todas las mañanas. "Será cosa de una anciana" pensé. La gata vio que me acercaba por el otro lado y no me quitó ojo mientras el gatete seguía a lo suyo, olisqueando las malas hierbas, tocándolas como quien todavía no está muy seguro de su inofensividad. Pasé adelante y me quité los auriculares. Sí, estoy de vacaciones. 

 Los pájaros del otro lado de la valla saludaban nerviosos un nuevo día en el parque; a la derecha, apenas cinco metros más allá, tras la valla de los institutos, una gran máquina rugía bajo el mando de un hombre: están techando una parte del patio de recreo.

 Al final de la calle peatonal, en los aledaños a una entrada secundaria del parque y en la vía de acceso a los institutos, vi al barrendero que pasa por el bar cuando lo abro. Era él, estoy seguro. 

 A lo lejos, ya circunvalando el parque, vi los primeros paseantes de la mañana, dos mujeres. Y llegado a la primera esquina me topé con el primer estudiante, un crío muy bien peinado por su madre que con el rostro contraído y la pesada mochila a la espalda caminaba con la mirada de los mil miedos. Y una infinita ternura me embargó por un momento. 

 Vi más estudiantes en la gran avenida; algunos algo mayores, guapetes, desenvueltos, tonteando con las niñas, que reían. Vi grupitos de tres o cuatro chavales, poco agraciados y serios, hablando en voz baja incluso entre ellos. 

 Era un sol otoñal, un sol amable, un sol muy alejado de su infernal apogeo, un sol al que empiezan a poderle las pesadas nubes, un sol que, agotado por el exceso, deja vivir incluso a quienes no pueden soportarlo.


 Y es tan grande el descanso que dejas que todo el mundo acaba por olvidar el daño que hiciste. O casi.




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