martes, 6 de septiembre de 2022

FUERA DE TI SE VA HACIENDO DURO VIVIR

 Entre voces y risas en el desierto bar, las dos mujeres se congratulaban de tomar las mismas medicinas ante la estúpida mirada del marido de la más joven. Los dos hijos de la pareja, niño y niña, miraban embobados horrorosas canciones en los teléfonos hasta que a la pequeña se le cayó el suyo al suelo. El padre la riñó, la chica se entristeció un tanto y la mayor de las mujeres, una gitana, la arengó para que arrancara a bailar la música que había estado viendo.

- ¡Baila, chiquilla! ¡Eso! ¡Alegría!

Alegría. Mi abuela también lo decía cuando ocurría algún leve contratiempo. 

"¡Alegría! -exclamaba- ¡No ha pasado nada! ¿Veis? ¡Ya está arreglao! ¡Alegría!"

La chica, contenta, bailaba empujada por la música del teléfono y los ánimos de la gitana. El chico, más pequeño, envidioso de la atención de su hermanita, dejó el móvil y tan torpemente como todos los chicos bailó como pudo junto a su graciosa hermana ante el jolgorio de los tres adultos. La madre, una mujerona rubia, muy blanca y de ojos claros salió a hablar por teléfono. El padre, un bruto inocentón, se acercó a la barra y pidió un chupito de ron miel, algo que no tengo, decidiéndose tras serias dudas por uno de crema de orujo. La gitana pidió una copa de lo mismo, todavía con la rubia fuera. Los chicos seguían bailando pero ya eran ellos quienes tenían que animar a los adultos para que los mirasen. 

Oí la llamada que recibió la gitana. Ella le decía que viniera para acá, para mi bar. "Oh, Dios..."

La rubia volvió a entrar sin dejar de llevar el teléfono pegado a la oreja, andando de acá para allá con mirada nerviosa en su rostro vulgar. Los chicos empezaban a jugar, gritar y corretear.

Un disminuido psíquico entró y enseguida supe que era quien había estado al otro lado del teléfono de la gitana. Tuve la sensación de conocerlo, aunque no lo miré mucho. La gitana, desde el ventanal, dijo que le pusiera un café con leche. Poco después la gitana pidió otra copa de crema de orujo. Apenas diez minutos más tarde todos se fueron. Eran las tres y media de la tarde. Una hora más y estaría fuera. En mi casa.


Abrí una botella de agua y me senté en la sombreada terraza. Todos los árboles de la mediana han perdido su verdor, incluso los protegidos del ocaso de sol por los edificios de enfrente, aunque estos todavía conservan algunas ramas con hojas verdes. 

Encendí un cigarrillo. Miré el teléfono. Oí el nuevo vídeo de uno que vive en su coche. Poco a poco, tan disperso como siempre, su habitual amargura fue transformándose en la carcajada que al final trae consigo la desesperación. Y reí con él, el teléfono pegado en mi oreja.


Llegué a casa y saludé a la gata, que maulló más de lo normal. Miré el comedero de su habitación y vi que estaba vacío. Me cambié de ropa y ya en el salón volví a comprobar que la persiana del ventanal no mejora tras un mes de reposo. Otra tarde en penumbra. Quizá un buen mago lo solucione un día de estos.


Ayer volví a leer a Huysmans, su "Allá abajo", terrible novela. Por primera vez en no sé cuantos años recé de rodillas mirando a poniente antes de irme a dormir, tal cual lo hacía cuando dejé de creer en Dios. Y al despertar tras un mal descanso volví a hincarme de rodillas, esta vez hacia Oriente, mientras con las manos juntas y la cabeza baja recitaba un Padrenuestro y un Avemaría en voz baja.


Tus milagros son lo de menos, no falta mucho para que puedan imitarlos...¿Pero sabes lo que más me sorprende de Ti, lo que siempre me ha maravillado...? Que pudieras aguantarlos; y no sólo eso, sino que los amaras a pesar de haberte tenido que vender por unos panes, unos peces y un poco de vino. Y con todo, los amabas. 


Peo fuera de Ti...fuera de Ti se va haciendo duro vivir.





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