Vas a dar lástima hasta a los últimos que hemos soportado tus neuras. Ese será tu castigo, el castigo más grande para una mujer tan egocéntrica como tú. Pasarás por ahí (no sabes estar sola) y nadie te mirará, nadie te llamará por tu nombre con una sonrisa en la boca. Tú que has despreciado tanto, ahora te verás despreciada. Ya no eres la que fuiste, hace mucho tiempo que dejaste de serlo, aunque al menos hasta hace unas semanas todavía tenías (y esa es la palabra, "tenías") a un hombre en casa, en "tu" casa, al padre de tu tercera hija. Pero también él se cansó de ti. Se cansó, digo, y no "se ha cansado", porque la cosa viene de largo. En el bar hemos sido testigos de tantos desprecios tuyos hacia él, de tantas crueles humillaciones, que era maravilla veros juntos unos días después; y más en un hombre como él de tan turbulento pasado. Es increíble lo que puede aguantar un hombre que es padre de una hija pequeña.
El otro día quedasteis en el bar para hablar de la custodia de vuestra hija. Fue entonces cuando por ti me di cuenta de que ya no estabais juntos. De hecho él llegó un poco antes que tú y extrañado por su presencia al mediodía le pregunté si estaba de vacaciones.
- No, Kufisto. Estoy de noche -dijo con una sonrisa.
Sí, en muchas ocasiones está de noche, pero cuando lo está nunca viene al mediodía; a esas horas está durmiendo.
Al rato llegaste tú, os sentasteis en una mesa y enseguida todo el bar se enteró de qué iba la cosa.
La manutención de la hija.
Por tus voces vi que él no estaba de acuerdo con lo que pedías. Oí tus amenazas, tus ultimatums, "te doy de tiempo hasta mañana a tal hora para que firmes; si no lo haces lo pongo en manos de mi abogado", lo de su breve pasado presidiario, siempre tan socorrido en todos tus follones con él, ¡hasta lo de la puta gorda colombiana que se está follando!, "¡cuidado con mi hija cuando estés con esa puta!"...
Te llamaron al teléfono y saliste afuera. Él aprovechó para venir a la barra. Uno de mis hermanos, un buen amigo suyo (y tuyo en otro tiempo) acababa de entrar al bar. Hablaron de buen humor. Definitivamente ese hombre estaba bien follado. Tanto que cuando volviste a entrar al bar no volvió a sentarse contigo. Todo estaba dicho. Pero tú hablaste más, todo lo que llegaba a tu cabeza sentada en la silla de la que no mueves el culo desde hace cuanto, ¿quince años?
Al final te fuiste. Él se quedó media hora más en compañía de mi hermano. Lo vi feliz, muy feliz. Supongo que también tiene un abogado.
El domingo pasado vino al bar con su hija. Poco antes habías entrado tú para pillar tabaco, todo lo maquillada, arreglada y enfadada que puedes estar a estas alturas de tu vida para una reunión familiar por la venida al pueblo de tu hermana madrileña. Vino solo, ya te lo digo. Se bebió dos cervezas y la chica un aquarius de limón y una bolsa de patatas fritas. Parecía encantada de estar con su padre.
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