Aquella era una pareja extraña. Aún recuerdo la primera vez que él entro en el bar. Era un tipo alto y corpulento pero saltaba a la vista que había poca fuerza en su interior; por no hablar de su mirada, típica de un tipo poco de fiar.
Aquella mañana lo despaché sin más, incluso un tanto molesto por su presencia en el vacío bar. No sé, hay gente que sin saber porqué te provoca esa sensación de incomodidad. No es que sean peligrosos, ni cansinos, ni tontos del culo pero hay algo en ellos que repele. Y claro está son sus ojos; o por mejor decir, la forma de mirar.
Hay quien dice que la persona está en los ojos. Y no va desencaminado. He conocido tipos muy violentos que sin embargo tenían una mirada cristalina, franca, tanto para estar bien como para no contar hasta dos.
Por alguna extraña razón aquel tipo empezó a venir al bar en compañía de su mujer, una rubia de la misma cuerda. Sí, no estaba nada mal aún con la misma forma de mirar; pero si esto es algo que retrae visto en un hombre pasa lo contrario en el caso de una mujer todavía atractiva.
Por entonces yo estaba con una tía y acabamos haciendo amistad. Algún verano hubo en el que nos vimos durante las vacaciones en la costa, ellos en su piso en propiedad y nosotros, de tapadillo, en el de los padres de mi chica. El suyo era espectacular, nos lo enseñaron una de aquellas tardes, con una enorme terraza toda acristalada que era gloria verla y un par de habitaciones y todo lo demás.
El tipo era bastante corto. Funcionario bien pagado y poco trabajado con ninguna inquietud más allá de su equipo de fútbol. Pero era gracioso, lo pasabas bien con sus chistes mientras estuvieras bebiendo. Y bebía casi más que yo. Ella era más recatada en los dos aspectos, aunque cuando se chispaba y le pillaba de buenas podía ser muy agradable.
No se por qué siempre pensé que querían una especie de intercambio de parejas, o al menos que yo me follara a su mujer mientras él se hacía una paja. Pero eso no pasó.
En fin, él murió poco tiempo después de ser pillado con las manos en la masa y la otra, también funcionaria, anda desaparecida desde hace años y muy próxima a la jubilación, si no lo está ya.
Hará como un mes que una extraña pareja viene a desayunar al bar. Él anda con la ayuda de una muleta a causa de alguna lesión y ella siempre va con una camiseta rosa o de colores semejantes más unos pantalocitos cortos y blancos, toda rubia y bronceada, con sus cincuenta años a cuestas, sin duda muy bien llevados. Gente de pasta, gente poco trabajada, gente bien cuidada y no de ahora. Esto es algo que se ve a legua.
En todo este tiempo, en todas estas mañanas, he tenido parecida sensación que con aquella pareja. No sé, es evidente que si tú ya peinas canas aunque conserves todo el pelo y andes ayudado de una muleta con una mujer tan rechoncha, colorida y llena de vida como la que te ayuda a que te sientes en el taburete, es evidente, digo, que el tipo pensará que el camarero del bar donde desayunas estará pensando qué desperdicio de mujer, y más aún si tú has sido un tío bien criado, de familia con pasta y buena genética que por circunstancias de la vida ahora se ve poco menos que inválido.
Yo procuro no hacer mucho caso a pesar de su insistencia en desayunar en las narices de la barra en lugar de sentarse, cosa nada difícil pues a esa temprana hora todavía estoy de cocina con las pulgas, entrando y saliendo. Pero de todas formas es evidente. La tía está para reventarla.
Hoy, por primera vez, han venido al mediodía. En la barra, por supuesto, en su sitio. A todos los clientes les gusta estar en "su" sitio. Es como si no se si sintieran ellos cuando están fuera de él. "Este es mi sitio" Como en la escuela. Y cuando queda libre van pitando hacia él. Curioso.
Conocen mi nombre, lo han oído en boca de otros clientes. Yo no sé como se llaman ellos ni voy a preguntárselo. "Ver, oír y callar"
Tiré unas cañas que él alabó, unas cañas de las antiguas, del vaso de veinte centilitros, ahí donde se demuestra la maestría. No es extraño tal halago, mucha gente lo hace, más aún en este pueblo de zaques. Y de ahí, de la cerveza, salió la conversación que nos llevó hasta Madrid, su ciudad natal, capital de las cañas bien tiradas. O al menos lo era.
Entusiasmados por la coincidencia comentamos sitios, bares y restaurantes, ante la aburrida mirada de la chica. En una de esas me fui a atender las mesas y al volver vi que ella andaba como discutiendo por teléfono. Ver, oír y callar.
Pidieron una tabla de lomo "Joselito" que alabaron al primer bocado.
Está cojonudo.
Luego se fueron, bajé las cortinas y cerré el bar.
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