- ¡Tu tío Kufisto, David, tu tío Kufisto!...¡Ehhh, Kufisto!
La voz de su abuela llegó hasta mis oídos a pesar de la distancia y al ir tapados por los auriculares que en ese instante hablaban de las viejas y nuevas tablas a medio escribir de Zaratustra. Miré, los vi y ya con las orejas liberadas me acerqué hasta ellos sonriendo.
Es un parquecillo de barrio, con toboganes, columpios, balancines y algunas otras cosas de las que desconozco sus nombres. Una cosa pequeña, recogida, vallada por maderos de quizá un metro de alto y pintados de alegres colores. Los niños juegan allí dentro mientras los padres miran o, sin son tan pequeños como mi chico, los acompañan durante sus aventuras. El piso es del tipo acolchado y así el peligro es menor. También está pintado de colores. El sol se estaba poniendo y el frescor de la incipiente noche llegaba, también obediente. Yo lo vi salir en la fría mañana pensando otra vez que no es que salga sino que nosotros salimos a él, pero bueno. Le costó superar los edificios de enfrente. Luego, a eso de las once y media, empezó a calentar y fue maravilloso ver como su luz y su calor lo vivificaba todo, hasta lo muerto, hasta las hojas caídas en la pequeña mediana arbolada que divide la vía donde se encuentra nuestro bar. Apagué el cigarrillo, contento, y volví para adentro.
- ¿Es Nick Cave? -preguntó el último cliente antes de irse con el resto del grupo-
Sí, sonaba como Nick Cave pero yo no estaba seguro. Sorprendido me acerqué al ordenador. Era Nick Cave.
- Sí, es Nick Cave. Buen oído.
Y se marchó. Apenas podía creerlo. Ese tío, ese que me había recordado a aquel patán de ayer, reconocía a Nick Cave mientras hablaba de gilipolleces con sus compañeros de cañas, unos que han conocido a Eddie van Halen cuando el telediario dijo que había muerto.
"Sospecha -me dije ya solo y a puerta cerrada- Sospecha. Quizá llevaba una aplicación de esas en el móvil y vio la canción..." Pero no. Era absurdo. Completamente absurdo. Conocía a Nick Cave. Te había recordado al imbécil de ayer pero este conocía a Nick Cave.
Llegué a casa y me eché un rato con Zaratustra, en su segunda parte. Cerré los ojos mientras hablaba de las tarántulas.
Así estuve una hora. Supe que había dormido porque no recordaba haber oído algún capítulo. Miré en el teléfono y comprobé que no recordaba nada de al menos dos de ellos. Veinte, treinta minutos...suficiente. En verdad basta con cerrar los ojos para descansar. Esto es algo que he descubierto hace poco tiempo.
Me levanté fuerte y decidido a hacer la tabla de gimnasia que tocaba. Estiré e hice el precalentamiento indicado de siempre desde hace unos meses, no sin antes tener un leve forcejeo con la gata y su empeño por arañar la esterilla. Un par de voces, un amago de patada y ya estaba todo en su sitio, también Zaratustra con su tercera parte, la mejor si no existiera la cuarta. Aunque es la más hermosa de todas.
Una ducha caliente, templada, fría, obediente, en el baño grande...La de mi habitación está medio loca: un leve toque al grifo consigue hacerla pasar de hirviendo a helada en cosa de segundos. Eso no está mal cuando te hierve la sangre pero yo ya tengo 47 años y aunque todavía hiervo no es cuestión de hacer más tonterías. Esto tampoco lo he aprendido hace tanto.
Fui a comprar para el bar y para mi. Pensé en la chiquita rubia tan simpática de la caja, en decirle lo preciosa que es, en invitarla al cine, a cenar y a mi piso pero hoy no estaba. Me tocó la gorda, que me atendió simpática.
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