A veces te encuentras con alguien delante de ti pero que no ven como tú. Suelen ser jubilados. Entonces paran durante demasiado tiempo y el primer fastidio del día llega antes de lo previsto. Miran a uno y otro lado, vuelven a mirar y cuando crees que al fin se han decidido a avanzar pisan otra vez el freno para dejar pasar a otro que no lo necesitaba ni de lejos. El jubilado cree que todo el mundo está jubilado. Mientras tanto, detrás de él, hay gente que aún tiene prisa por llegar a los sitios, quizá los mismos pero no de la misma manera.
Allí en la churrería que está al final de la avenida donde tengo el bar suele haber algunos, aunque lo normal a esa hora es que sean trabajadores. El tipo que me sirve los churros, un cincuentón con gusto por el oro, se llama Amalio, lo lleva escrito en la camiseta, sobre el corazón, aunque yo nunca le he llamado así ni tampoco de ninguna otra manera. "Ocho para llevar". Y él coge las pinzas y como mejor sabe va metiéndolos en una bolsa de papel y luego e otra de plástico. Hay días que recuerdo a mi joven padre al ver esa esclava en su muñeca.
- ¿Qué es eso, papa?
- Una esclava, hijo
- Ah...¿y para qué sirve? -preguntaba sorprendido por el nombre-
- Adiós -digo a modo de despedida-
- Adiós, chaval -responde siempre un jubilado sentado en un taburete y apoyado junto a la pared donde se fríen los churros-
Ya nadie espera mi llegada en la puerta del bar. El ciego hace meses que no puede valerse por sí mismo a causa de la cadera y Josemari, mi fiel ayudante, se fue a Ciudad Real hará dos meses. Antes de irse me dijo que sería para una semana, "dos como mucho, Kufistín...no me gusta aquello", pero no ha vuelto. La mujer tiene una hermana allí y al parecer estaba enferma, aunque vistos los acontecimientos que tras la partida se desarrollaron en su barrio marginal bien pudiera ser un quitarse de en medio. Primero fue el uno y después el otro. Al principio de verme solo lo noté.
Hay una muchacha. Trabaja en una establecimiento cercano al mío pero sólo ahora le ha dado por venir antes de entrar a trabajar. Es guapa. Todavía es joven. Yo creo que alguna compañera le habló de mi, de lo serio que era, y es como si ella adoptara una especie de excesiva seriedad al hablar para gustarme. Sí, está claro que le gusto: con demasiada frecuencia me habla de su novio. El otro día me dijo que iba a hacerse otro tatuaje. Lanzó la cosa como quien tira el anzuelo sin mirar al río y sólo vuelve la mirada hacia él cuando lo oye caer en el agua.
Como azucarillo que cae en ella, así se deshacen los nudos más fuertes. Amistades que parecían y juránrose eternas se transforman en odio por causa de una borrachera descompensada. Así se ha jodido mi más preciada cuadrilla del bar. Una mala palabra, unas malas palabras a lomos de muchas otras que parecían olvidadas, y en un momento todo lo bueno que hubo entre ellos se va al infierno. Y por no verse, para evitarse el uno al otro, los he perdido a casi todos sin tener nada que ver en el asunto. Así es la vida cuando te ha tocado verla desde detrás de la barra con otra mascarilla encima de la que ya te pusieron.
- No puedes ser así, Kufistín -me decían de pequeño-
- ¿Y por qué no? -gritaba yo-
- Vas a penar más que garbanzo en olla
Mi entrañable amiga llegó puntual. Le puse un tercio y arrancamos a hablar. No había nadie en el bar y esta vez vino sola, lo cual ayuda bastante en este caso. Tampoco entró nadie durante un buen rato. Los ratos en los que no entra nadie son la nueva normalidad. Pero entonces se habla mejor.
- Me voy a hacer otro tatuaje, Kufisto -dijo- Aquí, en la pierna.
- Vaya -respondí-
- ¿Qué? -dijo ella-
- Una clienta me ha dicho lo mismo esta mañana, aunque no donde
- ¿Quien?
Cerré a las tres. Ahora cerramos a las tres y volvemos a las seis. Vuelven. Llegan otros.
Un amigo me llamó en el último momento.
- ¿Estás allí todavía?
- Sí, cerrando y a punto de irme pero todavía estoy.
- Espérate un momento que te llevo la botella.
- Vale
Una botella. ¿Una botella? ¡Ah, sí! La botella. La botella de DYC de diez años que le dije me comprara hace algún tiempo. Me arrepentí de haberle dicho que todavía estaba aquí.
Llegó con ella y a puerta cerrada bebimos, fumamos y hablamos. Él se metió algo de speed y siguió hablándome incluso cuando me fui a cagar. El whisky era bueno pero yo estaba sin comer desde el desayuno. Yo cagaba y me limpiaba el culo mientras el rememoraba una vieja velada en el Excalibur de Madrid, una en la que lloró escuchando el "Wild child" de los WASP
Subí los molinos por detrás, por un durísimo sendero recién descubierto. A veces me sorprendo a mi mismo. Años, años y años subiendo los molinos y jamás se me había ocurrido hacerlo por detrás.
El atardecer también está cambiando. Es menos escandaloso que su cara luminosa pero esto sólo es debido a un punto de vista: cuando él ya no está yo hace tiempo que lo estoy en mi casa. La noche viene antes que el día pero cuando uno está a cubierto no se entera de nada.
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