El chico, un chaval de unos diez años, guapo y bien formado, entró al bar, dio unos "buenos días" perfectos y sin más se dirigió hacia la mesa del salón, todavía sin las sillas desplegadas. Enseguida apareció su padre, un tiarrón de aspecto curtido con acento del Este de Europa, pidió para los dos y se fue con él.
Preparé un colacao y un café que llevé mientras la tostada iba haciéndose. Dejé los servicios y el chico me dio las gracias apartando por un momento la mirada del teléfono. "¡Qué chico más raro!" pensé. Subí las cortinas, bajé los taburetes de las mesas altas y encendí el televisor dándole volumen. El inglés calvo también empezaba su jornada laboral en busca de trastos viejos.
Llevé la tostada del chico. "Deja el teléfono" le dijo el padre. No les oí hablar más.
El padre vino a la barra, pidió una botella de agua y una copa de coñac y pagó. Un poco más tarde, ya desayunados y con el padre aún en el water, el chico salió del bar despidiéndose, "adiós".
"Qué chico más raro" volví a pensar. "Entra solo a un bar, saluda al camarero, despliega las sillas, da las gracias y se despide...Apenas tendrá diez años y ya sabe todo eso"
Y la mañana siguió por los duros derroteros de casi todos los días.
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