miércoles, 3 de abril de 2019

FUNCIONAL

No pensé mucho en la peli de Motley Crue al meterme en la cama pero sí soñé con lo que vi en ella. Desperté con la imagen de una cosa absurda y bizarra en la mente, tan ridícula en su insensatez que creo fue por ella acabar el sueño. Soy un tío raro, sí, ayer hubo alguien que volvió a recordármelo por si lo había olvidado, pero no tanto como para no darme cuenta de que llega un punto en el que sé que estoy soñando. Y entonces, de tanto forzarlo, el sueño se difumina y regreso a la consciencia.

Lo hice sonriendo, casi riendo; tal era la reacción que me había causado esa última situación onírica. Casi pude verme a mi mismo dentro del sueño, como si por un instante lo hiciera desde afuera. Y me vi riendo poco a poco hasta la carcajada, como quien pilla en un renuncio a uno muy seguro de sí mismo, quizá demasiado. Luego, enseguida, noté como un poco de frío y se me quitó la tontería. Llevo casi un mes sin hacer la cama y ya va siendo hora. Pronto llegarán noches frías, según dicen.

Lo siguiente que pasó fue lo de siempre de esta última época. No hubo nada raro hasta última hora, cuando llegaron al bar dos grupos de funcionarios poco habituales y gracias a ellos rematé una mañana de bien a casi sobresaliente. Uno de los grupos estaba formado en su mayoría por mujeres; treintañeras las más y alguna cuarentona, todas bien conservadas. El macho alfa había quedado claro nada más que entraron y los otros no hacían mal su papel de comparsas. Reían mucho y hablaban en voz alta bajo la subliminal dirección y estímulo del amigable jefe. Todos bebían cerveza y comían con apetito de los platos que iba sacando sin que nadie me prestara más atención de la casi obligada al ver como tiro las cervezas.

En el otro extremo de la barra se hallaba un amiguete mío comiendo de pie un plato de habas con jamón. Es un tipo singular, atento y solícito con todo el mundo y más aún si sabe que tienen problemas. Siempre de buen humor, muy hablador, es de constitución débil y enfermiza salud que no le impiden desarrollar una gran actividad al cabo del día. Tiene un trabajo bastante estresante al que no duda en culpar de algunos de los males que le aquejan. Conmigo se conduce a la defensiva, siempre dispuesto a bromear antes que lo haga yo, cosa que nunca hago ni he hecho pero que él, por alguna razón que desconozco, piensa que es la mejor manera de estar a mi lado. Lo conozco de toda la vida pero sólo hasta hace unos pocos años hemos entablado relación. Puede que él recuerde mejor el pasado. A mi no me importa mucho, nunca me ha importado. Quizá sea esa una de las razones de mi mala memoria.

Pero conozco pronto a la gente que voy encontrando. Y sabía que a él, a mi amigo, no le estaban gustando los funcionarios.

Esto es una cosa que le he notado en el transcurso de todo este tiempo. Suele ser muy amigable con todos excepto si quien está en su amplio, amplísimo, campo de visión demuestra una excesiva felicidad envuelta por una buena constitución física. Ahí es como si se amohinara, como si no le sentara bien tenerlos delante. Y cosa curiosa, aún siendo como es educado hasta el extremo, hay veces en que lo veo mirándolos con fijeza, como si no se diera cuenta, como si estuviera en estado pre-epiléptico, con una mirada rara y un rictus que denota una malsana tensión interior. Nunca nadie se ha dado cuenta de esto, al menos en mi bar, pero yo sí lo veo. Quizá sea porque al ser feo nadie de los pocos que no le conocen repara en él.

Hoy le ha vuelto a pasar con los funcionarios. Y cada vez que por algún motivo me acercaba adonde él estaba, aunque fuera al paso o casi la carrera, no hacía más que hacerme gestos o decir algún chascarrillo para que lo oyera. Y yo sonreía y seguía a lo mío.

Mi turno estaba a punto de acabar y una parte del grupo (el macho alfa entra ellos) ya se habían ido. La cosa ya estaba controlada justo a tiempo y sólo quedaba esperar la cercana venida de mi hermano. Me puse en el rincón donde él estaba ya con el café para liarme el cigarrillo de salida y, como esperaba, empezó a tirar puyitas a media voz. Yo sonreía y callaba.

- ¿Me llevas a casa? -dijo al ver que mi hermano llegaba
- Claro

Y despidiéndome yo y él no de los funcionarios y funcionarias que quedaban nos montamos en mi coche.

Por supuesto, no podía ser de otra forma, conocía al macho alfa de aquella manada. Era un cabrón hijo de la gran puta que se levanta 7.000 euros al mes, algo que por lo menos hoy no ha demostrado en el bar pues todos pagaron a escote, supongo que para hacer equipo y tal. La señora del cabrón, otra zorra, funcionaria también ella, anda por los cinco o seis mil euros mensuales.

- Así que echa cuentas, Kufisto...-decía- Y te digo que ella le pone los cuernos a él, que lo sé, te lo digo yo.

Estuve a punto de decirle que no lo dudaba, pero como me importaba una mierda opté por expresarle mi más absoluta seguridad (dentro de que es algo que me importa tres cojones) de que él hacía lo mismo con ella.

- En esa clase de parejas -le contesté- eso funciona así. "Tú haz lo que quieras por tu lado y yo haré lo mismo por el mío" Funciona de esa manera. Son diferentes

No estará de más, aunque casi deba darse por excusado, decir que él goza de poco o nulo éxito sexual entre las mujeres que no necesitan su bonhomía, que son prácticamente todas las de edad fértil.

Lo dejé en su casa y me fui a la mía.

La tarde estaba ventosa y un mar de esas cosas parecidas a pelos muertos en forma de pequeños pétalos dorados ajados por el sol primaveral lo inundaba todo. Sin dudarlo un momento me cambié y salí a la calle con el medio cigarrillo apagado que había tenido la precaución de dejar de fumar durante el trayecto de vuelta en coche. El viento era fuerte en la primera parte del paseo. El sol todavía estaba alto y no había ninguna nube en el horizonte. Guardé el cigarrillo para encenderlo donde sabía que el viento me soplaría de espaldas.

Al fin rodeé el parque y enfilé la gran avenida. Como esperaba, el viento se puso a mi favor. Saqué la chusta y la encendí refugiándome en la mampara de una parada de autobús. Eché a andar y aspiré un par de caladas.


El cielo estaba azul, el sol amarillo y los árboles verdes.


Y casi me descojono.

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