martes, 16 de abril de 2019

FOTO FINISH

La chica, alta y delgada, parecía salida de un anuncio de champús para mujeres. Una larga melena lisa y negra se balanceaba graciosamente sobre la espalda al vivo compás que los tacones le iban marcando. Caminaba junta a una mujer mayor, quizá su madre. Un vestido de color azul dejaba ver los hombros y las blancas rodillas. La cara ovalada y limpia, la boca pequeña y el pecho escaso y firme terminaban por causar una mezcla de resignado estupor. Los ojos miraban al frente o a la mujer que hablaba junto a ella. Pasé a un metro suyo y estoy convencido que no me vio.

Un par de pasos más adelante, sin solución de continuidad, echado con la cara hacia la pared en uno de los bancos pegados al Hogar del Jubilado, yacía un hombre ya mayor a cuenta de las canas que dejaba ver la sucia gorra que aún así llevaba puesta. Debajo del banco, a la hipotética altura de la mano, un litro de cerveza metido en una bolsa de plástico esperaba. El hombre dormía sobre la dura madera en posición fetal. Una pequeña mochila apoyada en una de las patas de hierro que agarraba con el brazo derecho hacía las veces de almohada para el cuello.

La tarde era espléndida. El sol todavía brillaba alto dejando caer sus dorados rayos en el intenso azul del cielo que apenas era interrumpido por ligeras nubecillas blancas y altas. Allá a lo lejos, en lo alto del chimeneón, una cigüeña guardaba su nido.


Todavía lo miraba sonriendo el niño, el cuello casi dislocado, una piruleta en la mano, cuando pasé junto a ellos.


- ¿Y el papá donde está? -le preguntaba a su madre
- Por comida. Enseguida volverá.


Doblé la esquina, llegué a casa y miré atrás antes de meter la llave en la cerradura.

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