jueves, 2 de junio de 2022

ETERNA RESURRECCIÓN

 He ido al podólogo. Pedí cita ayer. En la puerta había un cartel de mascarilla obligatoria. Llamé, la puerta se abrió automáticamente, no había nadie en recepción y tomé asiento en la vacía salita de espera. Pronto salió él mismo de una de la puertas de enfrente.

- Enseguida te atiendo, Kufisto.

No dijo nada de la mascarilla. Pensé si tendría alguna en el coche pero lo dejé estar. El hilo musical era el de siempre, horroroso. Esta gente que ha estudiado no tiene gusto musical, lo tengo más que comprobado. Y yo sin los auriculares. Saqué el teléfono y miré cosas en la Red. Un chaval en patinete por la autovía adelantaba a un conductor que iba a 90 kilómetros por hora. La gente comentaba el fantástico vídeo. 

- Pasa, Kufisto -dijo saliendo otra vez. "¿Y la recepcionista?" me pregunté

Sólo habían pasado cinco minutos cuando lo normal son quince o veinte o quizá algo más. A veces he tenido que salir un momento para renovar el ticket de la zona azul. Peo hoy que le había echado todo un euro no iba a tener esa inquietud.

- Siéntate y quítate los zapatos -dijo volviendo a salir por la puerta que comunica a otra habitación. Obedecí y ya instalado continué mirando el teléfono por no hacer mucho caso a los lamentos del demoníaco latino que también allí cantaba sus tonterías de amor. Una enorme mascota con forma de pez se tragaba a uno de los barrenderos de un partido de béisbol. Sonreí.

- Bueno, vamos a ver...

No hablamos mucho. Quiero decir de ordinario. Hoy incluso menos. Lo dejó hacer y ya está. ¿Para qué hablar? Yo no voy ahí a hablar. Y él tampoco se ve muy hablador, aunque que puede que fuera de allí sea otro. Su padre aún vive, un médico chiquitín, un practicante de los antiguos, vamos, jubilado desde hace mucho tiempo que siempre tuvo fama de follador. El otro día lo vi por la calle. Está muy viejo.

Llamaron a la puerta y salió. "¿Pero y la recepcionista?" Era alguien sin cita, oí la conversación. Regresó y sin decir nada siguió a lo suyo hasta que otra llamada le obligó a salir, indicándole que tomara asiento mientras terminaba conmigo. Otra vez a mis pies, a mi callo del pie izquierdo, "el derecho siempre lo tienes mejor", a mis uñas. Miré un pie que había a mi izquierda sobre la mesa de trabajo; bueno, los huesos de un pie. De un pie derecho, para ser más exactos, aunque reconocer esto me costó más dudas de las razonables al verlo de frente. Ando muy espeso estos últimos días. Y nadie más que yo tiene la culpa.

Es como un racimo de uvas. Se divide en dos. El gordo y el siguiente por un lado y los tres pequeños por el otro. Hay muchísimos huesos en un pie.

Una muchacha de blanco se asomó por la puerta y saludó con timidez. Él no respondió y yo tampoco. Volvieron a llamar a la puerta y esta vez él siguió a lo suyo.

Terminó aún más pronto que otras veces. 

- Hasta la próxima, Kufisto.

Todavía estaba poniéndome los calcetines cuando entró la chica. No era la de siempre. Era mucho más joven y mucho más guapa, aún con la mascarilla puesta. Le pregunté qué le debía, pagué con un billete de cincuenta y me sonrió al traerme las vueltas. 

¿Se la estará follando? ¿o quizá sea su sobrina, o su hija? No sé, no me imagino al podólogo follando. La verdad es que no me imagino follando a nadie que vea por la calle.

Regresé a casa y con un audiolibro de Conan hice la tabla de gimnasia diaria que esta mañana había cambiado por comer y dormir, algo que me sentó bien. Me machaqué a conciencia, volví a ducharme y comí un bote de patatas cocidas con una lata de sardinas en aceite y algo de cebolla cruda.

Eran las siete y media cuando acabé. Salir a andar no era muy apropiado, la verdad; así fue que miré en Youtube y volví a decidirme por vídeos de chinos cocinando.

Bueno, no son chinos, son japos y coreanos, creo que algún tailandés, pero vamos, chinos. Son vídeos con sonido directo, sin comentarios, la mayoría de ellos incluso sin subtítulos que en todo caso puedes desactivar, tal y como yo hago. Son estupendos, muy bien grabados. Ayer vi uno de un solitario pastelero que empezaba a currar a las tres de la madrugada y era magnífico verlo obrar con esa rapidez y seguridad. Luego, sobre las seis, iban uniéndosele compañeros hasta que a las ocho abrían las puertas dando fin al vídeo.

Qué feliz parecía ese hombre trabajando solo, a su aire. O qué feliz lo veía yo. 


Quizá sea por ese recuerdo que hoy, después de todo, he vuelto a coger la pluma antes que seguir viendo trabajar a otros en soledad.

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