domingo, 19 de junio de 2022

MORIR CON ESTILO

Los árboles de la mediana se agitaban al errático compás del viento. Las hojas, aún verdes, danzaban como a espasmos bajo la amable luz solar de la tarde, lejano ya en el perpetuo olvido el fuego de estos últimos diez días. Tregua. Vienen soles más tranquilos y lunas menos castigadas. Lo dice el teléfono.

Vi al ciego doblar la esquina de abajo en dirección a nuestro bar. Siempre me recuerda a una viñeta de un cómic de Jan cada vez que lo observo andar por la calle. Paró unos pasos más adelante, pocos, junto a uno de los ventanales del local donde estaba la antigua sucursal bancaria, cerrado hará ya tres años. Tuve una buena amistad con su último director, un cojo con mucha retranca.

- ¿No querrás un...? -me decía a veces. Yo no tenía cuenta en su banco, tampoco el bar, pero siempre venía al nuestro; solo, con clientes o con las dos mujeres que trabajaban con él. 

Seguros, alarmas, tostadoras, lavadoras...Fue muy gracioso con esta última. Lo dijo sin mirarme, la caña de cerveza casi en los labios, y nos echamos a reír como dos chiquillos.

El ciego se echó mano al bolsillo de la camisa y sacó un paquete de tabaco. Encendió el cigarrillo, que se fumó en dos minutos de reloj, y reanudó su corto trayecto habitual. Por alguna razón ya no fuma en la puerta del bar. De hecho me enteré que seguía fumando una vez que como esta lo hacía yo en la puerta del nuestro y lo vi parado en la esquina del de arriba mientras devoraba al viejo estilo un par de cigarrillos empalmados. Tiene un serio problema pulmonar, entre otros, ceguera aparte, y a pesar de que a veces, sobretodo después de algún ingreso en el hospital, es capaz de estar un tiempo sin hacerlo siempre vuelve. Claro que ahora fuma mucho menos. Hubo un tiempo en la que daba miedo verle fumar. 

Tiré la colilla del cigarrillo, volví a tocarme el dolorido cuello, y pasé para adentro antes de que él alcanzara la puerta.

Es una especie de auto-imposición de manos: cuando algo te duele llevas la mano hacia la zona dolorida. Es como si en las manos, en los dedos, en sus nerviosas yemas, yaciera durmiente cual Cthulhu una sanación. Pero Cthulhu sigue durmiendo y mientras tanto hay que tirar de Ibuprofeno.

Así hice al despertar por segunda y última vez. La primera había sido un par de horas antes para cerrar la ventana. La madrugada había cambiado el signo de la noche previa, tal y como advertía el teléfono. Sonámbulo me levanté y al volver a la cama noté que algo ya iba mal en el cuello. Pero tenía tanto sueño que me volví a dormir siquiera antes de pensar en subirme el nudo de la coleta.

Fue al sacar a la barra la segunda bandeja de pulgas, la de salchichón, cuando vislumbré a un par de jovencitas tras las cortinas del bar, apoyadas en un coche que no era el mío. Por lo que oí estaba claro que iban borrachas y deseé que no entraran. No entraron. Cuando saqué la tercera bandeja, la de chorizo, salí a fumar un poco y vi que todavía andaban por el otro bloque, apenas separado del nuestro por una distancia de treinta metros. La rubia era la que peor iba. Se metió en la calzada sin mirar, aunque la morena no tardó mucho en hacer lo mismo. Apenas había tráfico a esas horas pero los contados coches debían andarse con cuidado. Ellas hacían porque pararan, levantaban los brazos desnudos de sus exiguos vestidos y reían. Nadie paró. Tampoco al otro lado de la mediana. Uno hizo el amago y tiró para adelante. Eran preciosas sí, pero nadie paraba.

Una tristeza tan grande como para mitigar el dolor en el cuello vino a mi durante el tiempo que tardé en preparar la cuarta y la quinta bandeja de pulgas, las de anchoas y atún.

Eran muy guapas, apenas tendrían veinte años...¿como puede hacerse eso a sí misma la belleza? No podía quitármelo de la cabeza.

"La belleza salvará al mundo" ¿Y como es que tengo que ver algo así? ¿no eran lo suficientemente guapas? ¿es necesario trasformarlas en unas cerdas sin alma?¡Santo Dios! ¡Muchos hombres morirían en su lugar por una mirada de ellas! Lo primero que un hombre mira cuando la noche se acaba es una mujer.

Loren, buen tío, llegó poco antes del mediodía enfundado en un abrigo, algo que por más que no quieras no deja de sorprender en plena ola de calor. 

Anís, vaso de agua y tragaperras. Hora y media estuvo jugando. A veces salía de la barra para recoger algo de las mesas y lo veía ahí, delante de la máquina, completamente obnubilado, alcoholizado, al límite. Pronto, muy pronto, le alcanzará la muerte.

Me quedé un buen rato en el ventanal viéndole cruzar los pasos de cebra. Los ocupantes de los coches que pasaban le miraban alucinados enfundado en su abrigo.

- Ahora sí, Kufisto -dijo el barrendero

Acababa de poner a Metallica en Spotyfi. Eran las tres de la tarde y lo poco que había habido ya estaba hecho. Llevo unos días, bueno, quizá un par de semanas, escuchando a Metallica, tanto al entrenar como al salir al pasear. Me sienta bien.

Eran cuatro, una pareja del ramo y estos dos, el otro un amiguete que lo pasó muy mal tras el divorcio aunque ahora parece estar medio bien.

La pareja, propietarios de un bar, es la típica demasiado educada que no suena del todo bien. Normalmente se toman dos en compañía de la familia y marchan; pero hoy vinieron solos, se liaron con estos dos y cual no sería mi sorpresa cuando a la tercera ella empezó a hablar como una verdulera.

- ¡Esta última es mía, Kufisto! -dijo él.
- Vale -respondí ante el empeño del divorciado.

La pareja se fue y no vi ningún billete en la barra. Los otros dos se quedaron un rato más mientras hablábamos del hard rock.

Y se fueron.


Bueno, la última ronda no se pagó. No pasa nada. Se habían dejado una pasta. De hecho había determinado invitarles a una ronda. Lo uno por lo otro. Beben y se les olvida. Decir yo pago no es lo mismo que pagar.


Me quedé solo. Abrí otra cerveza y cogí el teléfono. En el foro decían que habían muerto cinco tíos en la carrera de la isla de Man. El vídeo de uno de los motoristas que la han corrido para contarlo resultaba espeluznante. La discusión era fuerte.


Salí a la puerta del bar. 


Y vi el viento 





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