jueves, 11 de julio de 2019

LOS RAMONES

Salí a caminar por no tener otra cosa que hacer. Durante media hora había intentado dormir la siesta sin conseguirlo (como de costumbre) y no me apetecía nada pasar la tarde viendo las últimas novedades de los canales a los que estoy suscrito en Youtube. Uno de los que tenían material nuevo era el de esa adorable china que cocina para la familia y amigos en su hermosa aldea china perdida entre valles y montañas, pero hoy yo no estaba para eso y no quiero ver sus maravillosos vídeos como si fueran los de cualquier otro. Había algo en el canal fascista, una conferencia celebrando el centenario de Blas Piñar en el Casino de Madrid. La presentaba un anciano acompañado por cuatro invitados. Conocía a dos: uno era hijo del recordado, un general que está en la reserva, y el otro era un profesor de una Universidad madrileña, no recuerdo cual. Pasé por la barra de tiempo hasta dar con su cara y estuve escuchando un rato mientras buscaba cosas de Blas en otras ventanas. Di con un mitin de 1978 en San Sebastián en el que se anunciaba algo de tiros y altercados, una charla informal con las juventudes del partido en un campamento de verano y un acto público en la plaza de toros de Aranjuez celebrando el 18 de julio de 1981. Ninguno fue suficiente y a eso de las seis y media de la tarde, una hora después de haber dejado por imposible lo que de verdad me hacía falta, me calcé las zapatillas y salí a la calle.

La idea era dar el paseo estándar, regresar a casa a eso de las ocho, ver algo en el ordenador e irme a la cama poco antes de las diez. Con un poco de suerte conseguiría dormir antes de las doce y mañana, quizá, me levantaría en condiciones. El verano es la peor estación de todas. Uno no duerme como debe y luego está medio dormido durante todo el día.

Cuando uno gasta un cierto retraso de sueño aparte del natural que lleva consigo de nacimiento a veces no sabe porqué hace ciertas cosas o toma determinadas decisiones. Pero fue salir de casa y desviarme de la idea inicial. No tomé la senda de todos los días como este y sin tener nada clara la razón decidí que iba a ir a los molinos. Recordé el trayecto de vuelta que hago cuando vuelvo de ellos y pensé que sería una buena idea verlo al revés. Y así lo hice. Y pasando por delante de una administración de loterías a la que nunca entro me dije que quizá sería conveniente jugar ahí la lotería de todos los días en lugar de hacerlo en la que siempre lo hago. El camino había cambiado ya de salida y era posible que no me diera tiempo a llegar a la otra. Pasé adentro y estaba ese tipo. Yo iba con los auriculares puestos a todo lo que daban y sin quitármelos di las buenas tardes y pedí cuatro apuestas para hoy. No hubo más y reanudé la marcha.

Ya había dos sentados en uno de los bancos de la última tienda del pueblo. Hay una especie de recodo con un par de arbolillos y dos bancos donde el personal se sienta a beber cerveza y fumar canutos. El gordo y otro que no reconocí andaban trasegando lo suyo mientras esperaban a los demás. El carro de basura que está a la entrada andaba hasta arriba de botes de cerveza. Estaba claro que el mediodía se había dado bien.

Miré por el gato negro de ojos verdes con el lomo abierto que estos últimos años he visto rondando una de las últimas casas y no lo vi. Tampoco el bol con agua y comida que le dejaban debajo del coche. Ya son tres o cuatro veces las que me pasa esto. Puede que haya muerto. Siempre le decía algo cuando pasaba por ahí.

Subí el puente y vi los molinos. Quité a Led Zeppelin y puse techno.

El calor era soportable y el camino estaba vacío. Hice la primera ascensión con la idea de bajar por el otro lado, volver a subir y ya retomar la ruta normal. Tal vez no llegara a casa a las ocho, puede que me dieran las ocho y media y bueno, dos horas no están mal. Luego la cama y dormir cuando pueda.

Y estaba bajando para irme, ya un tanto cansado, cuando pensé por qué no subirlos ocho veces. Mi récord, hecho y repetido desde hace unas semanas, estaba en seis y en fin, ¿por qué no? Y seguí subiendo y bajando los molinos por sus dos laderas.

La última vez ya era casi de noche. El sol se había puesto en la sexta y la gente había ido llegando para verlo. Sin dejar de andar vi como desaparecía la parte superior en apenas unos segundos. Había parejas viéndolo. Había familias con críos. Había turistas y coches en la cima. Hacía tiempo que no veía los molinos así. Hacía mucho tiempo que no estaba a esas horas por allí. Los molinos ahora están iluminados. La gente va allí y pasan la noche los unos con los otros. Antes ibas allí para follar. Ahora hacen hasta conciertos en una cantera cercana. Pero no hoy.

Bajé por octava vez, la cuarta por ese lado. La noche ya era casi total y recordé cuando de chico dormíamos en la casita de campo que tenían mis abuelos. Aquello era maravilloso. Tenía unos rosales al otro lado de la pared del dormitorio que cuando por la mañana abrían la ventana para despertarnos inundaban la estancia con un olor tan intenso que no quedaba más remedio que levantarse para desayunar. Luego a jugar a lo que fuera y a no matar bichos que no había que matar.

- ¿Por qué las pisáis? -decía el abuelo cuando nos veía pisando hormigas- ¿Os han hecho algo?
- No
- Pues no las matéis

La noche era casi cerrada cuando bajé el puente. Habían pasado cuatro horas desde mi salida y seguía estando bien. Recordé una vez, hace muchos años, en la que estuve seis andando por ahí. Y pensé que hoy era una buena noche para intentarlo.

Es verano y los chicos están de vacaciones. Hay parejas que van por ahí cogidas de la mano. En las terrazas de los bares y las heladerías las familias y los amigos beben y hablan. El silencio, ya sin los auriculares, es grande cuando no andas por allí.

Rodeas el pueblo hasta llegar al parque. En tu camino hasta llegar allí han ido apareciendo jovencitas de pantalones cortos con el móvil pegado en sus culos. Recuerdas a esa bonita muchacha, la hija de ese paleto de los últimos días que hoy ha regresado a tu bar, sola, un tanto nerviosa, a tomar un café con una camiseta de los Ramones. No me ha dado tiempo a decirle algo sobre la banda. La mañana anterior, viendo como hablaba con su padre de nuestros whiskys, le habías dejado el librito tan chulo que tenemos con todas las referencias de los premium. Estaba con su padre y lo miraron juntos, sorprendidos por los precios, más ella que él, claro. Él no ha perdido ocasión en estas dos últimas mañanas para explicarme entre copa y copa de DYC sus cosas, de mucho nivel y todo eso...

- Mi hija tiene diecinueve años y sabe llevar un tractor. Está sacándose el carnet de coche.

Diecinueve años.

Hoy ha venido con una camiseta de los Ramones, sola, y se ha ido enseguida.

- Me ha dicho mi hija que le has puesto un chupito de naranja
- Sí, es un detalle que tenemos por norma. Al menos hasta el mediodía.

Ya era de noche total y el perímetro del parque estaba tan negro que sólo la media luna lo iluminaba algo. Una cuadrilla de marujas, de dos en dos, andaban cotorreando sin parar en la penumbra. Un poco más allá empecé a oír música. Y fue como si al oírla se me vinieran abajo las piernas: un cansancio infinito me llegó de pronto. Quizá hubiera un concierto de esos de verano en el parque. Me sentaría, fumaría un pito y con un poco de suerte quizá hubiera alguien que podría venderme una cerveza bien fría. Pero el concierto no era allí sino en un hotel que hay a la vuelta. Oí "Killing my softly with this song" hasta casi perderlos. Las chicas gritaban entre verso y verso y luego por más. La cantante lo hacía muy bien. Hoy no iba a ser el día de batir mi récord. Tenía las piernas hasta los cojones. Ya había sido más que suficiente.


Pronto darán las siete. Entonces escucharé Bron Yr Aur dos veces y media, me levantaré, me ducharé, me afeitaré y me iré para el bar.


- ¿Ya no te pones techno para empezar, Kufisto? -dirá Paco el ciego cuando oiga la tercera llamaa de mi alarma
- No
- ¿Y qué es eso?
- Led Zeppelin. Lo que oigo al levantarme.
- Ahhh...¿Como AC/DC?
- Sí. Y Los Ramones
- ¿Los qué?
- Los Ramones
- Vale. Ponme una manzanilla


Y es que le suda los cojones ocho que ochenta y ocho.

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