Cuando le vi tomar asiento en la barra supe que hoy venía solo. Pidió su primera cerveza y empezamos a charlar. Enseguida, tras la cuestión del tiempo, salió a relucir nuestro común amigo, su compañero habitual en la mesa del fondo. Hace unos días de su cumpleaños y recordé que el lunes me contó un tanto abrumado la festiva semana que le esperaba con dos cumpleaños más del grupo de amigos; uno fue ayer y el otro será mañana. El cliente se extrañó de este último, algo que me inquietó un tanto por si había metido la pata, pero pronto cayó en la cuenta de que era un tema del tiempo, de la lluvia, del sitio donde iba a celebrarse. Y con esto pasamos a charlar de este último celebrante, un hombre adinerado del pueblo, como todos los de la cuadrilla, aunque puede que sea el que más.
Me habló de la reciente venta de un pisazo en pleno centro de Madrid, del dinero que había sacado y de su voluntad de liquidar casi todas las propiedades o terrenos por efectivo, con el consiguiente embrollo familiar. El hombre, que siempre ha sido de fuerte constitución, lleva un par de años con problemas de salud y parece tenerlo claro. Oí unos cantidades de dinero que me dejaron atónito.
Poco más tarde llegó al bar otro integrante de la cuadrilla, el que ayer cumplió años, y la conversación derivó hacia la reapertura de un conocido restaurante de la localidad que llevaba cerrado por reforma desde primeros de año.
- ¿Como? -dije yo- ¿Que lleva cerrado desde Reyes?
- Sí
- ¡Joder! ¡Pues la primera noticia que tengo! Y mira que paso por ahí.
Creo que fue en ese preciso momento cuando me vino a la cabeza que llevó unos días oyendo un audio-libro de Conan el Bárbaro.
Con gusto me explicaron el tema, que se resume en pocas palabras: al final ha comprado por jubilación del propietario el cercano local por el que tantos años llevaba detrás uniéndolo todo para crear una especie de trasatlántico hostelero de primera clase. Y eran tales las cantidades de dinero, de trabajadores, de dimensiones de la terraza exterior que casi fue como cuando veo algún documental del Universo. Yo, mi familia, tres generaciones de camareros autónomos, y casi con una mano delante y otra detrás, siempre a dos meses de no poder hacer frente a la hipoteca con el banco, lejos ya, muy lejos de los buenos tiempos del abuelo que ahora resultarían irrisorios, lejos también de los complicados años que tuvo que afrontar mi padre aunque con la inestimable ayuda de la tienda de ropa que abrieran atendida por mi madre y una tía (algo que muchos años después, ya con la tienda cerrada por jubilación y mi padre muy enfermo, me confesó que fue la tienda y no el ruinoso viejo bar la que traía la mayor parte del dinero y los problemas a casa) la que nos hizo pasar una infancia en la que creímos ser mucho más de lo que éramos, al menos yo...Y este tío que salió de la nada, trabajando para el restaurante más famoso del pueblo, que se fue por su cuenta pegando un buen petardazo y luego partió con su socio y montó el propio justo enfrente de aquel donde había empezado hasta convertirlo en el más elegante de la ciudad, el lugar donde la gente de dinero va a comer y a hacer negocios, y no contento con eso levantó un gran pub para que lo llevara su hijo, y ahora, ya mayor y supongo cerca de la jubilación, echa el resto con la confianza puesta en el hijo, volcado en el restaurante desde hace tiempo...
Toda mi vida trabajadora he estado igual. Quizá no tan mal como ahora pero parecido. Siempre he trabajado, nunca he faltado a mi puesto bajo ninguna circunstancia, pero fuera del bar se acaba el bar. Esta gente no. Esta gente le da a la cabeza. Esta gente no piensa en otra cosa. Y por eso ganan.
Nunca olvidaré aquella frase de mi idolatrado Bobby Fischer en una entrevista tras vencer a Petrossian la final de Candidatos en Buenos Aires y ganarse el derecho de luchar por el título mundial frente a Spassky: "Demasiadas veces la gente no hace todo lo que puede, no tiene espíritu entusiasta, el espíritu de vencer. Y una vez que usted lo tiene debe dedicarse a ello por completo. Por eso no pierdo el tiempo por ahí. Mi meta es ganar el campeonato mundial de ajedrez. Y me tomo esto muy en serio"
Salí del bar con Conan en el teléfono. Subí al coche, encendí la chusta y conduje hasta casa pensando que no era raro que Howard se hubiese suicidado a los treinta años. Cerré la puerta del dormitorio para desesperación de la gata, me eché en la cama y durante una hora dormí a ratos mientras el locutor sudamericano murmuraba otra vez las extraordinarias luchas del Bárbaro por recuperar su trono frente a un mal mago.
No, nunca he sido como el gran Fischer. Ni como Conan. Ni como este del restaurante.
Pero bueno, también fue Fischer quien al final de su vida renegó de toda ella salvo de su última parte.
Aquella en la que, por fin, sintió el verdadero calor humano.
La última carta es paciente, Kufisto.
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