miércoles, 6 de abril de 2022

ES COSA DE UN RATO

 Fue uno de esos días en los que despiertas como quien acaba de ser estafado por un trilero. Apagué el despertador y me levanté de la cama dolorido, con una sonrisa amarga y la convicción de que el día ya estaba hecho. Fui a la cocina, puse agua a hervir, tomé mis suplementos y añadí una dosis doble de té al oír que el agua burbujeaba. La gata rondaba lastimera y eché un vistazo en el cuarto donde come y bebe. Ni agua, ni pienso. El piso estaba helado. Regresé a la habitación y me lavé la cara con agua templada. Después me vestí y cuando salí de ella oí un extraño chisporroteo proveniente de la cocina: no había apagado el fuego, el agua se había consumido y el calor empezaba a comerse el cazo.

El primer cliente en el bar fue el mismo de estos últimos días. Le di los periódicos que le guardo del día anterior y un chupito de Johnnie Walker. Hoy no quería café. Al irse me dijo que quizá este sería su último día por aquí. Le deseé suerte y se marchó.

Entraron dos chavales y pidieron un par de tercios. Uno de ellos estaba un tanto tocado. Una noche dura. Se los puse y regresé a la cocina para continuar preparando las pulgas. Pronto se fueron a la tragaperras. En eso llegó el de los periódicos y me informó de que esta noche habían robado en un bar cercano. Los chicos seguían jugando sin dar escándalo. Les cambié tres billetes de cincuenta euros que se pulieron. Pensé si no habrían sido ellos. Carne de cañón.

Como todos los días laborables me fui del bar a eso de las diez, pero hoy tendría que hacer una breve parada en el moro por los tomates que no compré en la tarde de ayer: el peor día de invierno había hecho acto de presencia en primavera. Y a eso de las cuatro de la tarde, cayendo aguanieve, yo me había metido en casa para no salir de ella.

Dormí, dormí...Dormí algo, no mucho, puede que una hora de las dos en las que estuve arrebujado por las mantas y los audiolibros de Lovecraft, pero dormí, dormí, dormí sin llegar a soñar...Mi polla era fiable testigo de ello. Pasé la tarde con la gata enrollada sobre la manta viendo vídeos en Youtube desde el sillón y leyendo decimonónicos cuentos de terror en el sofá. 

Rida andaba colocando la mercancía cuando llegué a su casi vacía frutería. Pedí por tomates y pasó adentro para sacarme una caja mientras yo intentaba ponerme un guante de plástico que resultó imposible de abrir. Tenía prisa. Tenía que hacer cosas.

- Aquí tienes, Kufisto -dijo el chaval. Una caja de hermosos tomates para rallar, maduros, en su punto. 

Estaba acabando de escogerlos cuando la única clienta que andaba por allí con una FFP3 made in Japan me advirtió de que yo estaba sin guantes. Yo, que siempre me lo pongo, no llevaba guante, no había sido capaz de abrirlo.

- ¡Rida! -voceé-
- ¿Qué, Kufisto?
- Ya estoy

Volví al bar, dejé los tomates y tiré para casa.

El saco estaba muy descentrado del eje. Un entreno más y le daría un puñetazo a la pared. Tengo mil horas libres pero nunca encuentro una para nada. Pero hoy ya era imposible entrenar en esas condiciones: había que correrlo sobre la barra de hierro hacia la izquierda. Había que descolgarlo y volverlo a enganchar. Esto me retraso un buen rato. A punto estuve de darme una buena hostia encaramado en la silla cuyo respaldo hacía de soporte. Y una vez en marcha vi que no lo había hecho bien: se descolgaba de las agarraderas. Tenía que parar, quitarme los guantes y volver a colocarlo en sus anillas. Así una y otra vez. No podías pegar con todo muy de seguido, las cadenas saltaban. Era como mi noche de sueño. Conseguí hacer lo básico y me duché. Comí y volví al bar. Me dolía todo cuando llegué. Tuve que tomar un ibuprofeno.


Cuando salí de allí estaba dándole la razón a un guardia civil de paisano que había venido al bar a tomarse un cubalibre. Poco antes había hecho lo mismo con el estrambótico caso de un abogado que trasegaba cerveza tras cerveza en una de las mesas del salón.


"Eso es, Kufisto. Eso es"


La tarde era muy distinta a la de ayer cuando salí del bar. La fría mañana había dado paso a un sol que empieza a calentar. ¡Todos tienes razón! Y tú estás ahí para darles la razón a cambio de una consumición. A todos, buenos y malos, a todos desde que tienes memoria. Sólo a un amigo se le dice no. ¿Pero tú, Kufisto, todavía tienes amigos? ¡Que hablen! ¡Que hablen y que digan, que cuenten y que beban sobretodo que beban! ¿Como decía el abuelo? "¡Patatas fritas con mucha sal, así beben más!" Y tú dale la razón, a este o al otro, al de aquí y al de fuera, ¡a todos!, "tienes razón", ¡y ya está, no hay más! "Tienes razón" 


Tienes razón. Llega la primavera. El saco está en su sitio y tan sólo hay que buscarle las mañas para que al pegarle bien no se descuelgue. Lo demás...


Bueno. Después de todo es cosa de tener un rato.





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