Flotaba en calma con los ojos entornados sobre las profundas aguas del inquieto mar. El amable sol poniente quedó oculto de repente y girando la cabeza vi como se acercaba una ola gigantesca, fría y casi negra. Alcé la vista y vi a tres mariposillas blancas revoloteando al alcance de mi mano. "Se van a ahogar" pensé. Levanté el brazo derecho y se dejaron atrapar en mi puño. Una de ellas mordisqueó la piel. Lo sentí como un beso, sonreí y cerré los ojos. La ola pasó, abrí la mano, las mariposas volaron y yo desperté en mi dormitorio.
Antes de llegar al bar, antes de reconocer los dos coches de la policía, antes de ver el de mi hermano, supe que nos habían robado. El cristal de una de las hojas de la puerta de entrada estaba destrozado. "La tapa de una alcantarilla -dijeron- es su modus operandi" Habían reventado la tragaperras, una de las reforzadas, aunque poco después nos enteramos que no habían sido capaces de acceder a su contenido. "Pero anoche te dejé tu dinero de la semana en la caja -me dijo mi hermano- Y se lo han llevado" El cambio y la lotería seguían allí, sobre las cámaras frigoríficas de la barra, a la vista. Abrimos poco después de que la poli se despidiera a la francesa ante la indignación de mi hermano.
Eran las diez y media cuando regresé a casa, casi una hora más tarde lo habitual. Debería darme prisa si quería cumplir con mi rutina de ejercicio. Pensé en Zaratustra como banda sonora pero se me había descargado del teléfono, así que continué con "Gusanos de la Tierra" por donde lo había dejado al ver el percal. Tampoco estaba mal.
En el salón estiré como todos los días. Luego hice fondos, abdominales y hombros con la ayuda de una silla. Me fui al dormitorio y empecé con el saco. No sé cuantas veces lo salté de las agarraderas. Las paredes retumbaban como deben resonar los tambores de guerra. Me duché con agua fría y comí arroz y carne roja. Tenía media hora antes de volver al bar. Encendí un cigarrillo y miré algo en Youtube que ahora no consigo recordar.
Sí recuerdo lo que vi ayer, un debate de tres horas entre tres comunistas. Uno de ellos era desastroso, no sabía comunicar. ¡Y encima era el que más hablaba, incapaz de parar su caótica verborrea!. Era como si estuviera drogado, anfetamínico, en fin, penoso, de vergüenza ajena. Pero los otros eran buenos. Y además estaban picados.
Con esas, sobre las diez de la noche, me fui a la cama con "Gusanos de la Tierra" en el teléfono, no sin antes echarle un vistazo a la entrada del autor en la Wiki: se suicidó a los treinta años, el mismo día que su madre con la que convivía entró en coma por tuberculosis. Al siguiente ella murió y los enterraron juntos.
- ¿Kufisto? - dijo mi madre por el teléfono.
- Sí -respondí en modo altavoz mientras preparaba unas de las contadísimas consumiciones de este mediodía.
- ¿Qué te parece? ¡Te he llamado antes!
- Ya...Estaba sin batería -mentí.
- ¡Lo que me he acordado de tu padre! ¡Será que no decía que era imposible que robaran estando al lado del cuartel de la Guardia Civil!
- Ya...Bueno, ha sido la primera vez en veintitrés años...¡Qué se la va a hacer!Tengo que atender, mama
- Venga, un beso, hermoso.
- ¿Qué tal estás?
- Bien, mejor...Ya estoy mejor
- Un beso.
- Un beso.
Eran tres mariposas blancas. Yo estaba flotando igual que el sol poniente, feliz, en medio del mar, con los ojos entornados...
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