Topé con ella en la puerta del bar. Yo salía a dejar la bolsa de trabajo en el coche y ella entraba armada de varios apechusques que daban a entender su oficio como azafata de bebidas. Nos dimos el hola en la misma cortina, salí afuera, dejé la bolsa y ya otra vez dentro del bar vacío me preguntó si ese era el bar de Kufisto; respondí que sí y ella suspiró diciendo lo que le había costado encontrarlo, algo que no entendí hasta un ratito después al notar su evidente nerviosismo que pronto confirmó de palabra al confesar que era su primera vez.
Era una chica muy joven, veinteañera, de negra melena rizada, alta a pesar de ir en zapatillas y guapa en lo que permitía ver la mascarilla que no se quitó. El tono de voz era todavía más juvenil, casi colegial. La muchacha no paraba de hablar mientras extraía de los cartones las diferentes partes del tenderete a montar, una cosa de chusco aspecto siendo como era de una ginebra premium. Yo la miraba agacharse para dar fondo a la dudosa forma del mostrador, lo que no logró excusándose con salir otra vez al coche por la cinta americana, los regalos y parte del resto de cosas necesarias. Tenía unas buenas piernas enfundadas en medias. "¡Y me cambio de calzado! -dijo- ¡que así parezco una loca!" No se por qué pero esto me hizo mucha gracia. Todo era tan natural en la chica, todo estaba tan desprovisto de afectación, que era inevitable no sonreírse con ello.
En ese compás de espera llegó mi hermano pequeño a dar el relevo. Le comenté un poco lo que había y ya me iba cuando ella regresaba con los tacones puestos, un plus en toda regla que le sentaban estupendamente.
- Bueno, me voy -le dije- Te dejo con mi hermano. Luego llegará el jefe. Adiós. -
- ¡Adiós! ¡Gracias!
Sonriendo subí al coche. Y pensé en la buena pareja que hacían y en la que iban a montar hasta tener en orden todo aquello. Confieso que casi llegué a reír.
Todo el mundo tiene problemas. Todos los días alguien me cuenta los suyos. A veces son cosas serias, enquistadas en el tiempo y cada vez más complicadas de tratar sin hacerse más daño del ya hecho. A veces, muchas, la gente sigue con sus problemas de puro miedo por no darse de frente con la solución a ellos. Con la edad, con el paso de los años y la pérdida de la juventud, se hacen más grandes los problemas. Y no porque sean más grandes, no, sino porque nosotros los hacemos más grandes. Nunca tiene uno más problemas que cuando es joven pero, por así decirlo, se resuelven solos, tal que ese muñeco que aprietas, retuerces y deformas al extremo pero que le basta con que, cansado de hacer el tonto, lo sueltes para recuperar su forma.
- Vaya noche ayer, Kufisto...-me dijo un buen amigo este mediodía-
- Ya te estoy oyendo la voz...-
- Anda, ponme un vino blanco bien frío -
Se lo acompañé con una pulga de chorizo que mordisqueó mientras me contaba lo poco que podía recordar.
- Ya no estoy para esos trotes. Ponme otro. Pero no me pongas pincho-
Seguía sin sentirse en su cuerpo.
- Me vas a poner un chupito de ginebra, Kufisto. A ver si así...-
Se lo bebió de un trago, acabó con el vino, pagó y dijo que se iba a por el pan.
"¿Qué tal estás?" me ha dicho la mujer al despertarme hace un rato. "Bien" le he contestado. Es lo mejor, hacer somo si nada. Y encima hoy toca comida familiar...Ay, la hostia.
La chica debutante ya estará tras el frágil tenderete ofreciendo la mercancía con su mejor disposición a los clientes del bar. Mi hermano andará de acá para allá, puro nervio, poniendo copas. Quizá fallé algo, tal vez se desmorone el reutilizado cartonaje de la marca con las risibles consecuencias, pero no pasará de un ay, una pequeña vergüenza y a seguir adelante. Unos pedazos de cartón no podrán con ellos, inocentes del todo. La noche es joven.
Y el día también.
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