jueves, 25 de noviembre de 2021

MALA SANGRE

 No llegué a frotarme con ajo machacao porque ya tenía que volver al bar.

Y no es que la cosa haya reaparecido de un día para otro, no, qué va: lo menos hace mes y medio que empezó a avisar. Pero como uno vive en su nube ve los síntomas como si fuera otro quien le mira desde el espejo: una leve picazón en las aletas de la nariz, bajo las bolsas de los ojos, tras los lóbulos de las orejitas, en el esternón...todo ello adornado por un leve tono rojizo que la socorrida pomada anti eccemas no conseguía curar. Y no sólo eso; hará como tres semanas, tres, que en la despejadísima parte frontal de mi calavera, como media cuarta más allá, ahí donde todavía no se ha batido en retirada mi desgraciadísimo pelo, hicieron acto de aparición las consabidas irritaciones indicativas de que algo ("algo" jodido Kufisto) volvía a no ir bien. Pero nada, mejor no pensar en ello y salir a andar en busca de la inspiración necesaria para el estelar despegue de mi carrera literaria (once años van ya en la pista de salida y contando); o sentarme en el sillón a ver vídeos de Youtube (ahora ando con los de un fraile cocinero); o tumbarme en el sofá para leer libros de divulgación que ya no puedo entender y que cual remolino de aguas negras en el water me devuelven sin remisión a los exhaustos pozos de los de siempre. 

Hasta que hace tres días llego don Dolor y ya no hubo manera de mirar hacia otro lado: "su brote de dermatitis seborreica, don Kufisto." Y entonces, las prisas.

Del bálsamo de Fierabrás que guardaba en el frigorífico no quedaba ni la muestra, lo que no me extrañó pues recordaba perfectamente haberle pasado su contenido hará como dos años a un amiguete que andaba desesperado con el mismo problema. Ya entonces estaba caducado, pero menos es nada. Algo le hizo, no mucho pero algo, aunque siguió (y sigue) tan desquiciado como lo ha estado toda la vida. Algún día saldrá en los periódicos.

Llamé un amigo médico (que debe estar hasta los cojones de todos nosotros) pidiéndole por favor una receta del bálsamo, que es una fórmula magistral para hacer en farmacia, un ungüento maravilloso que un doctor palestino me recetó hará como veinte años y a quien siempre le estaré agradecido hasta las lágrimas. Mi amigo se hizo cargo, lo dejé en sus manos y un rato después me envió un wasap indicando que ya estaba solucionado...¡a finales de la semana que viene! ¡Ay Dios, no me jodas! ¿y qué hago yo todos estos días con mi puta cabeza?

Anoche no podía resistir la tirantez y el picazón. Recordando las loas hacia el jabón Lagarto de una amiga y sus hongos cogí una pastilla que tenía por ahí y me duché y lavé la cabeza con ella. Eso me desveló, no iniciáticamente como cuentan en otros de los vídeos que veo en el sillón, sino que no me podía dormir, aunque verdad es que el dolor disminuyó un tanto, más quizá porque hacía cinco días que no me lavaba el pelo que otra cosa. Desperté mal, me fui a trabajar, regresé a eso de las diez y, tan desesperado como para pedir otro favor, llamé a la farmacia donde el médico había hecho mi encargo para que por favor, por favor, por favor adelantaran el proceso de elaboración.

Por una feliz coincidencia el propietario fue compañero de estudios, un chico de familia bien con el que aún hoy mantengo algún contacto en forma de sus esporádicas visitas al bar en compañía de su esplendida mujer y sus dos preciosas hijitas. No estaba pero tomaron nota del recado con la promesa de devolverme la llamada en cuanto llegara y de hacer todo lo posible para tener mi cura cuanto antes. Me metí en la cama y me arropé en posición fetal con "El caso de Charles Dexter Ward" sonando bajito por el móvil, no sin antes echarme una mezcla de bicarbonato y agua sobre las heridas que tras veinte minutos aclaré "con abundante agua tibia" tal y como decía un vídeo de una furcia en Internet.

A eso de las doce sonó el teléfono. Tan sobresaltado como Ward al encontrarse en la biblioteca de casa con el gilipollas de su padre lo cogí y vi, cosa extraña, que era mi madre, que parece que huele mis problemas. Hablamos de brócolis y de los gases que le producen y al acabar dijo: "¿Estás bien?" Yo le había dicho que me había despertado, lo cual era casi verdad, pero con todo a ella le salió el estás bien. Es increíble lo de las madres. Qué miedo dan a veces.

Desconcertado y dolorido me levanté. La una estaba a la vuelta de la esquina con su regreso al bar. Comí algo viendo un vídeo del fraile. Sopa Minestrone. Es de mi edad y también de mi tierra. Habla como un niño grande, con esa candidez típica de quien tiene de buen grado la líbido por los suelos. Casi que dan ganas de cortarse los huevos.

Google. Remedios naturales. Ajo machacado. Aplicar. 

Gracias a Dios que ya no me quedaba tiempo.

Regresé no muy mal a eso de las cuatro. La última media hora del lánguido mediodía la había pasado en compañía de mi amiga la del Lagarto y los hongos. No le dije nada y ella tampoco se dio cuenta. Hablamos de cuando éramos jóvenes y nos drogábamos; más ella que yo, mucho más. 

Y mi "amigo", el pijo de la farmacia, sin llamar.

Fue estar solo y sentir el dolor. Es como grapas estampadas en la cabeza. Dos veces me he abierto la cabeza y esa es la sensación. Pero en toda la extensión del maldito melón. 

Consciente de que sudar quizá no fuera la mejor opción, y tras descartar ponerme a beber y a escribir o a echar a andar, me puse con la tabla de ejercicios y después me encerré en la habitación a golpear el saco.

Estaba duchándome con Zaratustra y el calentador de fondo, lavándome el pelo con el jabón de glicerina habitual, cuando creí que Zaratustra calló. Terminé y el mago persa seguía hablando. Desconfiado, tal y como aconsejó, cogí el móvil y vi una llamada perdida de la farmacia. "¡Dios Santo, lo han hecho ya! ¡Bendito seas, amigo mío! ¡Vivan los Hombres G! ¡Muerte al heavy metal! ¡Sí!" El capullo de Zaratustra andaba entre viejecillas y jovencillas cuando le tapé la boca.

- Hola, soy Kufisto, acabo de recibir una llamada vuestra y...-
- Ah, sí, espera...Te paso con Javier -

¡Javi! ¡amigo mío! ¡Santo Dios! ¿Te acuerdas, te acuerdas cuando éramos chicos, yo jevi y tú pijo, y nos sentábamos en el mismo pupitre y tú te reías de las fotos de culos caídos de las chicas jevis que yo llevaba pegadas en mi carpeta? ¡Joder, qué razón tenías! ¡Estaba equivocado! ¡Estoy equivocado! ¡Mira tú, gran pìjo, ya entonces acariciador de prietas y turgentes nalgas de niñas de colegio privado! Sí, guapo pero soso, que también yo me hice algunas. "Me gustó tu manera de llegar tarde al examen" me dijo uno de ellas después de sobarla un buen rato en un callejón oscuro, el de Santa Ana, "entraste como quien no tiene miedo" ¡Oh, Dios mío, pero ahora tengo casi cincuenta años y vivo en una nube! No tengo mujer, no tengo hijos, no tengo amigos, no tengo nada como decían Salvatore de la Rosa y Bob Dylan; no tengo más que un piso hipotecado y una amiga que se lava el coño con jabón Lagarto; y un coche mayor de edad y una madre rayos gamma; y una gata que recogí de la calle porque se empeñó en que la recogiera; y un kindle con muchos libros que no puedo entender y ni un sólo escritor nuevo que leer...¡Oh, Javi!

- ¿Sí...Kufisto? -
- ¡Hola, Javi! -
- ¿Kufisto? -
- Sí, Kufisto, el del bar -
- Ahhh...sí -

La madre que me parió. ¿Será posible?

Y empezó a hablarme de tal manera que, como mi madre, supe que tenía a alguien delante; quizá la suya, o su hermana. 

En resumidas cuentas, todo había sido un error, ellos no hacían nada de eso y adiós muy buenas.

Y yo que había pensado en llevarles un décimo de lotería de Navidad del bar como agradecimiento volví a cagarme en Dios por mi ingenuidad. Hijo de la gran puta.

Con todo, se dignó a decirme dos farmacias en las que hacían tales fórmulas. Y yo le di las gracias y salí disparado hacia ellas.

Me vestí, y agarrando todo lo necesario (bote del frigo con la fórmula pegada), cogí el coche y me lancé a la aventura, pues bien sabía que sin receta nanay. Pero quien sabe.

En la primera de ellas, en el viejo barrio donde me crié cuando todavía no había tal, me despacharon pronto. Y eso que iba con la melena recogida, precaución tomada en vista del tema, que me lo conozco bien. De todas formas tuvieron la amabilidad de indicarme la otra, la misma del otro.

Allí fui. Amplia y luminosa, moderna, con tres mostradores atendidos por tres chicas jóvenes, una farmacia donde uno se bebería a gusto un cubalibre. 

- Ya, pero te hace la falta la receta -dijo una de ellas-

Llamé a mi médico. A mi gran amigo médico pensando que se había equivocado de farmacia.

- Oye, Enrique, me ha pasado esto...

Y se lo conté. 

- Joder, Kufisto -
- ¿Qué? -
- Que no era esa la que te dije. ¡Era la otra! ¡Del mismo apellido pero la otra! La de debajo de tu bar -
- Bueno, de todas formas...¿Puedes hacerme otra receta para llevársela a estos? Estoy fatal y dicen que la tendrían pronto -
- Venga, claro que sí. Ven para acá y te la doy - 
- No te preocupes por la otra, no diré nada y me la llevaré -
- Venga, anda, vente para acá -

No sé qué habré hecho por él en otro de esos infinitos universos paralelos.


Regresé a la farmacia guay con la receta. Me atendió un tío. Nervioso, llegué a enseñarle las heridas de la cabeza.


Gloria eterna para mi doctor palestino:


http://elblogdekufisto.blogspot.com/2012/02/viva-palestina-libre-in-memoriam.html





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