sábado, 17 de agosto de 2019

APOCALYPSE NOW

Después de escribir esta mañana me eché en la cama un par de horas, sin dormir pero con los ojos cerrados y la persiana bajada, nada de móviles ni libros. El hambre me levantó y preparé algo con lo que quedaba por ahí: arroz, unos tomates, una lata de sardinas. Tenía previsto salir a comprar pero pensé que era mejor dejarlo para la tarde. Comí con ganas, fumé un cigarrillo y regresé a la habitación con los ventiladores a tope. Quizá tuviera tiempo de dormir algo antes de la llegada del espantoso calor de la tarde. Había despertado a eso de las cinco y notaba la falta de sueño. Uno no sabe ni como dormir después de 46 años.

Miré el móvil y viendo la hora que señalaba supuse que algo habría dormido. Eran casi las tres y a esa hora el centro comercial estaría casi vacío. Era el momento de hacerlo. Cogí el coche y fui para allá. Compré lo justo para mañana y regresé a casa. Habían bastado veinte minutos fuera y apenas cinco sin aire acondicionado para darme cuenta que todas las opciones se reducían a una: no salir de casa, poner los ventiladores y pasar el tiempo. Comprobé la previsión y vi que daba más de treinta hasta las diez. Demasiado tarde para salir a andar. Ya sólo me gusta cuando amanece. A ver si llega mi invierno.

Había que hacer algo. Cambié la arena de la gata y bajé a tirar la basura acumulada en estos tres últimos días. Puse un documental sobre algo que me gustó mucho cuando era chico y ayer me costó terminar de ver. En él se explicaba el proceso de filmación de la película. Y entre que se cortaba cada dos por tres y que en verdad ya no me interesa, el tiempo se hizo otra vez largo y pesado. Volví a la cama y miré cosas en el móvil hasta dolerme las muñecas. Gente cabreada comentaba las noticias que otros publicaban hasta hacerte partícipe de su cabreo. Insultos y sarcasmos, bilis y mala leche aderezada con vídeos que, como dijo aquel de la peli, ganas daban de arrancarte los dientes pasaban ante mis ojos sin solución de continuidad. Cabía la posibilidad de leer algo y lo intenté, pero no pasé del primer florido párrafo. Dormir otra vez gracias al reloj no era una opción pero lo intenté. Al final volvió a levantarme el hambre y comí algo con la pequeña esperanza de que eso me obligara a andar. Salir fuera y ver lo de siempre quizá ayudara para dormir por la noche. La vida no es sueño, la vida es coger el sueño y ya dentro pasar también de puntillas. Volví al salón y seguí en el ordenador de mesa.

Pero el calor, el calor...Tiempo atrás salí mil veces a andar otros muchos más fuertes que el de hoy. Pero haber ganado mil veces sólo significa que te venciste mil veces.

Hay un estado mental en el calor, que llega tras el paso del tiempo y los excesos, en el que no queda más que una especie de espesa neblina que te dificulta avanzar río arriba. Dentro de ella se apaga la imaginación aún antes que los ojos, inútiles cuando no saben donde mirar. Es un dejarse llevar como un ciego con insuficiencia respiratoria que no por ello deja de fumar, sino que al contrario lo hace todavía más. ¿Qué más da ya donde pise? ¿no han sido demasiados los años pisando con cuidado para no andar más que en círculos? ¡pues entonces dejadme andar a ciegas río arriba, solo pero libre, fuera de la seguridad del barco que son vuestros hombros y en medio de la jungla de asfalto repleta de tigres con bocinas...! No me asustan ya, ¡qué me van a asustar! Que paren y si no...¡que me atropellen! Ese será el final del río. Ese será el final de mi río. Y allí veré.

Cayendo la tarde detrás de la gran persiana bajada del salón regresé a la cama para hacer lo mismo que la última vez. El calor era insoportable. Casi reí al apagar la luz tras volver a intentarlo con el libro. Ni cinco minutos duré esta vez. No di tiempo a que llegaran los pensamientos absurdos, las ensoñaciones delirantes de otras veces: aquello era imposible de inicio, no había lugar, petición de acceso rechazada, wrong code, recargo por retraso en el pago, camina si quieres que te diga a qué distancia estás...

Me levanté. Tenía sed de algo frío y recordé que no había tirado las cervezas que juré tirar al despertar el jueves por la mañana. Abrí una y eché un buen trago. Estaba deliciosa y quedaban seis más, dos menos de las que me llevaron a maldecirlas hace tres días por los siglos de los siglos...


El calor, el calor es tan horroroso que bien vale vencerlo a cuenta de tu sacrificio.

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