Eran unos azulejos extraños. De tonos muy oscuros, casi negros, unas hojas muertas hacían por decorarlos. Acabé de mear y tampoco yo tiré de la cadena. La papelera del lavabo estaba hasta arriba de servilletas de mano. Salí echándole un vistazo al de minusválidos, que estaba con la puerta abierta y la luz encendida. Una buena mancha de mierda en donde suele apoyarse el muslo izquierdo fue lo que me dio tiempo a ver antes de alcanzar la puerta de salida casi que conteniendo la respiración. Y ya aliviado y asqueado pasé a la biblioteca.
Dos mujeres desconocidas, una vieja y otra más joven, hacían hoy de bibliotecarias. Entré al primer estante donde guardan las novedades y miré por algo que leer. Ya tenía en la mano un enorme mamotreto de Bolaños que un funcionario me recomendó hace tiempo cuando vi en la parte de abajo unos libritos con el nombre de alguien que me sonaba de algo. Cogí el más pequeño y le eché un vistazo a la contraportada y a su primer párrafo. Dejé a Bolaños para cuando sea funcionario o jubilado.
Un niño de unos diez años estaba junto a su abuela, o quizá fuera su madre, quien sabe. La mujer sonreía un tanto nerviosa mientras preguntaba a la bibliotecaria más joven por unos libros infantiles que había seleccionado. El chico, gordito y dientón, bien peinado y lavado, miraba todos aquellos libros como si fueran un saco de patatas sin lavar. Estaba acordándome de Ernesto Sáenz de Buruaga cuando creí oír algo parecido a un "¿Sí?", pero tan leve y lejano que apenas me di por aludido. De pura casualidad giré la vista y vi que bien pudiera haberse escapado de los labios de la vieja bibliotecaria de guardia.
- ¿Sí? -dije yo
- ¿Qué quiere? -respondió sin alzar la vista
- Esto
Agarró el libro y me pidió el número de socio.
- No lo sé, no lo llevo encima, pero te doy mi nombre...
- Dígame el DNI -respondió un tanto indignada por el tuteo y esta vez mirándome hasta con cierto odio.
Buscó en el ordenador.
- ¿Usted es Kufisto...?
- Sí
- El 19 de enero -le dijo al mostrador
- Gracias
Una sensación desagradable se apoderó de mi mientras salía de allí. En un momento lo comprendí todo. Toda esta gente vive de mi pobreza. Toda esta gente es la que vota. Toda esta gente está segura de todo. Todo lo que hay fuera de ellos es irracional. Y como son los suficientes no necesitan ser la mayoría.
Dos criajas hablaban a gritos por la calle. No sabían si era la que buscaban pero ni mucho menos iban a preguntárselo a nadie, y menos a mi, que ni me vieron aún teniéndome que echar un tanto a un lado para no llevarme por delante a la más flamenca de ellas, una chiquilla que ya parecía tenerlo todo tan claro como las bibliotecarias.
En la administración de loterías vi como una anciana le daba a la propietaria dos boletos que se había encontrado por ahí para que los mirara por si estaban premiados. La máquina dijo que no y la señora se fue sonriendo tristemente.
Compré miel de la buena en la tienda de la mujerona y me pidió el teléfono para un sorteo por una cesta de Navidad. Se lo escribí junto a mi nombre. Quizá algún día me llame para echar un polvo.
Bajé hacia mi casa evitando las calles más concurridas. Una madre cuidaba que sus gemelas caminaran bien pegadas a la pared cuando nos cruzamos por la estrecha acera. De hecho me bajé de ella aún teniendo los coches a la espalda pero no por ello dejó de mirarme desconfiada. Un poco más abajo un coche estaba como husmeando por quien había dentro de un bar que está cogiendo fama de swinger. Miré a quienes iban dentro y reconocí a uno de ellos, un cincuentón divorciado hace tiempo que cualquier día de estos reventará como el lagarto de Jaén. Todo lo que le queda a esta gente es fisgar, ponerse y esperar que no llegue la noche en la que se pasen tanto como para que no se quede en otro susto. Quizá sean así los desgraciados criminales que andan por ahí. Gente agotada que ya no espera nada bueno de la vida y que empiezan a preguntarse si no estaría bien hacer algo verdaderamente malo.
Por el centro el personal iba y venía bajo la discreta iluminación navideña sólo de nombre. Alguien me dijo hoy que esto ya no se parece en nada a aquello que fue. La memoria también acabará perdiéndose y será como si no hubiera existido.
¿O acaso alguna vez fueron diferentes los azulejos del water de la biblioteca? ¿lo recuerdas de otra manera o al ser tan cosa de poco fuiste dejándolo pasar hasta que empezó a llamarte la atención? ¿siempre fue así? ¿estás seguro? ¿recuerdas al antiguo bibliotecario, al de tu juventud, al que se jubiló? La otra tarde te cruzaste con él, viejo y enfermo, mirando al suelo, y no le dijiste nada "para no molestarlo" ¿Se acordará él de ti, de ese chaval que devoraba libros de mayores? puede que ya no, que ya no te recuerde y para él seas como si no hubieras existido.
Y hasta la memoria puede cambiarse cuando no miras más que adentro o al suelo.
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