martes, 10 de mayo de 2011
POR ALGO LAS VACAS SON SAGRADAS
Si no fuera por la muerte sería imposible vivir.
Quiero decir; si fuéramos inmortales esta vida no tendría sentido, ¿para qué amar?, ¿para qué odiar?, simplemente nos deslizaríamos por ahí como la hoja que arrastra el viento, sin importar donde cayéramos, ¿qué mas daría?, un ratito y a otro sitio, nada te retendría, ¿para qué buscar a nadie?, sin temor no hay dolor ni deseo, es la seguridad de morir lo que nos lleva a buscar compañía, la muerte humaniza la vida, si no existiera seríamos dioses solitarios, nos replegaríamos en nosotros mismos, iríamos a la cueva de la montaña a celebrar la aurora y por la noche bailaríamos con el águila y la serpiente, pero con la completa seguridad de que nadie se acercaría a cenar con nosotros, oiríamos los mismos cánticos de las montañas cercanas, del loco, del viejo rey, del santo, de todos...pero nadie buscaría a nadie, ¿para qué?, no habría preguntas, quizá ni lenguaje para formularlas, ¿qué falta haría?, si viviéramos esta vida eternamente no necesitaríamos ni el cuerpo, sólo la consciencia y unos pocos sentidos, los justos para saber que vives. Puede que Dios ya no necesite ninguno, quizá la eternidad sea el no ser, saber que no eres sino que estás. Ser y estar son términos contrapuestos.
El motor de la vida, de esta vida, es la muerte; y nosotros la aceptamos cuando es lógica, cuando tiene "sentido", somos cuadriculados, dos por dos cuatro y no nos saques de ahí. Si es un viejo nonagenario el que se va al otro barrio, en su cama, rodeado de su familia, en paz consigo mismo y con el mundo, la muerte resulta hasta hermosa y liberalizadora; por el contrario, si es una criatura, alguien joven, alguien de quien pensemos que aún le quedaba mucho tiempo para dar y recibir cosas, es imposible de aceptar, no lo entendemos, no le encontramos sentido y lloramos y nos preguntamos el por qué, ¿qué razón puede haber?...le pedimos explicaciones a alguien que sí sabemos eterno, como si nosotros lo fuéramos y mereciéramos una explicación convincente, pensamos siempre que somos más y mejores de lo que somos en realidad. Tal vez ese sea el principal error: pasar todo lo que nos acontece por el estrecho tamiz de la lógica y la justicia de los hombres. El ansia de conocimiento causa dolor de estómago.
Y si no sabemos hacer la digestión mejor sería no comer.
O hacer como las vacas: regurgitarlo las veces que fueran necesarias para que nuestro delicado estómago pudiera digerir lo esencial:
No preguntes cosas que nadie haya respondido.
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El contraste de los contrarios hacen que cobren mayor relevancia ambos elementos, tienes razón: vida/muerte; placer/dolor; amor/odio; felicidad/tristeza...etc.
ResponderEliminarCreo que por eso apena cuando un niño muere, porque sabemos que la vida tiene mucho que ofrecer (bueno y malo) y no ha podido experimentarlo, o sólo ha vivido la parte amarga: el dolor, la tristeza, el miedo...y poco la dulce...(aparte de que, si es un ser cercano, nos desgarre su ausencia, no poder compartir su vida o no verle crecer; o porque hay muertes crueles e innecesarias que laceran aunque no sean cercanas). Ese es mi mayor temor en la vida, que les pase algo a mis hijos, los únicos "Siempres" que existen...y me duele el sufrimiento infantil en general, porque lo vivo desde las tripas.
Un anciano, o un adulto, ha vivido, ha experimentado los contrarios...o no, que nunca se deja de aprender...
No sé si eso sólo es por la lógica; quizá es por no querer ver la verdad: que este es un mundo finito, en el que todo nace y muere (los adultos, digo, porque los niños no sé si piensan en esos términos -al menos en general, ya que fíjate los críos que mueren de hambre o en las guerras, aterrados-).
Antes, la muerte formaba parte de la vida, se hacía evidente, era natural. Ahora se esconde, se propaga el culto a la eterna juventud, como si fuéramos dioses. Dioses con los pies de barro.
Tampoco creo en la frase "no somos nada". Somos mucho, pero de nosotros depende que eso se desarrolle al máximo cada día, para que, cuando haya que marcharse, podamos hacerlo en paz: hicimos todo lo que pudimos. Experimentamos todo lo que pudimos. Vivimos con intensidad todo lo que tuvimos.
En fin, pocket philosophy!!!
Me parece que me he rayado un poco!!!!
Saludos,
R
Gracias por tu comentario R.
ResponderEliminarEn lo "del amor a la Humanidad" estoy con Dosto: sólo puedo entenderlo si es desde la distancia, la suficiente para no oler a ningún semejante. Por esto creo que los mayores filántropos son los monj@s (llámalos como quieras) que viven apartados del mundo, dedicados única y exclusivamente a orar ante Dios por nosotros. Ese es el amor puro: el deseo de bien para todos sin esperar nada a cambio.
Imagino que si me encontrara a un santo (digamos un Ghandi, un Vicente Ferrer, una Teresa de Calcuta...) terminaría por odiarlo porque seríamos tantos alrededor de ellos que no podríamos recoger ni las migajas: acabaríamos odiándolos, "estoy igual que cuando llegué; peor, estoy peor porque estoy rodeado de otros tan desesperados como yo y que buscan lo mismo que yo: tu amor y comprensión".
Creo que solo Jesucristo pudiera conseguirlo. No uno como nosotros que no es lo suficientemente santo como para sanar los corazones de las muchedumbres que se le acercan. Una palmada o una carantoña no arreglan nada, aparte de dejar la puerta abierta al resquemor de la vanidad.
Aquellos que rezan por nosotros sin que lo sepamos son quienes tienen mi mayor reconocimiento. Por ellos aún el mundo sigue en pie.
(A mí también se me ha ido la pinza, ando con un gripazo de cojón de mico y en media hora me tengo que ir a currar. Con un par)
Un abrazo. De corazón.
"El inmortal", de Borges:
ResponderEliminar"Que yo recuerde, mis trabajos comenzaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo había militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero. Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandría, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales."
(...)
"Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o a morir. En vano les rogué que me dieran muerte. Un día, con el filo de un pedernal rompí mis ligaduras. Otro, me levanté y pude mendigar o robar - yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma - mi primera detestada ración de carne de serpiente.
La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir. Como si penetraran mi propósito, no dormían tampoco los trogloditas: al principio inferí que me vigilaban; luego, que se habían contagiado de mi inquietud, como podrían contagiarse los perros. Para alejarme de la bárbara aldea elegí la más pública de las horas, la declinación de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de los pozos y miran el Poniente, sin verlo. Oré en voz alta, menos para suplicar el favor divino que para intimidar a la tribu con palabras articuladas. Atravesé el arroyo que los médanos entorpecen y me dirigí a la Ciudad. Confusamente me siguieron dos o tres hombres."
(...)
"La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales."
----http://www.apocatastasis.com/el-inmortal-jorge-luis-borges-carthapilus.php#axzz1LxMdoryB
Tengo que irme Pedro. Pero antes te diré que ése, junto al Aleph, es el cuento de Borges que más me gustó.
ResponderEliminarVenía el primero en la edición que leí y me quedé loco; lo releí tres o cuatro veces seguidas. Una obra maestra.
Saludos amigo.