martes, 23 de mayo de 2023

NI UNA PUTA GOTA

 Era una pareja joven, extranjera, del Este, puede que rumanos. Con impecable español él pidió para los dos, recalcando su café en bar extraño: un cortado largo en taza de café con leche. El café (y más de buena mañana) es algo de importancia para quienes lo toman.

Alto, fuerte, guapo, decidido, con pelazo y de tez muy blanca no parecía el típico currela que anda a la intemperie. Ella llevaba el pañuelo en la cabeza. El pañuelo.

- Ella no puede comer nada de lo de aquí -dijo con total tranquilidad- ¿Te importa si se toma lo suyo?
- No, en absoluto. 
- Gracias.

Y tras un último recuerdo para su café fueron a sentarse junto al ventanal.

Ella me vio llegar con la bandeja. Me miró mientras bebía de su batido farmaceútico como si no llevase el pañuelo en su cabeza. Yo no. Yo veía el pañuelo. Y ella lo vio.

Asombrado por su naturalidad regresé a la barra. Era la primera vez que veía algo así. 

¿Cuantos años tendrían? ¿Treinta? ¿treinta? Ni eso. 

Poco después llegó mi hermano para el relevo y allí los dejé.


Regresé al bar a eso de la una menos cuarto, un poco antes de lo habitual. Había despertado de la siesta antes de tiempo y sin la sensación de haber dormido, aún bajo el certificado del nabo. De todas formas tenía que comprar tabaco en el estanco y ducharme y afeitarme y echarle de comer a la gata y coger mis cosas y el paraguas y...

Mi hermano se fue y allí me quedé. Abrí la caja. Una buena mañana. 

Pero las cañas no fueron ni buenas ni malas; simplemente no existieron. "Materia oscura" llaman los científicos a aquello que no comprenden. Yo no llamo de ninguna manera a estos días. Sólo sé que a veces pasa.

Y no es por el cielo nublado, el viento, la lluvia ocasional...no. En ocasiones esos son días buenos (incluso muy buenos) para las cañas; pero por la razón que sea hoy no fue uno de esos. 

De puro aburrimiento abrí un tercio de cerveza a eso de las tres, uno bien frío. Eran las cuatro cuando lo terminé viendo pasar coches y gente desde el ventanal.


Un amigo como yo entró al bar quince minutos antes del relevo. Y bebimos y hablamos de cine, de música y de todo lo que siempre hablamos. Mi hermano llegó justo cuando apuraba la segunda cerveza. Salí de la barra con un whisky en la mano.

Estábamos fuera, en la puerta, yo echando otro cigarrillo, hablando de mi puto coche en el taller mientras veíamos llover. Ya eran casi las cinco.

Un coche paró antes del paso elevado. No le dimos importancia. Seguimos en lo nuestro. Alguien voceó desde el coche. Era para él.

- ¡Hostia, ya están aquí! -dijo mi colega
- ¿Quien?
- ¡Joder, los amigos de mi hijo! ¡Me voy a Toledo a celebrar su cumpleaños!

Y rápido pasó adentro para pagar. 

Agarré mi bolsa, me despedí sin esperar y abriendo el paraguas eché a andar de vuelta a casa.


No estoy acostumbrado al paraguas. Cuando yo era joven me parecía lo más ridículo del mundo. En La Mancha llueve poco. Y cuando lo hacía en mis paseos prefería ponerme un impermeable antes que ir cargado con esa mariconada. 

El viento soplaba fuerte y cerca estuvo de desparaguarme. No era la primera vez, pero me sentí un tanto ridículo andando con un paraguas por la calle. 

Dejó de llover poco antes de llegar a casa. Plegué el paraguas y vi que era de Johnnie Walker. Sonreí.


- Hola.
- ¡Mau! -respondió nerviosa.

Era raro ese recibimiento. Miré en su habitación. No tenía ni gota de agua. Ni una puta gota. 

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