- ¿Chupito? - pregunté ya con la botella de J/B en la mano
- Ja -respondió Kámel.
Era el tercero de la mañana. El tercero en los quince minutos que llevaba allí sentado en una mesa, leyendo el As, volcado sobre el periódico. No debe tener muy buena vista, aunque este no sea el mayor de sus problemas.
Acababa de irse el otro cliente, un técnico de la Mahou al que conozco de toda la vida y a quien no le quedará mucho para la jubilación. Viene todos los fines de semana a desayunarse un café y una pulga mientras lee el As. Buen tío, muy buen profesional. Pero hoy, para su fastidio, el As lo tenía Kámel. Podría haber cogido alguno de los dos generalistas a disposición del público pero no lo hizo. Se quedó sentado mirando el televisor sin volumen con Lera Lynn sonando por los altavoces. No tardó en marcharse. No había empezado bien su fin de semana.
- Escucha, hermano -dijo Kámel
- La canción de la alegría...-tarareé a sabiendas de lo que venía después.
- ¿Qué?
- Nada, dime.
- Este me lo apuntas.
- Vale.
- Esta noche vengo y voy liquidando...
- Sin problema.
- Diez euros...No sé. Lo que pueda.
Me fui al rincón mientras él volvía a la mesa para recoger sus cosas. Y asegurándose de que estábamos solos se acercó y empezó a hablarme en su extraño lenguaje.
El cura de una de las iglesias del pueblo había presentado en su contra una denuncia en los juzgados por amenazas de muerte y le habían prohibido acercarse a sus inmediaciones. Un cura nuevo, uno que según parece apenas lleva un año por aquí.
- ¿Es joven? -pregunté
- ¡Nooo, qué va! ¡Es viejo! ¡Pero está loco!
Y prosiguió con la historia intercalando alguna frase bíblica referida a los pobres como él, pues Kámel otra cosa no pero pobre sí que lo es. E ilegal, chatarrero, pobre de iglesia, ex-presidiario, alcohólico, y padre de una niña a la que apenas ve y cuya abuela, una rumana más mala que el whisky de garrafón, le trae por el camino de la amargura.
En fin, la cosa quedó en que el cura era un cabrón, aunque el calificativo es mío. Kámel se conformaba con describirlo como un loco.
- ¡Está loco! -repetía-
Le han jodido bien. Los días de diario apenas rascaba nada pero raro era el domingo en el que no sacaba al menos veinte euros. Y luego las viejecillas le daban ropa, comida...
- Hay más iglesias -le dije-
- ¡Sí! -contestó él- ¡Hay otras muy buenas! ¿Pero por qué ese señor dice eso? ¡Yo no le he amenazado! ¡Miente! ¡Y el Señor dijo que...!
Pidió otro chupito después de analizar someramente su última cita bíblica. Ya iba a ponérselo cuando vi que en el otro lado de la barra seguía entero el que antes le había puesto.
- Pero si tienes aquí este entero, Kámel.
- ¡Ah, perdona!
Se lo bebió de un trago, como siempre.
- ¡Adiós, hermano!
Eran casi las doce del mediodía, hora de misas. Y un sábado más no había ni treinta euros en la caja abierta desde las ocho.
Miguel llegó todo vestido de blanco, cosa nada rara con este calor, no como Kámel y su camiseta negra de Fernando Alonso. Claro que Miguel es un tío de pasta, con clase, se ve a la legua.
Lo conocí...¿hace cuanto? Tanto puede ser un año como dos, o incluso tres. Tiene a un hijo trabajando en el hospital y cayó por aquí cuando venía a ver que todo iba bien. Él vive en Madrid. Es consultor, o lo ha sido, no sé si estará jubilado, no se lo he preguntado.
Una mañana me comentó algo acerca de la buena música que siempre oía en nuestro bar. Recuerdo que sonaba una banda sesentera, una americana, una de esas con una canción que siempre sale en todas esas recopilaciones que de madrugada vendían por la tele. Y hasta hoy.
- ¿Qué tal, Kufisto?
- Bien, Miguel. ¿Cerveza?
- Sí, por favor.
Se fue a su mesa del ventanal y allí estuvimos hablando un rato.
No sé como llegamos a su oficio, en todo caso fue cosa suya, pero cuando empezó a hablar del terremoto que en 1994 constituyó lo de hacer operaciones bancarias a través del teléfono...¡Ah, sí! ¡Estábamos hablando de Internet, del comercio en la Red! Él decía que veía próxima una caída en su uso e importancia, tanto en lo comercial como en lo relativo a las redes sociales y yo no lo veía tan claro aduciendo a mi favor el hecho de que los mayores consumidores de comida basura pertenecen a las clases inferiores, mucho más numerosas.
- ¿Y eso, Kufisto? -dijo extrañado. Poco antes me había contado que su hijo apenas hacía uso ya de todo eso si no era para algo enfocado en sus aficiones. Pero claro, su joven hijo ya es médico.
- Bueno, pues que puede trasponerse a todo lo demás. Todo el mundo tiene acceso a Internet. Y cuanto menos tienes, más deseas. Al menos cuando uno es joven. O pobre.
- Kufisto -me dijo al pagar un rato después delante de su mujer y su hijo, que habían llegado mientras hablábamos- ¿Tú eres de aquí?
- Sí
- Yo creía...Yo creía que tú no eras de aquí.
- Pues sí. Manchego. Manchego de pura cepa -dije riendo- Manchego de pies a cabeza.
- ¿Pues no era en aquellos años -le había dicho a Miguel- cuando Mario Conde renovó por entero la informática de Banesto y todos los demás fueron al relance?
- Sí, Kufisto, sí...Así fue
Quique es el mejor cliente que un camarero pueda desear, si es que es posible que un camarero desee a un cliente. Bebedor, tranquilo, buena gente...Perdió a un hermano en un accidente de tráfico, algo de lo que no le da miedo hablar. El otro día me contó lo que sintió al verlo en un cajón del helado depósito de cadáveres.
- Era como las películas, Kufisto. Yo iba con un amigo y me tuvo que recoger para que no me cayera al suelo. No me lo podía creer.
Hoy vino más tarde, ya eran casi las dos. Lleva unos fines de semana con un cierto retraso. Está muy liado con el piso que compró hará pronto un año, claro, pero todavía anda dándole los últimos retoques. Vive con su madre, que tampoco quedará tan lejos una vez él se haya instalado de una puta vez.
- Quique, yo me fui a mi piso, hará ahora en agosto hará diecisiete años, cuando me llevaron el colchón. A pelo. Siempre a pelo.
Rió. Tiene una risa muy franca.
Poco a poco, chinochano como se dice por aquí, fui arreglando el desastre matinal, aunque lo perdido pues eso, estaba perdido.
En esas estábamos, chinochaneando, cuando Ucho llegó y tomó asiento en la barra junto a Quique.
- Una birra, Kufis. ¿Te queda arroz?
- Sí.
Ucho es fotógrafo; y camarógrafo. Es un as en lo suyo, no le falta trabajo. Graba y edita operaciones del hospital que luego son mostradas y premiadas por el mundo entero. Hace poco les dieron otro premio en los Estados Unidos. También es drogadicto. Y un buen chico.
Resulta curioso calificar de "chico" a alguien que apenas tiene tres años menos que tú, ya casi cincuentón, pero hay gente que se conserva joven toda la vida. Y Ucho es uno de ellos. Y después de todo, y a pesar de conocernos desde que éramos chavales, él siempre me ha visto como alguien mayor, algo no raro por otra parte.
Ucho va a su aire. Estuvo a punto de casarse con una negra en Nigeria cuando estuvo desenganchándose de la heroína. Filmó porno con apenas veinte años. Y buen porno noventero, a la altura de cualquier producción francesa de aquel tiempo y con las cuatro perras que le soltaba el productor, un rico y desquiciado cocainómano madrileño que andaba enrollado con el putón protagonista que acabó anunciando el primer Jet-Extender en un sofá junto a un viejo nauseabundo.
Pero ahora anda por aquí. Está bien con su intermitente trabajo en el hospital; tiene ingresos y cuando le falta se busca las mañas en forma de trapicheos. La droga es importante para él. Hace no mucho me reveló un sistema para meterse speed sin que nadie se diese cuenta. Es un buen invento. Es un chico muy mañoso.
- ¿Te queda paella hoy, Kufisto?
- Sí, hoy sí, Ucho-
Y le puse un buen plato junto a la cerveza.
Quique y Ucho charlaban mientras yo iba recogiendo. Bueno, chinochano...lo que al final había fallado era la mañana.
Quique se fue a comer con su madre y en eso, yo fregando los platos perseguido por Ucho hasta cuando salí a mear, entró uno que viene al bar muy de vez en cuando, de Navidad en Navidad, algo no tan raro cuando se intuye que vive en Dublín desde hace doce años.
Es un chaval...¡joder, otra vez lo de chaval! Bueno, es igual. Es uno de aquí que se fue a Dublín y que siempre que lo veo parece atacao. Él se quedó con Ucho y yo fui terminando.
Acabé, salí a la barra, me serví una cerveza helada y me senté en mi rincón.
El chico nuevo, no recuerdo por qué, empezó a hablar de Europa, de Irlanda, de la vida que allí se llevaba, de su educación, del bonus de veinte libras que les dan a los pobres que tiene perros, eso sí, atados y embozados, de la simpatía de la gente que no te conoce y sin embargo te saluda, de las cervezas, carísimas a nuestros oídos pero llevaderas en ese mundo; del verano y de sus breves noches frescas; de la educación, del tráfico, tan incomparable al español donde todo dios parece ir cargado con la escopeta de matar conejos. Escuché con gusto. La última vez que salí de aquí fue para ir a Toledo a pillar un chisme para ver un Barcelona-Madrid en el bar. Todavía jugaba Ronaldo el gordo, creo.
Recordé mis últimas experiencias en Youtube mientras le oía hablar de Escocia. Veo vídeos de japoneses andando por las calles con una cámara en la cabeza.
- Están limpísimas -dije- No es que no veas un puto papel en el suelo, no...¡Es que no ves papeleras!
Salimos a fumar. Ucho se abrochó un par de tiros de speed diluido en un botecillo pequeño, como para los ojos.
Hacía un calor del copón.
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