- No me quedan -dijo poco menos que riéndose la dependienta, una chica joven, bajita y de grandes tetas.
- Nooo, nooo
- Lo siento, se han acabado...Hemos pedido más esta mañana. También bragas. Llegarán la semana que viene. Lo siento.
La semana que viene...Claro que podría haber ido a otra tienda, sin ir más lejos a dos o tres que hay un poco más arriba, pero son demasiado grandes para mi, me pierdo, me siento estúpido allí dentro entre tanto personal moderno, no sé ni como pedir lo que quiero. Fui una vez y terminé llevándome unas zapatillas que no me gustaban con tal de salir cuanto antes. Esa calefacción a tope, esa música horrorosa, esos dependientes que cuando te miran lo hacen como si fueras una cassette de Manolo Escobar...no. Bastante me costó acoplarme a la otra aunque sólo fuera para quince minutos cada seis meses. En una ocasión no aceptaron mi pretendida devolución de unas zapatillas que me quedaban pequeñas. Ya había andado por la calle y no podía ser. Yo no podía entenderlo. Conocía al dependiente, era cliente mío:
- No puede ser, Kufisto -dijo muy serio
- Pero hombre...si han sido cinco minutos
No pudo ser. Me las llevé y miré en Internet por algún sistema para darles de sí. Las rellené con trapos empapados y así se quedaron durante una semana. No hubo manera. Era imposible caminar con eso. Y así fue como cambié de tienda por una vez. Luego volví y el otro acabo marchándose poco después. Hace tiempo que no le veo por ningún sitio. Ninguno pierde nada con ello.
De vuelta a casa pensé otra vez por un momento en pasar por los chinos. Seguro que tendrían algo de eso. Pero joder...ponerme una cosa de los chinos con lo psicópatas que son, ¡y encima en la cabeza! No, no, no. Era mejor esperar. O puede que encontrara el gorro de repuesto que hace poco vi de casualidad en un cajón y hoy no he encontrado por más que he buscado. Sólo me ha faltado mirar en el congelador. ¿Como puede ser si lo vi hace cuatro días, coño? ¡Tenía que estar ahí, en ese cajón, en el de los calzoncillos de reserva o en el de esa cosa que no sé lo que es! Pero no, no estaba ahí. Cuatro veces he mirado. "Quizá ahora..." Quizá un brujo estuviera riéndose de mi y en ese momento hubiera decidido que ya era suficiente...
Rendido decidí ir a comprar uno. Cogí las cosas para salir a la calle y no vi los auriculares. Recordaba habérselos quitado a la gata de los dientes cuando regresé a casa este mediodía tras perder el gorro de la Real Sociedad que un colega me regalara hace años. Me lo había quitado al salir a las afueras por disfrutar un poco del raro sol que hacía, algo maravilloso después de tanto tiempo. Luego, al regresar, fui a ponérmelo y no lo encontré. Estaban los gordos guantes que no me había puesto en ningún momento pero no así mi querido gorro. Fui a casa y pillé el coche. "Bah, seguro que lo encuentro, no tiene perdida...¿y además quien va a querer un gorro de la Real tirado en el suelo" Aparqué extrañado de no haberlo visto cuando no pude ir más allá y andando volví a hacer el corto trayecto que poco antes había hecho. Entonces recordé que había meado en un matorral. "Seguro que está allí" Tenía una cierta idea de cual era pero iba mirando en todos, por imposible que fuera. Llegué donde más o menos suponía que debía estar y no estaba. Había desaparecido. Lo había perdido. Alguien se lo había llevado. No me lo podía creer. Recordé aquella noche de verano que saqué el contenedor de basura del bar a la calle. Olía que apestaba y le eché un litro de salfumán y otro de amoníaco mezclado con veinte litros de agua. Aquello podría derribar a un elefante desprevenido si se le hubiese ocurrido mirar lo que había dentro. A la media hora salí a por él y vi como dos gitanillas se lo llevaban calle arriba. "¡Eh, ehhh, EHHH! ¡PERO DONDE VAIS CON MI CONTENEDOR!" Dijeron que como estaba junto a los de la basura habían creído que no era de nadie. Otra vez alguien se llevó el cenicero metálico que teníamos atornillado en la puerta del bar, una especie de lata con un simple agujero en medio que no valía ni el esfuerzo de desaflojar los tornillos. Pero se lo llevaron. Igual que hoy mi gorro.
Tampoco encontré los auriculares. No sé qué hice con ellos después de quitárselos a la gata. Estuve a punto de estrellarla por la mala leche que traía encima. ¿Pero como es capaz de subirse ahí? El otro gato que tuve jamás fue capaz de llegar ahí y esta en cinco meses de vida ya no tiene más tierra incógnita que el chisme que aguanta las cortinas. Hace unos días la vi trepando por ellas ante mi más absoluta estupefacción. Se quedó a medio metro de hacer cima. La estatuílla de la negra que una tía nos trajera hace siglos de Tanzania y que no sé por qué la tengo yo tiene los días contados. Cualquier tarde llegaré del bar y la encontraré reventada en el suelo. De momento se conforma con olerla en las alturas del mueble más alto del salón. Que haga lo que quiera. No me importará. Además, puede que rompiéndola cambie mi suerte. Después de todo, ¿qué hace eso en mi casa?
Ya lo tenía todo (es decir, nada) para salir y en el último momento dejé los guantes. Cogí las bolsas de basura y al tirarlas temí haberlo hecho también con los dos libros que saqué de la biblioteca y pensaba llevar a devolver de paso. Miré pero enseguida me di cuenta que no, que también me había olvidado de ellos. Sólo faltaba que tuviera que abonar el coste de esos dos libros de mierda. ¿Pero y mi cabeza? ¡si los había dejado en la encimera para atar la puta bolsa de basura y había bastado con eso para olvidarme de ellos! ¿Y los guantes? Ahora que hacía frío no los llevaba. Tampoco la gorra de invierno que me regalaran en la apocalíptica nochevieja pasada y que por comodidad decidí no sacarla en vista del nuevo gorro que iba a comprar, un gorro estupendo, invernal, un gorro que pudiera cubrir todo el cabezón, cogote incluido, y no esa cosa tan cool como poco práctica cuando aprieta el frío. Tenía tanto que estuve a punto de pasar de la tienda para ir al cercano chino...
Aterido entré a la frutería de la mora.
- Te cojo una bolsa -grité al no verla tras la caja
- Vale -gritó ella desde algún sitio
Compré naranjas, granadas, manzanas, plátanos y, en el último momento, dátiles. No compré ni kiwis ni judías de bote, como estaba previsto.
- ¿Quieres el ticket de los dátiles?
- No.
- ¿Y el gorro? Tú siempre vas con gorro, o gorra en verano, jajaja...
- Lo he perdido esta mañana. Vengo de no comprar otro.
- Ah, no entiendo...
- Ni yo tampoco.
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