Hace muchos años ya, en la calle Dulcinea, dentro de mi coche, junto a un contenedor de basura, me hicieron la mejor felación de mi vida.
Era domingo y acababa de cerrar el bar. La resaca de la noche anterior aún me tenía en ese estado de nervios que te deja al no darle aunque sea un poco para lo suyo. Ya entonces no era hombre de dos borracheras seguidas nada más que en ocasiones muy puntuales. Puse una televisión local y me fijé en sus anuncios. Salió el de una chica y la llamé. Quedamos en su pensión y la recogí. Era joven y parecía simpática. Estaba un poco gorda pero eso no importaba. Le dije lo que quería y me pidió 30 euros. Yo iba tan acelerado que ni enfilé a las afueras. Paré en la primera calle que vi discretamente iluminada, eché atrás el asiento y me bajé los pantalones. Ella se sacó el chicle de la boca y empezó a chupar con ganas. Estaba a punto de correrme y ella seguía bombeando. "¡Que me corro, que me corro...QUE ME CORRO!!! ¡DIOSSS, DIOSSS!!!" Lo hice en su boca. Ella seguía como esperando la segunda venida. "¡Para, para, para...ay, Dios!" Me dieron hasta calambres en las piernas. "¡Para joder, para!" Paró, abrió la puerta y escupió en la acera. Me miró y sonrió. Cogió el chicle y volvió a masticarlo. Y yo al final pude subirme los pantalones, pagarle y dejarla en su habitación.
Iba caminando esta tarde por las afueras, haciendo el paseo grande que suelo hacer en mi día descanso, pero a pesar de la buena tarde yo no lo estaba tanto. El sábado enganché una de esas que ni recuerdas como terminaron. La mañana amaneció aún más incomprensible de lo normal.Y hoy, pasado el día crítico, tocaba el turno de preguntas: ¿como? ¿cuando? y ¿donde? Sobretodo esta, "¿donde?" No recordaba haber salido de casa nada más que para comprar otra botella. Y volver con ella. Después...amnesia. Y así, sin memoria, es difícil andar por los montes que salen a tu paso. Aunque el sol, el cielo, los caminos y los coches en dirección contraria te digan que vas bien, que estás bien.
Ya dentro del pueblo he recortado para volver a casa. No tenía ganas de seguir por ahí. Y haciendo eles irregulares, fuera de mi órbita extrarradial, he dado en salir a esa misma calle donde aquella chica me sacó hasta la última gota.
- Dulcinea -me he dicho al levantar la vista y ver el nombre de la calle- ¡Dulcinea! Se llama Dulcinea la puta calle...Joder.
Sí. Esa era. Estaba hasta el contenedor, aunque ahora en compañía de otros de diferentes colores. Las plazas de aparcamiento son hoy peatonales. Donde yo aparqué ahora hay baldosas. Y bajo ellas yace aquella memorable noche otoñal.
Estaba llegando a casa dándole vueltas a todo esto cuando al levantar la vista he reparado en la pareja de vecinos que con sus dos hijitos iban delante de mi para entrar en el portal. La distancia no era tanta como para darles tiempo a hacerlo sin mi y no había más opciones que entrar con ellos o dar una vuelta a la manzana. Ayer me los crucé cuando regresaba de mi paseo tras salir del trabajo y parecían aún menos entusiasmados de lo habitual. Pero hoy yo ya estaba tan harto de calle que no quería ni media manzana más. Y he pasado con ellos.
La niña, una rubita que tendrá cinco añitos, estaba sujetando la puerta de acceso. He saludado bajo los cascos y he pasado adentro. El padre, un buen chico algo más joven que yo, estaba buscándose las llaves en los bolsillos. Le he saludado.
- No las encuentro -ha dicho nervioso.
- Pues yo llevo las de la cochera -he dicho- He pasado por aquí porque te he visto.
En estas que habla la mujer desde la verja y dice que las tiene ella. Se las da a su angelita rubia y, corriendo, viene con ellas. El padre las coge, abre la puerta y pasamos los tres para adentro. "Habrá olvidado algo" pienso. Llama al ascensor y esperamos su bajada.
- Era yo el del otro día -me dice
- ¿El de qué? -digo
- El del sábado
Coño
- ¿El del sábado?
- Sí, el que llamó a tu puerta -dice un tanto azorado.
- ¿A mi puerta?
- Sí. Tenías la música muy alta y ya era tarde...y subí con la niña para decirte que la bajaras un poco...
Llega el ascensor. Pasamos adentro y pulso el dos pensando que es el suyo.
- No jodas -digo- No me acuerdo...
- Pues sí...Estabas cantando y voceando. Gritaste algo desde dentro y pensé que lo mejor era irme no fuera que encima me llevara dos hostias.
- Joder...Perdona, tío, perdona...
- Ná, ná, si no pasa nada...Pero es que las niñas tenían que dormir...Menuda fiesta, ¿eh?
- Sí, sí...
La niña me mira tapándose la boca con una manita. Sonríe. La puerta del ascensor se abre y nadie sale. Yo vivo en el 3º y ellos en el 1º. No me acordaba. Me bajo y vuelvo a pedirle disculpas. Subo a pie los últimos peldaños de la escalera al piso. Podría haber sido peor.
Dentro de cien años no habrá más que ladrillos sobre todos nosotros.
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