Un tiarrón vestido de mujer fue el primer cliente del nuevo día que estaba amaneciendo. Pidió una cerveza mejicana y un chupito de tequila. "¿Me lo puedo llevar? Vivo ahí enfrente, luego te lo traigo" Le miré, lo vi cansado y le dije que sí. Sacó un paquete de tabaco con el cambio que le devolví y salió del bar con su compra.
Ayer lo vi por primera vez. Vino al bar a eso de las dos de la tarde y se sentó en la terraza junto a una chica menuda, sudamericana también. Pidieron dos cafés con tostadas. "Piso de enfrente" pensé. Allí duermen y hacen sus extras, aunque el trabajo serio lo desarrollan en un club de un pueblo cercano, tal y como me explicara una jefa hace unos meses, una chica joven que era la encargada de traer y destraer al personal y la depositaria del dinero que iban ganando. Venía a tomar café por la tarde, cogía un taburete y se sentaba a mi lado. Supongo que le gustó mi tranquilidad. Entonces empezaba a hablar y yo a escuchar. Hablaba mucho, rápido y gesticulando sin dejar de mirarte a los ojos nada más que para recordar algo. Contaba historias del club, de su vida, del novio que tenía en la cárcel y de los chulos que había tenido que ir a visitar a la comisaría. También me habló de una casa que se estaba haciendo en la costa y del hijo que cuidaba su madre. Le daba a todo pero decía controlarse desde la meningitis que hacía un par de años la había tenido postrada en cama durante casi uno. Un leve gangoseo al hablar era una de las secuelas que le había dejado. Ella era buena pero dura, decía. Me invitó a su cumpleaños, creo que el 34. Aquella tarde se pasó por el bar en compañía de un par de chicas, dos travelos y dos muchachos. Bebieron algo y pronto se fueron. Estábamos solos y ellos tenían ganas de fiesta.
- ¡Luego venimos por la noche, Kufisto! -me dijo ella- ¿estarás por aquí?
- No sé, no creo
- Ven, ven...
Poco después dejé de verla. Supongo que a ella también la trasladaron. La vida de esta gente es un continuo traslado. Con el dinero que ganan en un mes yo vivo seis. Pero los vicios, las medicinas y las hormonas nos igualan. Y el mundo que ven no es el que yo alguna vez quise ver.
Eran las tres de la tarde cuando salí a recolocar la terraza. Durante la mañana la ponemos junto a la fachada, bajo los toldos, y por la tarde, cuando llega la sombra, la dejamos en su sitio legal, un par de pasos más allá, al otro lado de la acera. Hay una ordenanza que no permite obstáculos a menos de dos metros de la pared por respeto a los invidentes pero bueno, se hace un poco la vista gorda y no pasa nada, aparte que yo ya tengo mi ciego oficial y controla bastante bien el tema a base de buenos bastonazos. Claro que también hay otra ordenanza que pone parecido impedimento sólo que a un metro de la calzada para que los coches puedan abrir las puertas y todo eso, pero bueno...si todas las ordenanzas se cumplieran escrupulosamente el Ayuntamiento no vería un duro. Y eso sí que no. Mejor hacerse el ciego y recaudar que ir pegando bastonazos y no sacar para las putas y los putos, la farlopa y el piso en Nueva York entre los aplausos y los vítores del personal.
"¿Cuanto tiempo llevo trabajando aquí? -pensé mientras le daba los dos pasos de todas las tardes a la primera mesa- ¿dieciséis años? ¿dieciséis ya?...Joder...ya llevo más tiempo aquí que allí. Cuando llegué aquí tenía veintiocho años. Ahora tengo cuarenta y cuatro. Dentro de dieciséis tendré sesenta y dos...Sesenta y dos...Me acuerdo en el viejo bar cuando yo era un chico e iba a echarle una mano a mi padre y a mi tío...Había dejado de estudiar y empecé a ir también durante los inviernos, no sólo los veranos con la terraza...¿qué tendría yo? ¿dieciséis años? Lo dejé en COU...sí, sería por ahi, más o menos...dieciséis años...Entonces yo llegaba con mi libro y me sentaba en la cocina después de preparar algunos pinchos para la tarde, cosa de poco, esto siempre ha sido cosa de poco...Después a leer mientras esperaba alguna voz desde la barra por alguna rara ración de algo...A veces me enfadaba, sí, jajaja...A lo mejor estaba en lo más interesante del libro y llegaba mi padre o mi tío y voceaban "¡¡¡UNA DE CALAMARES!!!", bien fuerte, para que lo oyeran hasta en la calle, si, jajaja...Y yo me cagaba en la puta, dejaba el libro, pillaba un manojo de calamares de los buenos y mis manos enharinaban aquellos maravillosos calamares antes de echarlos a aquella durísima freidora italiana...¿Qué leía yo entonces? ¿Hesse? Sí, casi seguro que era Hesse. El Siddharta, el Damian y todo aquello...¡El lobo estepario, sí! el lobo estepario...Luego lo leí y me pareció una mierda. Claro que todo lo que gustaba entonces ahora me parece una mierda, o casi...Y lo que no me gustaba, ahora lo echo mucho de menos...Yo estaba allí, en esa vieja cocina, leyendo todo aquello y haciendo gambas a la plancha y jamás pensé, jamás pensé, que veintiocho años más tarde iba a estar poniéndole una cerveza y un chupito de tequila a las ocho de la mañana a un tiarrón vestido de mujer...Aquello era algo circunstancial, nada más. Yo tenía talento, todo el mundo lo decía, los profesores los primeros...¿Qué pasó, qué pasó, qué pasó...?...Cuarenta y cuatro años...cuarenta y cuatro años...¿Recuerdas cuando en uno de aquellos locurones le dijiste muy serio a tu amado hermano que te ibas para Bilbao, así porque así? Al final no te fuiste a ningún sitio. Pero él si se fue después. Y aunque no fue a Bilbao, ahora trabaja en lo que mucho más tarde quiso estudiar y tiene una mujer y dos hijas...Hesse, Hesse...también a él le gustaba. A él le gustaba todo lo que a mi me gustaba. Yo era el mayor, yo era el mayor...¿Y mi padre donde estará? ¿y mi tío? ¿y toda aquella gente que ya no volveré a ver?...¿te acuerdas de aquel viejo cliente que esa noche, viendo el éxito que tenía el bar de enfrente, contestó suavemente a tu odio juvenil con aquella llamada a la calma y al buen sentido? Sí, sí, sí que me acuerdo...me avergoncé aún sin reconocerlo. Era muy buen amigo mío, muy bueno...me apreciaba...Yo sólo era un chico, sólo eso. Un chico que leía libros y eso, pero un buen chico. Después de todo yo era el primogénito de mi padre y él, amigo suyo, lo estaba pasando muy mal en su vejez por su mala cabeza anterior. Ángel, Ángel...llegaste a venir al nuevo bar. Fuiste de los pocos, poquísimos, que hicieron el largo paseo aún cuando tú ya estabas con el bastón que te ayudaba a andar. Poco después te moriste. Fui a ver tu tumba a algunos días más tarde. No tenías lápida ni nada. Tu nombre y tu alfa y omega, nada más. Yo iba a ver las de mi gente, con sus flores y sus mármoles, y siempre me pasaba a verte para rezar algo por ti. Y ahí seguías tú, a pelo. Ni tu mujer, ni tus hijos se gastaron más de lo imprescindible para enterrarte, Ángel. Hesse, Hesse...Hesse..."
Algo chocó con algo. El bastón de Paco había topado con las sillas de la mesa de la entrada del bar.
- ¡Me cago en la puta, Paco!
- ¡Qué!
- ¡Pero qué coño haces ya aquí!
- ¡Pues aquí estoy!
- ¿Y eso? ¿y la siesta?
- ¡Que hoy no ha habío siesta!
- ¿Pero qué te ha pasao?
- ¡Ná, que he discutío con mi madre! Vamos pá dentro, anda
- Anda con Dios...
- Sí, anda con Dios pero ponme un café
Pasamos y le puse su café con hielo y sacarina. Después me contó su historia.
Pero esta la dejo para otro día.
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