miércoles, 30 de noviembre de 2016

WELCOME TO THE JUNGLE

- ...y cuando te vayas a acostar puedes ponerte algo encima, un gorro o una tirita, así no ensuciarás la almohada y no se enfadará tu mujer.
- Claro...

Sonreí, me despedí y bajé hasta la recepción. Allí, como me había dicho antes de subir (estaban cambiando el turno cuando llegué y eso las traía de cabeza a pesar de no haber ninguna más que las nuestras a la vista), le di mi número de teléfono a la recepcionista, una mujer que daba el pego de amateur haciendo porno en Berlín, y finalmente quedó en orden mi ficha médica. Cosas de no ir a los ambulatorios nada más que cuando te aplican la cura para siete puntos de sutura en la cabeza.

Salí afuera y hacía un sol que daba lástima perdérselo. Por un instante tuve la tentación de irme a andar vía adelante, cruzarlas y subir los cerros, respirar el aire frío del final de noviembre, su tierra mojada, los caminos vaciados, los campos muertos, las casuchas, los chamizos, las chozas bajo los puentes que nadie, ni siquiera yo, sabe quien o qué vive en ellos...Pero arranqué el coche, reencendí el primer cigarrillo tras una semana y puse rumbo de regreso al bar. Comimos en buena armonía, esperé al momento correcto para echarme una copa y rularme un pito, y lo que quedaba de esta tarde ha pasado como tantas otras buenas veces.

No habían empezado a hervir las patatas del guiso de ayer cuando decidí ir al hospital: tanto me preguntaron, tantos consejos denunciadores me dieron, que me llegó una especie de mareo y empecé a preocuparme. Los guardias se fueron, el bar se quedó vacío y vi la ocasión propicia. Apagué el fuego, cogí el abrigo, cerré la puerta y me fui para allá pensando que mi cerebro estaba derramándose. Con todo, volví un par de veces, puede que tres o cuatro, para dejar algunas cosas en el punto apropiado. Me hizo gracia, aunque no demasiada.

- Hola -dije en Urgencias-, el sábado me hice una brecha en la cabeza y hoy estoy un poco mareado...Me dijeron que si me sentía mal viniera aquí...

Pasé a una habitación. Un hombre me hizo algunas preguntas y me mandó que esperara afuera. Dos parejas de viejos estaban sentados. No pregunté quien era el último. Cogí el teléfono y llamé a mi padre, "estoy en el hospital...he cerrado el bar..."

- ¿Kufisto...?
- Sí
- Venga por aquí, por favor.

Fui.

- Colóquese así, de frente, apoye la nariz, no se mueva...

No me moví.

- Y ahora así. Apoye la oreja ahí, así...

Ganas me dieron de decirle que la brecha estaba en el otro lado, pero me callé.

- No se mueva.

No me moví.

- Salga, ahora le llamarán.
- Gracias.

Era una chica más joven que yo, menos vieja, de buenas tetas y anchas caderas.

Me senté donde me indicó y me hizo algunas preguntas.

- Túmbese en la camilla, por favor

- Mire mi dedo, ¿lo ve? -me preguntó mientras lo movía ante mis ojos
- Sí

En ese momento entró mi madre con cara de este es el primero de mis cinco hijos.

- Saque la lengua. Muévala. Así...Extienda los brazos y llévese el dedo índice a la nariz,..Bien...Ahora con la otra mano...Bien...Suba el brazo, haga fuerza,...Bien...Ahora el otro, apriete...Bien...Suba la pierna, haga fuerza...bien...Ahora la otra...bien...

Todo bien.

- Bueno, espere un momento mientras miro la radiografía.

- ¿Qué tal estás? -me preguntó con esos ojos, con esa cara que sólo quien te ha llevado dentro puede preguntar sin que tú tengas derecho a nada que no sea hacerle el menor daño posible.
- Bien, bien...

Cinco minutos tardó la doctora en volver.

Y no había nada. Todo había sido una sugestión por escuchar y responder a unos y otros: te ven con un esparadrapo en la cabeza y les falta tiempo para ponerte malo con sus malos consejos de buena voluntad: "los golpes en la cabeza son peligrosos...siete puntos...ve a que te hagan un scanner...no te confíes...un amigo tal..." 

Los bares.

Cuando el sábado pasado salí del mío a las siete de otra lluviosa tarde para ir a la casa de mi padre a echar el rato que echamos desde hace quince meses y algunos días, recordé que el día anterior había mirado por sus frutos secos y vi que apenas le quedaban. Bueno, un cáncer no se cura con nueces, ni aunque sean de macadamia, pero si lo hemos hecho así desde entonces...¿por qué dejar de hacerlo?

- Dame 200 gramos de nueces de macadamia...200 de nueces mondadas (le gustan porque le gustaban a su padre) y 200 de anacardos crudos (me gustan a mi por...es cosa mía)
- ¡Pero si ayer te llevaste un kilo! -respondió la dependienta al oír los anacardos.
- Ya, pero esto es para otro lao

Salí. Y dos minutos después, en la esquina de la calle de mi padre, junto a la tienda de un viejo amigo suyo muerto desde hace muchos años, pisé una chapa metálica y me pegué el hostión de mi vida.

Al principio no pude ni levantarme. Por un momento pensé que no podría hacerlo. "Oh, Dios, no..." Todo lo largo que soy, todo mi metro ochenta, tirado en el suelo. No pude dejar escapar un aullido de dolor.

"Oh, no..., me cago en la puta..." Diez, quince, veinte segundos pasaron hasta que conseguí reincorporarme. Nadie, en ese intervalo de tiempo, se había dignado en preguntarme siquiera qué me pasaba. Eran las siete y media de la tarde en el centro del pueblo. Y nadie, nadie, se preocupó por lo qué acababa de pasarle a ese desgraciado. Como en un flash me acordé de aquella cucaracha que malherida vi luchar por su vida cuando era un chaval, aquella por la que llegué a llorar viendo como luchaba por no morir; recordé a aquel viejo vagabundo que una mañana, borracho, se había derrumbado en los alrededores de la plaza de toros por andar sobre las baldosas descompuestas por las raíces de los árboles cercanos: "Tranquilo -le dije- tranquilo..." La sangre de su cabeza manaba lentamente hasta formar un dibujo de sangre. Él me miraba como si yo fuera su madre muerta. "Tranquilo, tranquilo..." Le di mi mano y la agarró como si fuera la última mientras con la otra, como pude, llamé al 112...

Me levanté. Y un minuto más tarde estaba junto a mi padre. El golpe, la herida, lo llevaba en el lado derecho. Yo me siento a su derecha, así que no lo podía ver. Disimuladamente me palpé un tanto y noté que había sangre. Fui a la cocina y me limpié, cosa que tuve que hacer dos o tres veces más mientras el Zaragoza y el Reus porfiaban por ver quien era más matao. A eso de las nueve, como siempre, llegó mi madre de hacer la compra, la ayudé a subirla y sin darle tiempo a nada más que dos besos, por fin, me fui.

A casa, al coche.

- Hola, me hecho una brecha en la cabeza, creo...-le dije al de Urgencias

No había nadie y entré enseguida. Me atendió un chaval joven, uno que estaba escuchando Rock FM por el ordenador. Estaban sonando los AC/DC.

- ¿Qué te ha pasado?
- Me he caído
-  ¿Hace cuanto?
- Una hora...Bueno, hora y media
- Esto parece casi de dos...

Pasó el jefe, uno mayor, y le dijo que me diera los puntos que hicieran falta.

Siete.


Y mientras escuchábamos a Guns n´Roses empezó por el primero.


Welcome to the jungle.


3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Recuerdo que una vez alguien me dijo cual era la diferencia entre un buen fotógrafo y una persona corriente:

    "pasa por donde tú has pasado y ve la foto que tú no has visto"

    Un saludo jjvr

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  3. Cuánta soledad, Kufisto...

    Un abrazo.

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