lunes, 22 de octubre de 2012
PACO "EL GATO"
Así lo llamaban, entonces todos teníamos un apodo por el que éramos más conocidos, personal o familiar, en mi caso era esto último, y a mi no me importaba, es más, me gustaba, a fin de cuentas venía de mi abuelo, y de mi padre, realmente no podía imaginar una cosa mejor que parecerme a ellos, aunque solo fuera eso, y ése era nuestro escudo de armas, que los villanos también tenemos, no por nada nadie nace y crece sin brazos con los que defenderse, y si lo hay...mejor que hubiera visto la luz en la antigua Esparta.
Casi nadie me llama así ya, muy de vez en cuando, alguno que fue amigo en la infancia y veo menos que a Telecinco, me siento tan raro cuando lo hacen...como antes cuando me llamaban por mi nombre de pila. Cuando te encuentras con el pasado lejano es como si vieras a Enigma, el de Batman. Es difícil hallar la respuesta correcta si cada año que pasa no te deja más que interrogaciones vacías: ¿qué puedes responder? No le busques las vueltas a lo hecho porque te enredarás. Camina y olvida. O al menos inténtalo. O no, que para aconsejarnos ya están los que saben. A la mierda.
Conocí al Gato cuando ya estaba medio capado, lo mejor de su historia iba quedando atrás, tendría cerca de los 40 y era otra de nuestras moscas de bar, aunque un tanto sui generis, pues casi nunca bebía, pero esto tenía una explicación muy sencilla: se volvía loco con el alcohol. Nadie deja de beber para vivir más o para sentirse mejor. Quienes lo hacen es porque no les queda otra, es decir, o eso o la cárcel. Y lo peor de todo: sin recordar el porqué.
El Gato pasó algunos años en la jaula, creo que hubo hasta tiros, y al salir lo hizo más calmado, que no hay bicho viviente que prefiera vivir entre rejas, y menos un gato de la vida, de los callejeros, de esos imposibles de domesticar, o los acostumbras de pequeños o dalos por perdidos, pero todo es cuestión de tiempo: el hijo del gato más arrabalero podrá ser domado si es lo suficientemente pequeño, aunque eso no evitará que te suelte un arañazo de vez en cuando, lo lleva en la sangre, pero si sus descendientes continúan en las manos de sus domadores terminarán por perder la fiereza, ya no les será útil, al contrario, y dejarán de ser gatos para convertirse en muñecos, juguetes con pedigrí, y algunos dirán que los han mejorado, que hasta son capaces de tirar de la cadena después de cagar y de hacer el mono por una lata de comida, que algunos gatos también descienden del mono, aquí hasta Dios desciende del mono...lástima de gato.
Este del que os hablo no pasaba del metro sesenta y tenía un panzón que te incitaba a preguntarle a padre el porqué de su alias, "tendrías que verlo correr...y lo ágil que es", condiciones sine qua non para huir de la poli desde que el mundo es mundo, porque ese era su oficio, huidor de la poli, que por algo había sido un mangante especializado en los cepillos de las iglesias, se arrejuntó con una de las mujeres más horribles que he visto en mi vida, una limpiadora de la casa parroquial, vivían allí, no tenían hijos, creo, maldita memoria...qué fea era esa tía, Señor. A esta se la soltaba yo a esos que dicen que no hay mujer fea. Gilipollas.
La zurraba cuando bebía, al menos eso era lo que se decía, pero entonces el asunto funcionaba de diferente forma, además que el cura estaba al otro lado de la puerta, "resignación, hija mía" y tal...un tirón de orejas al gato malo por salvaje y "¿no sabrás algo del cepillo, hijo mío?" La mayoría de los curas no son más tontos y más inútiles porque no se entrenan.
Apenas sabía hablar, no sé qué coño le pasaba en la boca pero yo no le entendía, aunque no tardé mucho en dejar de necesitar intérpretes en la figura de mi padre, o mi tío, o Manolo...Paco apenas hablaba, solo estaba allí, sonrisa irónica, sonrisa de quién sabe quien tiene la llave del armario donde están las latillas de comida, café en su caso, "Paco, ves al mercao a por esto" le decía mi padre, y Paco cogía las cuatro perras e iba a eso. Y volvía. Un café. Un pito. Y al rincón. A seguir sonriendo.
Teníamos una máquina de tabaco, me hicieron el encargado de ella, aquello era una mina...y yo un minero honrado de veinte años. Nunca he tenido remedio.
Una tarde que no estaba el Lila (otra mosca de bar que andaba por allí de recadero, sección tabaco principalmente, paseíto al estanco, un cuarentón con fama de maricón y que perdía los papeles cuando alguien se lo insinuaba) mi padre me dijo que le diera la morterada de billetes al Gato, eran veinte mil duros...
- "Paco...¿puedes ir al estanco a por tabaco?"
- "Ji"
- "Mira...esto es lo que tienes que traer..." y le dí un papel con los cartones que hacían falta y la suma final, sin errores, que otra cosa no pero siempre he sido cojonudo con las cuatro reglas de las Matemáticas, y después, uno por uno y sobre una mesa le conté la talegada...veinte mil duros. A veces no podía entender a mi padre.
Se fue, y no hubo minuto de mi reloj que no viera mientras preparaba las tapas de la tarde que estaba a punto de empezar...
Volvió con el tabaco y el cambio.
- "Dale un paquete. El que quiera" me dijo el viejo.
Los gatos, y los callejeros más que ninguno, saben quien tiene la llave del armario donde están las latillas...que se lo digan a las viejas que les llevan sus ofrendas al cementerio.
Subió en nuestro escalafón, el Lila gatilleaba demasiado, no era una auténtica mosca de bar, nunca lo fue, el Gato se le subió a la chepa y no tuvo güevos para quitárselo de encima, recuerdo como lo miraba cuando Paco no lo hacía...hasta que lo hacía. Y entonces su sonrisa era tan hiriente que hasta yo me avergonzaba. Ni os cuento la cara del pobre Lila...
Una noche de verano llegó borracho perdido, recuerdo que lo era porque se quedó en el ventanal que daba a la calle, jamás lo había visto así, mi padre le preguntó qué quería con una sonrisa, tranquilamente, nunca he visto nervioso a mi padre...Paco gruñó algo y mi viejo le puso un larios con cocacola. Uno que eran dos.
- "Estás jodío, Paco...¿quieres algo de comer?"
- "Ji"
- "Kufisto...ponle cuatro mejillones a Paco"
Se los puse...y vi una de de las cosas más alucinantes que he visto en mi vida.
Cogió el primero, y cuando atinó a llevárselo a la boca se lo comió entero, con concha y todo, ronchando, podías oírlo, "crunch, crunch, crunch...", mirándonos, los ojos vidriosos, "la madre que te parió, Paco..." dijo mi padre sonriendo. Tardó dos o tres minutos, echó un trago de su cubata y cogió el segundo, "crunch, crunch, crunch...", era el show de la noche, era la estrella de la noche, si el hijoputa de Vasile lo hubiera visto le habría extendido un contrato allí mismo...
Cuando finalmente se comió el cuarto, entre un silencio sepulcral, pidió otra copa, mi padre le puso una cerveza "y a casa, Paco"
Creí que se iba a comer al botellín.
Pero no, se lo bebió y le hizo caso a quien tenía la llave del armario donde estaban las latillas de la comida.
Y esta noche, cuando uno me ha preguntado si tenía mejillones, me he acordado de aquella mala bestia.
Y lo creáis o no le he echado de menos.
Uno acaba añorándolo todo.
Lo mejor siempre está por venir porque no puedes ir hacia atrás.
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Tus recuerdos de bar, aderezados por los cambios que da la propia vida, son para hacer un pequeño libro de cuentos. Hay muchos gatos tirados por los muchos bares, e incluso alguno que no es ni admitido en el bar de nadie porque es un gato asqueroso. El tuyo era honrado y fiel. Los hay que solo arañan y muerden incluso a quien les acerca el vaso del agua.
ResponderEliminarGracias por lo que tu y yo sabemos. Me vino mucha gente desde alli. Cuando puedas, repites.
¿Sabes? Tenias razon, esun sueño dirigir tu propia casa y te sientes muy bien cuando viene alguien a verte.
Un abrazo
La honradez y la fidelidad es un asunto de interés mutuo. Aquí ni Blas lo es a cambio de nada, y si lo es...algo quiere por detrás. Solo hay que mirar bien.
EliminarMe alegro por lo tuyo, amigo.
Otro abrazo.
Tantos días sin la exégesis kufistotélica de la vida casi me vuelven loco. Pero la espera ha merecido la pena, en serio. Tu relato me ha recordado a un personaje de mi pueblo que hacía algo parecido. Era amigo de mi padre, de la época en que la palabra amigo todavía significaba algo. Era cojo, vivía solo y tenía en la puerta de su casa un poyete, el único que queda vivo dentro del casco urbano. Preparaba la menor limoná que he probado nunca, nada de esa acuosa solución de vino blanco barato con pulpa de cítricos, de tan madura que estaba. El cojo hacía una limoná como está prescrito, en lebrillo de barro, con vino de la bodega y con agua del pozo. Y te la servía con un cazo metálico con mango de madera que le había hecho mi padre cuando trabajaba en la fábrica de navajas y sartenes. Pues bien, este hombre acostumbraba a morder y a comerse los vasos de cristal en los que le servían los "calibres". Y, al igual que el gato, se quedaba tan ancho. Cosas veredes, amigo Sancho, que decía el de la triste figura.
ResponderEliminarPues nada, vacunado contra la estulticia y la postura ovejil de la sociedad gracias a tu artículo, puedo continuar bandeándome otro poco más.
Y como sé que te gusta la ópera, te dedico el brindis de La Traviata. Ya sé que no sobrecoge como Don Giovanni o como la reina de la noche, ni es tan hermosamente profundo y complejo como Tannhäuser, pero qué caray, libiamo, oh caro Kuisto. Libiamo.
"Poyete"...¡ay madre! ¡cada vez quiero más a mi tierra! aunque solo sea por hartazgo de los supernazionalistas.
Eliminar¿Se comía el cristal? Tengo dicho que ya no hay hombres como los de antes, yo lo achaco a la fluorización del agua, como Hayden, y es que los de antes decían aquello de "el agua, pá las flores". Conocí a varios que no la habían probado en décadas, te lo juro.
Acabo de enchufarme al Tannhäuser, tres horas y media, llegaré hasta donde pueda. El primero en salir se parece al Brando del último tango...¡qué rica estaba la Schneider, Señor!
Un abrazo, amigo mío, y muchas gracias por todo.