domingo, 18 de septiembre de 2011
EL ASAZ (II)
Acontece en quienes desayunan, comen, cenan y roncan con la palabra Patria en la boca que suelen ser quienes menos hacen por ella, muy al contrario, por regla general, son los más perniciosos para la buena marcha del país.
La tierra que te vió nacer, o que te acogió porque buscabas un futuro mejor, se mantiene sana si cumples la Ley, fuerte si creas riqueza, y eternamente joven si formas una familia; todo lo cual puede realizarse sin llevar su bandera en los calzoncillos, su himno en el móvil y su escudo en el maletero, cosas que no son excluyentes para ser un buen patriota pero en ningún caso resultan imprescindibles para serlo.
Los símbolos de la Patria son la corteza del árbol, pero si por dentro está hueco, carcomido, el futuro que le espera es más negro que el culo de un grillo. Por contra, y dando por descontado que los primeros anillos del tronco son los más macizos, duros y fuertes ya que de otra manera no sería posible una vida duradera, quienes vamos añadiéndole marcas a ese troco común debemos hacerlo como lo hicieron nuestros mayores: trabajando para que aquellos que vienen por detrás de nosotros encuentren un país mejor que el que recibimos.
La Patria no quiere individuos aislados, egoístas, quiere comunidades de personas donde todos miren por el bienestar de todos, ya que de esa forma le será mucho más díficil a la cizaña plantar su semilla; un solitario no ve más allá de sus narices, y el camino a seguir en la eterna llanura del futuro jamás debe ser encabezado por un Rompetechos renacido y pagadísimo de sí mismo que haya cambiado sus gafapastas por lentillas y el traje de funerario por uno de Armani: seguirá siendo el mismo idiota.
Y, como reza el dicho, un idiota jodío un pueblo.
Rogelio Palmírez nació un tormentoso 29 de febrero en el seno de una familia adinerada. Tuvo una infancia en la que no le faltó de nada, sus padres le amaban y le propocionaron la mejor educación que el dinero podía comprar, cosa que él, como se atisba en el primer capítulo de esta historia, no supo aprovechar.
Barruntábase algo de ello su padre cuando a pesar de haberlo podido evitar no hizo nada porque su hijo cumpliera el servicio militar; el buen hombre pensaba, y no se le puede negar la razón, que al joven Gelito le vendría bien una temporada lejos de su madre, dizque asaz protectora para con la criatura; nada mejor que la rígida disciplina de un cuartel y la compañía de jóvenes provenientes de todas las clases sociales, para que su primogénito diérase cuenta de que no todos podían permitirse ir las noches de los sábados con su flamante ocho y medio al piso que madame Geneviève tenía en pleno paseo de Gracia para tirarse a Rocíito la cordobesa, hembra de poderosas nalgas y hartas tetas que hacíale perder el melón al jovencito Ro en menos tiempo del que Usain Bolt necesita para correr 200 metros.
Como podréis imaginar fue algo que no le entusiasmó; por todos los medios y zalamerías propias de un redomado ególatra como él, intentó que su madre consiguiera la revocación de la sentencia, ya había pasado otras veces, no había cosa que mamá no consiguiera, pero en esta ocasión su padre se cerró en banda y no hubo nada que hacer. Estaba sentenciado: los próximos dieciocho meses de su vida los iba a pasar en Cáceres rodeado de gente a la que despreciaba con toda su almita.
Se sumió en un profundo silencio y esperó la llegada del fatídico día.
Una semana antes de su partida le despertaron con la terrible noticia: don Rogelio Palmírez García había amanecido muerto.
En la autopsia se dedujo que la causa había sido envenenamiento por Amanita phalloides, una seta muy tóxica propia de la zona, y aunque la cocinera juró y perjuró que no había ninguna de ellas en la cesta que su hermano le había traído para que diera gusto al señor, no pudo evitar su detención y la de su hermano, acusación por la que poco tiempo después fueron juzgados y condenados.
De esta manera Rogelio fue liberado de hacer la mili, a fin de cuentas era el primogénito y debía hacerse cargo de los negocios familiares.
La noche del día que enterraron a su padre se durmió pensando en lo gilipollas y lo descuidada que era la gente corriente.
Y más que ninguna otra las cocineras que salen a abrir la puerta a un amigo del señorito cuando tienen la comida a medio guisar.
FIN DEL SEGUNDO CAPÍTULO
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Esperemos la tercera parte. Ardo en deseos de saber como sigue.
ResponderEliminarSeveriano
Yo también lo espero, Kufisto.
ResponderEliminarUn saludo y buen Domingo... y Lunes, por supuesto.
Veremos, veremos. Saluditos.
ResponderEliminarPalabras duras y claras sobre la patria. En realidad ninguno la ama, y morirá de falta de amor. ¿por qué iba a cambiar esto en el futuro? Yo me voy porque no soporto el dolor. El otro día me levanté en una reunión pública en la que se decía que los españoles fueron a robar a América. Salté, tío, quise dejar las cosas claras a voz en grito, ya no lo soporto. Decidí irme, me gustaría no volver jamás. ¿Qué coño vas a hacer? ¿empezar una guerra? Mundo interior, cumplir con la ley de la conciencia. La patria yo sólo la encuentro en la conciencia.
ResponderEliminarM.
Hola Kufisto:
ResponderEliminarMe ha parecido un texto interesante (menos críptico que el anterior), aunque me temo que me faltan referentes y me pierdo ciertos contenidos (eso, o que soy burra y ya está, que todo puede ser...).
Entiendo lo que dice M
Me da pavor la palabra patria, y más pavor me da los que la utilizan a diestro y siniestro. Incluso cuando de forma romántica van y te dicen "mi patria eres tú"...
No sé si hay patrias. Sé que hay un mundo injusto (uno solo), y personas (en el sentido más positivo y pleno de la palabra) en ese mundo, y seres humanos desfavorecidos que sufren la desigualdad, y entes hechos de carne y sangre pero con la cabeza como un melón de invierno, y así...
Quizá la patria es solo un invento perverso, restos atávicos de defensa territorial, en vez de comprender, asumir y practicar el Vis unita fortior, que ahora suena a florecillas campestres y jalea de tres colores...
Un beso,
R