lunes, 13 de septiembre de 2021

OTOÑAL CARTA DE HACIENDA

Empezaban a pesarme aquellos cien años de soledad cuando sonó el telefonillo del piso. "Correos -pensé- El servicio de tarde" Extrañamente me levanté del butacón junto al ventanal, fui al pasillo y descolgué el receptor. Correos; carta certificada; Hacienda. La chica subió, le di el DNI, firmé y me entregó la carta; en efecto, era de Hacienda. Extrañamente la abrí y lo único que pude desentrañar de ella fue que había que pagar. Un pago imprevisto, un pago de cierta importancia para el negocio. Así que bueno, la carta ya había sido abierta, conocía más o menos el meollo del contenido aunque sin saber los motivos y en vista de que no era el momento de estropear las vacaciones en la costa de mi hermano junto a su familia decidí que lo más adecuado sería llamar a la gestoría y consultarles. Respondí más o menos bien a las dos o tres primeras preguntas pero la siguiente se me atragantó: no veía por ningún lado el dato se suponía debería estar viendo.

- Bien, Kufisto -dijo el gestor-, no importa. Pásate luego por aquí y lo vemos-
- Pues entonces cuando quieras. Estoy de vacaciones-
- ¿Ahora puedes? ¿o mañana?
- Ya puestos -respondí sin dudarlo- preferiría ahora- "Dios sabe como estaré mañana" pensé.

Me vestí tras enjuagarme la boca con agua para quitarme el gusto del reciente vino, cogí una chaquetilla por si acaso y bajé a la calle.

La tarde era gris y un tanto ventosa pero todavía no llegaba a otoñal. Enseguida caí en la cuenta del prescindible abrigo y, cosa rara, recordé que la casa de mi madre pillaba de paso y podría dejarla allí. Eso hice con cuidado al abrir, como quien abre una puerta por sólo un momento y sin muchas ganas de dar explicaciones. Ella estaría arriba viendo Telecinco y con un poco de suerte ni se enteraría; pero la vieja puerta cierra mal y el golpe sonó demasiado como para pasar desapercibido aún tras la pesadísima cortina de ese corral de gallinas televisivo, por lo que para no sobresaltarla volví a abrir, voceé que volvería enseguida y sin esperar respuesta cerré con la conciencia más tranquila.

El asunto, como no podía ser de otra forma, se resolvió de manera rápida y tranquilizadora: había que pagar. Punto. Se trataba de algo en apariencia olvidado, una pequeña fullería sin importancia, pero la agencia tributaria tan sólo había hecho lo mismo que haría cualquier madre responsable: dejar hacer sin olvidar nada para en caso de llegar el momento adecuado ajustar las cuentas sin opción a réplica, so pena de quedar todavía peor.

Volví a la casa de mi madre y ya que estaba hice la visita de estos días de asueto para los cuales no tengo excusa. Ayer me la salté, como los dos primeros días, y con hoy ya había decidido completar otra pareja de cartas blancas a cuenta del cansancio acumulado por lo excesos y la lectura del famoso libro de García Márquez que iniciara la última tarde en el parque y que tan buen sabor me dejó.

La vi como siempre, tumbada en el viejo sillón articulado de mi difunto padre, viendo Telecinco con el teléfono a mano. Nos besamos, quité el volumen del televisor, me senté en el sofá adyacente sobre el cual están perfectamente colocadas las fotografías ampliadas y enmarcadas de las primeras comuniones de sus cinco hijos y empezamos a charlar.

Me habló de su ida al médico esta mañana en compañía de su hermana para que le miraran el pie. Parece ser que lleva tres meses con dolores y ayer concertó una cita con su doctora, una chica amachorrada pero de dulces maneras que también trató a mi padre durante su enfermedad y a la que le tiene una fe ciega que le ha recetado unas pastillas para el dolor y que pida cita para unas radiografías (cosa que no ha hecho) y un estudio de plantillas para el pie (cosa que tampoco va a hacer)

- Pues nada -dije cabreado- Sigue empastillándote
- Pero Kufisto...

Me acordé de Hacienda y de mi infancia.

- No, no -seguí- Como tú lo veas. Hasta el día en el que no puedas plantar el pie.
- Tengo mucho puente, me ha dicho Inmaculada. Como tú. Y de ahí me viene.
- ¡Pues si de ahí te viene procura hacer para que no tenga tanta ganas de venirte, joder! ¡Pero pastillas! ¡Y venga pastillas! 
- Kufisto...

La adolescencia. La juventud. La traumática ruptura con aquella mujer. Hoy.

Y en ese momento mi hermano le hizo una videollamada desde la costa.

Mi sobrino, su nieto, jugaba a pelear Spiderman y Hulk (dos enormes muñecos articulados regalo de otro hermano) junto a un escenario donde se veía bailar y cantar a unas monitoras rodeadas de niños algo más mayores. Mi madre se transfiguró. 

- ¡David! ¡David! -gritó- ¡David!

El padre lo llamó.

- Ven aquí, David, ven a ver a tu Abu y al tío Kufisto-

El chico tardó un poco pero vino.

- ¡David! ¡David! -aullaba su abuela- ¡Soy yo, la Abu!

El chico miraba al teléfono y a su padre.

- Diles hola -dijo él-
- ¡David! ¡Soy yo, la Abu! ¡Y tu tío Kufisto!

El chico, tras mirar a su padre, empezó a dejar ver los dientecillos en un amigo de sonrisa que al final se abrió por completo.

- ¡David, guapo, hermoso, David!...
- ¡Hola, David! -dije yo. Y me vi feísimo en la pequeña pantalla del móvil, muy lejos de como me veo en los espejos. Pero mi madre salía igual que conforme la estaba viendo.

David dejó los muñecos por mediación de su madre y subió con ella al escenario. Era el más pequeño de todos y él único que tenía a su mamá con él. Pronto se cansó de estar allí arriba sin sus cosas. 

Al final nos dijo su nombre y su primer apellido. Y poco después de mandarnos un beso con la manita se cortó la comunicación.

- Bueno, me voy -le dije a mi madre-
- Te he comprado esto...-
- No me compres nada. Te lo he dicho mil veces...-
- Joer, Kufisto...Hazme el favor-
- Luego me lo llevo-

Todavía no hacía frío para la chaquetilla. La llevé sobre el hombro de vuelta a casa.


Como todo lo demás.





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