jueves, 13 de febrero de 2020

COÑOS DE HIERRO Y MIEL

La chica de la ONCE ya se había ido cuando volví a salir después de atender a tres clientes del hospital llegados nada más haber encendido los cigarrillos. Recogí su vaso y regresé adentro.

Eran las dos de la tarde y apenas tenía cinco clientes en el bar, todos más o menos conocidos. Uno de ellos, el más que maduro doctor que tanto se parece al protagonista de "Tamaño natural", vino hoy sin su reciente novia, una mujer rubia de cierta edad, mala fama, espléndida figura y mirada retadora de la que se ha encoñado de tal forma que mirarlo es como ver a uno que por fin puede palpar lo que hasta entonces sólo podía ver a través de un microscopio. A ella la conozco de tiempo atrás, todavía casada con uno de buena aunque dudosa posición. Los fines de semana venían tres o cuatro parejas, todas por el estilo, y tomaban copas, la mayoría sin duda bien encocados. A él, al doctor, recuerdo verle pasar hace años por delante del bar con su maletín de camino al trabajo. Algunas cosas quedaban claras en esos solos vistazos: que era médico, que no era de aquí y que seguro era alguien peculiar. Luego, una noche, vi aquella película y casi me levanté del sillón cuando apareció Michel Piccoli. 

La cosa se animó enseguida con la llegada de mis mejores parroquianos, hoy acompañados por uno de sus mayores cofrades en cuya manaza la mía desapareció por completo al saludarnos tras algún tiempo sin vernos, pues es de otro pueblo y a este sólo viene a comer y hacer la procesión para lo demás con vistas a los negocios y ya bien metido en el paso ver los amigos. Y como era de esperar, pronto derivó todo en su mar: rojos de mierda y putas con coños que saben como a metálico, como a hierro, sin pensar por un momento que quizá sea una lengua bañada en décadas de alcohol la que sabe como a hierro. "Boca ardiente" se llama eso, lo miré la otra noche. Y hace mucho que no me como ningún coño. 

Llegó parte del equipo ginecológico del hospital, pidieron las bebidas y se fueron al ventanal con ellas. Chicas jóvenes la mayoría, bien cuidadas todas, muchas atractivas, de mirada tan neutra como la de alguien acostumbrado a ver y palpar cualquier clase de coños sin necesidad de pasar la lengua por ninguno de ellos para saber si le hace falta hierro o zinc. Al rato llegó el jefe, un tío todavía joven, pidió lo suyo y esperó a que se lo pusiera para llevárselo y ahorrarme un viaje.

Me acordé de los viejos tiempos, de los viejos doctores jubilados o a punto de hacerlo, de los de "tráeme un vaso de agua" cuando la tenías al cuello...


- ¿Qué tal te ha ido hoy? -le pregunté a la chica de la ONCE-
- Ná, mal...¿Y a ti?-
- Parecido. Pero a ti seguro que te ha ido mejor que a mi, pelleja-

Rió. 

- Oye, pequeña, ¿tienes billetes pequeños?- pregunté
- Sí
- Pues cámbiame 


- No te cambiaría por ninguno, Kufisto.


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